Los acontecimientos y cambios más relevantes del siglo XX han coincidido en el tiempo con el desarrollo y la implantación del cine hasta tal punto que no puede entenderse la sociedad de cada momento sin tener en cuenta la información que nos otorga esta manifestación artística tan representativa de la sociedad. Basta con visualizar ciertas películas para comprender muchos aspectos de la sociedad y la época en las que éstas se desarrollan. Por eso, el cine es un instrumento imprescindible para comprender nuestra historia más reciente.
El cine, desde sus inicios, ha actuado como un modelo conformador de actitudes y estilos de vida, como un espejo en el que todos nos miramos para decidir nuestras pautas de comportamiento y, muy frecuentemente, como referente conductual e incluso ideológico, por lo que las películas influyen notablemente en nuestra percepción de la realidad y en la génesis de nuestros sueños.
Las películas no sólo han influido en nuestra percepción del entorno; también han modificado intensamente nuestra actitud, nuestros gustos e, incluso, nuestras pautas tradicionales de consumo. Pero también han sido un marcador relativo al concepto que las diferentes sociedades tienen sobre determinadas profesiones en cada momento. En este sentido, tanto en la realidad como en la ficción al lado de la enfermedad está el sanador, el médico. Así, para Benjamín Herreros, los enfermos pierden su libertad, llegan a sentirse fragmentados, como si no fuesen un individuo completo y todopoderoso y por si fuera poco la enfermedad les asoma al abismo de la muerte. Al enfermar, repentinamente, somos conscientes de la felicidad anterior perdida y ansiamos recuperarla antes de que nos alcancen las limitaciones derivadas de la misma (1). Sirva como testimonio «a pie de calle» çla opinión de un estudiante de pregrado sobre su percepción de la figura del médico: «Sinceramente me parece que la medicina es el oficio o profesión más importante no sólo en la sociedad moderna, sino a través de la historia de la humanidad. Lo primordial en la vida es la salud y los médicos se dedican a esto. Imagínense una ciudad sin médicos. A dónde iríamos si nos partimos un brazo o nos diera un virus. No creo que fuera posible vivir en esta ciudad porque las condiciones de vida serían bastante críticas y la gente no viviría por mucho tiempo. Una ciudad o comunidad podría subsistir sin cualquier otro profesional pero no sin los médicos. Después de esta experiencia he aprendido a valorar este difícil arte al cual muchos no le dan la importancia que se merece (2)».
El cine, en muchas ocasiones, recoge este reconocimiento social de la figura del médico, e incluso, su vocación y altruismo, aunque, en otras, este mismo médico aparece como un ser que se aprovecha de su estatus para conseguir prebendas menos altruistas y más prosaicas, de las que se corresponderían con su posición y voluntad de servicio. De hecho, cuando al médico se le atribuye un papel de malvado, no existen equidistancias y puede llegar a alcanzar el papel de «malísimo», aunque el balance final de la filmografía en general decanta la figura del galeno hacia el lado de la bondad, quedando lo malévolo como anécdota, en ocasiones, jocosa. No obstante, esta definición del médico dependerá del momento en el que la cinta se haya producido y de las latitudes geográficas e históricas en torno a su realización así como del estilo cinematográfico de cada obra en cada caso. En este sentido, por ejemplo, la imagen del médico en el cine español del franquismo de la década de los 40 resulta ser un modelo a imitar repleto de todas las virtudes sociales y políticas. Otras épocas, en cambio, han presentado la figura del médico como perverso y encarnador de múltiples maldades. Sirvan como ejemplo algunas obras maestras de la historia del cine «El gabinete del Dr. Caligari» (Rene Wiene, 1920) y «La Torre de los Siete Jorobados» (Edgar Neville, 1944).
Pero, paralelamente a la reconocida figura del médico, existen otras profesiones sanitarias, como la Odontología, percibidas muchas veces por la sociedad de un modo distinto. Asociada a la imagen tópica del dolor, pocas veces se la relaciona en el cine con aspectos distintos al síntoma. Para Jorge Triana:
«La Odontología es una disciplina relativamente joven que nació como parte de la Medicina, de la cual no se ha podido separar de forma adulta para conseguir un lugar como una ciencia autónoma y respetable (3)». Tal vez, sigue arrastrando sus orígenes de una actividad técnico-artística que, en sus inicios, era practicada de forma elemental, principalmente por barberos y algunos cirujanos de los llamados «médicos menores». Probablemente, ha sido esta historia la que, hasta la fecha, le ha impedido crear la imagen y el estatus que le corresponde como parte de las ciencias médicas. Tradicionalmente la Odontología ha estado más relacionada con aspectos técnicos del ejercicio de la profesión que con rasgos científico-éticos fundados en la vocación de quien la practica. No se ha considerado tan relevante la enseñanza de este tipo de valores dentro de una disciplina que ha sido identificada más con rasgos mercantiles y artesanales que morales. Un hecho muy significativo y diferenciador de la medicina propiamente dicha estriba en que la actuación profesional «del dentista» lleva inherente el aspecto mercantilista de cada actuación. No es imaginable una escena cinematográfica en la que el odontólogo no perciba algún emolumento, siendo, en cambio, una constante que el galeno clásico abandone la escena con una simple frase de agradecimiento por parte del paciente o su entorno. Esto ha transmitido la errónea percepción de que el fin último del dentista es sólo ganar dinero y que de su actuación no se derivan otros valores más trascendentes, observaciones éstas que pueden corroborarse con la lectura del trabajo «La figura del Médico y la medicina a través del cine de la posguerra civil española (1939-1950)», que en forma de tesis doctoral será defendida próximamente por el coautor de este artículo, el Prof. Enrique Vivas Rojo.
De cualquier modo, las figuras de médicos, dentistas y otros practicantes del «arte dental» en el cine han sido abordadas desde múltiples perspectivas, haciendo de su imagen un elemento, en ocasiones muy atractivo, para contar historias en las que pueden observarse figuras bondadosas, malvadas, y muchas veces cómicas, de tal forma que el dentista no ha estado al margen de estas presentaciones.
Debido a la influencia que el cine ejerce en la sociedad, se puede afirmar que los arquetipos producidos por este arte tienen una alta influencia sobre la percepción social de éstas y otras profesiones. Así, todos recordamos cómo algunas series televisivas han sido motivo de aumento de «vocaciones» puntuales, capaces de saturar la demanda de algunas facultades, creando plétoras innecesarias para cubrir las necesidades de una determinada población. El estudio del cine español en sus distintas épocas puede ser un método que permita observar la evolución histórica de la sociedad española y cómo ésta ha percibido las profesiones sanitarias en cada momento. En definitiva, las películas, independientemente de su mayor o menor calidad cinematográfica, deben considerarse como una fuente documental de primer orden.
En el presente trabajo se analizan algunas muestras fílmicas españolas, que conjugan el binomio médico y dentista, mediante la búsqueda en su argumento y desarrollo de matices ilustrativos que definan situaciones de todo tipo.
El espíritu de una raza
Película: Raza (1941). Dirección: José Luis Sáenz de Heredia. Guión: Jaime de Andrade (seudónimo del General Francisco Franco) y José Luis Sáenz de Heredia. Producción: Estado español a través de la Cancillería del Consejo de la Hispanidad. Género: Nacional-catolicismo (bélico-propagandista). Duración: 105 minutos. Música: Manuel Parada. Fotografía: José Aguayo. Actores: Alfredo Mayo, Ana Mariscal, José Nieto, Blanca de Silos, Rosina Medina, Pilar Soler, Manuel Soto.
Argumento
Por las características ideológicas de su guionista, Francisco Franco (bajo el seudónimo de Jaime de Andrade), queremos detenernos con profusión en su argumento ya que define fehacientemente los planteamientos ideológicos y la visión que su autor manifiesta respecto a su idea de lo que debe ser España. La cinta describe la historia de una familia de gloriosos marinos descendientes directos del heroico Cosme Damián Churruca, muerto en la Batalla de Trafalgar. Así, el padre del protagonista, el capitán de navío D. Pedro Churruca, ha muerto en Cuba durante la guerra que España sostuvo con Estados Unidos en 1898 cuando aún era colonia española; una derrota de la que se culpabiliza directamente a la masonería que, para el guionista, disfruta de una situación dominante de la política española del momento. D. Pedro hace lo posible por trasmitir a sus hijos el espíritu de una raza de luchadores en los que el valor, el deber y la Patria deben prevalecer por encima de cualquier otra consideración.
Los hijos del capitán aparecen marcadamente diferenciados en caracteres y actitudes. José hace gala desde su más tierna infancia de ese espíritu transmitido por su padre. No así Pedro, en quien se aprecia una desmedida avidez por aspectos meramente crematísticos y una tendencia a la mezquindad, la trampa y el engaño. Isabel, por su parte, es una niña modelo. José seguirá entonces, como su padre, la carrera militar. Isabel se casará con otro militar y Pedro será diputado republicano y exigirá rápidamente su parte de la herencia familiar para sufragar su carrera política. El cuarto hijo, Jaime, aún un bebé cuando murió el marino, ingresa en una orden religiosa.
Al comenzar la guerra, Isabel y su marido se encuentran en zona nacional mientras Pedro y José se hallan en el Madrid republicano asediado por las tropas franquistas. El primero ocupa un importante cargo aparentemente en las instituciones de defensa de la ciudad. El segundo es capturado a causa de sus actividades «quintacolumnistas» y condenado a muerte; sentencia que su hermano, preocupado únicamente por sí mismo, no intenta revocar. José es fusilado por un pelotón de milicianos de deplorable aspecto, pero un milagro hace que los impactos de bala no lleguen a quitarle la vida. Tras el fusilamiento, el herido necesita un médico urgentemente, que según palabras de su amiga íntima Marisol «ha de ser uno de los nuestros». El médico, como corresponde, vive en una zona representativa de la alta burguesía madrileña; Castellana 12. Después de reconocerle le realiza una cura de primero auxilios y es llevado, bajo un nombre ficticio, a un sanatorio de reposo característico de la sierra madrileña (en el que se atiende a heridos republicanos). En este contexto, una vez curado, ante el deseo de José de pasarse a la zona nacional, el propio médico le indica que debe ponerse en contacto con un dentista, el Dr. Vera, el cual se encargará de proporcionarle documentación falsa y contactos para pasarse a la zona nacional. El estereotipo del dentista es significativo y se nos presenta con aspecto desaliñado, alejado del buen aspecto que presentan los médicos de ideología derechista, posiblemente debido al pasado izquierdista que se manifiesta en el odontólogo y del que se confiesa arrepentido, comprensivo y amable con el herido. José, gracias a la ayuda prestada por el dentista llega hasta el frente norte, donde se encuentra su cuñado, el capitán Echevarría, que siente tentaciones de desertar y cruzar las líneas para reunirse con su esposa, Isabel Churruca y sus dos hijos, atrapados en el Bilbao republicano. José Churruca lo evita, y pronto se resuelve la situación con un desenlace feliz: las tropas nacionales derrotan a las Brigadas Internacionales que defienden la capital vizcaína y la familia se reúne.
Hundido el frente norte, el ejército de Franco se prepara para atacar en el frente de Aragón. En el Estado Mayor de Barcelona encontramos a Pedro, ahora vestido con un uniforme del ejército republicano, preparando la defensa ante el inminente ataque. Pedro debe hacer frente a los prejuicios de un individuo que podría corresponderse con Valentín González, El Campesino, quien afirma que alguien con el apellido Churruca no puede servir debidamente a la causa de la República. Pedro aún no lo sabe, pero instantes después comprobará que el miliciano está en lo cierto: una mujer le visita para pedirle que le entregue una copia del estado de fuerzas en el frente de Aragón para pasárselo a los nacionales. Pedro, escandalizado, le dice que no puede traicionar a los suyos. La mujer le replica que «no es posible que tenga como suyos a los asesinos de su familia y de tantas familias honorables y rectas». Pedro le entrega entonces los planos del frente. Sin embargo, la operación se descubre para regocijo del jefe miliciano y los planos no llegan a poder de los nacionales. Enfrentado a la muerte, Pedro parece recuperar ese espíritu de la familia Churruca y anuncia la victoria de los hombres de bien, representados por el ejército de Franco.
La película concluye con el desfile de la victoria en Madrid, presidido por Franco, al que asisten los supervivientes de la familia Churruca.
Comentario
La película fue rodada en 1941, cuando parecía inevitable la victoria del Eje. En 1950, en un clima político mundial completamente diferente derivado del triunfo de los aliados, se decidió reformar la película para hacerla más acorde con los vientos políticos imperantes en el mundo occidental. Según Roman Gubern (4), la excusa aducida fue que simplemente se quería resincronizar una nueva sonorización, cosa que se hizo, aunque además se cambiaron líneas del guión e, incluso, se eliminaron algunas secuencias en las que la implicación a la simbología e ideario falangista resultaban muy evidentes. En esta segunda versión el título fue cambiado por el de «Espíritu de una raza» (figura 1).
La película fue estrenada en el Palacio de la Música de la Gran Vía de Madrid el 5 de enero de 1942 como atestigua la imagen de su programa de mano (figura 2) (5).
Durante todo el desarrollo de esta cinta, los republicanos aparecen como sembradores del desorden con una clara intencionalidad de influir en el espectador. Aunque la película comienza en tono familiar, distendido e integrador, diversos recursos, entre los que destacan los musicales, consiguen incrementar la sensación de inquietud con el refuerzo de imágenes de periódicos y publicaciones en los que aparece la proclamación de la República y los comienzos de los desmanes sociales. Escenas intercaladas de desgracias familiares y desgracias paralelas refuerzan estas sensaciones.
Respecto al papel del médico, su figura resulta muy bien tratada tanto en su aspecto profesional como social e ideológico. Por el contrario, la figura del dentista aparece menos prestigiosa atribuyéndole incluso un «pasado ideológico incorrecto» que trata de transmitir una imagen de pecador arrepentido dispuesto a cumplir su penitencia.
De cualquier modo, pese a la situación bélica en la que conviven, tanto el médico como el dentista, aparecen como personajes de importante influencia social en ambos, ya que la enfermedad y la necesidad es imperecedera y universal independientemente de la ideología que se tenga. Gracias a la ayuda del médico y del dentista y, por supuesto, de la «Divina Providencia» José alcanza la zona franquista, como el que alcanza la tierra prometida y, finalmente, desfila frente al «Generalísimo» con uniforme de oficial de regulares en el desfile de la Victoria.
Comedia negra
Película: El hombre que se quiso matar (1942). Dirección: Rafael Gil. Guión: Luis Lucía, a partir de un cuento de Wenceslao Fernández Flórez. Producción: Cifesa. Género: Comedia. Duración: 70 minutos. Música: José Ruiz de Azagra. Fotografía: Isidoro Goldberger. Actores: Antonio Casal, Rosita Yarza, Manuel Arbó, Xan Das Bolas, José María Prada, Camino Garrigo, Irene Más.
Película: El hombre que se quiso matar (1970). Dirección: Rafael Gil. Guión: Rafael J. Salvia, a partir de un cuento de Wenceslao Fernández Flórez. Producción: Coral P.C. Género: Comedia. Duración: 91 minutos. Música: Manuel Parada. Fotografía: José F. Aguayo. Actores: Tony Leblanc, Antonio Garisa, Elisa Ramírez, Rafael Alonso, Emma Cohen, Aurora Redondo, Goyo Lebrero, José Sacristán, Julia Caba Alba, Mary Begoña, Manuel Arbó, Alfonso del Real, Gabriel Llopart.
Argumento
En la versión de 1942 Federico Solá, un joven arquitecto en graves apuros, es un hombre probo que no puede enfrentarse con honradez al «mundo injusto» que lo rodea y ve cómo el puesto que le habían prometido en una fábrica de cementos se lo dan al hijo del dueño. Entonces, su novia Juanita le abandona y la única salida que le deja es el lamento nihilista «La vida es completamente estúpida. El mundo carece de razón y de sentido. Esta Tierra en la que vivimos es una gigantesca mentira», de forma que en último término, el suicidio parece ser la única solución. Tras algunas tentativas iniciales para llevarlo a cabo, totalmente frustradas, decide hacer públicas sus intenciones, anunciando su adiós definitivo en un plazo de tres días. A partir de ese momento, comienza un camino hacia el «Más allá del bien y del mal» con el que logrará finalmente (dando este rodeo por el «lado oscuro») el triunfo social que se merece.
En una segunda versión, el protagonista es Federico, al que le van muy mal las cosas: ha perdido su empleo de profesor de latín, su novia le ha dejado por un protésico dental por lo que, fiel al guión descrito, decide matarse. Tras una serie de intentos coronados por el fracaso, incluido el de arrojarse por el acueducto romano de Segovia, decide sacar partido de su decisión y desquitarse de una sociedad que le ha sido hostil. De este modo, se gana el respeto a través de inducir miedo en los que le rodean puesto que ya no tiene nada que perder. A partir de ese momento, Federico trata de convertirse en un ser despiadado y provocador pues su muerte está próxima y, por esa misma razón, nadie se atreve a contradecirle y todos se esfuerzan en hacerle más agradable el tiempo que le queda de vida (figura 3).
Comentario
La película surge de la colaboración de dos personajes especiales cuya actuación en plena Guerra Civil fue muy controvertida. Así, Rafael Gil hacía documentales para el bando republicano y a Wenceslao Fernández-Flórez le salvó su estancia en Holanda y su relación con Indalecio Prieto. Pero, de cualquier forma, al final de la contienda montaron este divertido filme en el que rompen convencionalismos, sacando las ventajas de la desesperación de ser un suicida.
Hemos incluido esta película y su secuela, puesto que el argumento surge como consecuencia de que el protagonista toma la decisión de suicidarse a consecuencia de que su novia le deja para irse con un protésico dental. A este respecto, la figura del protésico dental aparece como un tipo con gran poder adquisitivo que, incluso, le permite tener coche. En los primeros años de la posguerra española poseer un vehículo era todo un símbolo de poder, no sólo económico sino también social, ya que además se necesitaba tener relaciones sociales y políticas para su acceso cuando el automóvil era de importación. El protésico dental aparece como un personaje económicamente potente. Esta situación reflejaba cómo la escasez de profesionales de la boca hacía que su cotización fuese elevada, aunque sólo fuera desde un punto de vista económico. En la versión del año 1970 puede apreciarse incluso como este representante de la clase media disfruta de un coche de alta gama como fue el
Dodge Mónaco Two Door Hardtop de 1967 (figura 4) y que este detalle fuese uno de los motivos por los que la novia le abandona, llevándole a situaciones tan límites como para plantearse el suicidio.
Sátira «Berlanguiana»
Película: Plácido (1961). Dirección: Luis García Berlanga. Guión: Rafael Azcona, Luis García Berlanga, José Luis Colina, José Luis Font. Producción: Jet Films. Género: Comedia. Duración: 89 minutos. Música: Miguel Asins Arbó. Fotografía: Francisco Sempere. Actores: Cassen, José Luis López Vázquez, Manuel Alexandre, Elvira Quintillá, Mari Carmen Yepes, Amelia de la Torre, José Orjas, Agustín González, Juia Caba Alba, Julia Delgado Caro, Luis Ciges.
Argumento
Figura 5. Cartel de la película Plácido. |
Plácido es dueño de un motocarro. Al pobre Plácido le vence justo el día de Nochebuena la última letra para saldar el pago de letra de su vehículo de tal manera que toda la película se desarrolla en torno a las vicisitudes que el buen hombre tiene que sufrir para cumplir el plazo antes de que intervenga el notario. Mientras tanto, una «subasta de pobres», de acuerdo al principio de «ponga un pobre en su mesa» en Navidad, satiriza el espíritu hipócrita de la burguesía de una capital de provincia. Plácido y su motocarro son los encargados de transportar algunos pobres a los hogares de algunos de estos benefactores. Durante la trama uno de los pobres se pone «malo» en casa de los Helguera (los de la ferretería), el primero en atenderle es un abogado hipocondriaco que no le encuentra el pulso y mientras viene el médico deciden avisar al dentista que vive en el piso de abajo. Para cubrir las apariencias deciden encamar al enfermo; primero se sugiere que sea en la habitación de la criada, pero como esperan unas visitas de «importancia» optan por llevarlo al dormitorio principal, aunque perfumado con insecticida «para evitar su mal olor». En la siguiente escena aparece el dentista, que es un hombre algo grueso, calvo y de cierta edad, que se encuentra en su piso en bata y que, por supuesto, también tiene un pobre cenando cuando recibe el aviso por el patio. Un comentario respecto a la prótesis que lleva su anciano perro introduce un matiz esperpéntico en la escena. La comicidad de la situación se completa cuando el dentista se pone su bata corta y provisto de un fonendoscopio sube al piso donde le justifican que lo han llamado puesto que aún no ha llegado el médico, a lo cual él responde que la odontología es una gran especialidad de la medicina y que por eso lo atiende. De cualquier modo el dentista determina que el pobre ha tenido un infarto y decide ponerle una inyección. Una escena de matrimonio «in articulo mortis» para evitar que el enfermo muera en pecado mortal completa la escena, de tal forma que el dentista actúa como testigo de esa ceremonia pues no en balde es un profesional que disfruta de un prestigio socialmente garantizado. Por este motivo se le pide al dentista que certifique la muerte, a lo cual responde que no está autorizado para ello. A partir de ese momento se decide realizar un traslado clandestino del cadáver en el motocarro de Plácido con destino al domicilio con el fin de evitar problemas legales.
Comentario
El inicio de una nueva década supone un cambio de perspectiva en el cine de Luis García-Berlanga; el encuentro y el comienzo de la colaboración con el guionista Rafael Azcona le aporta una nueva visión del mundo que le rodea, algo que le permitió al realizador valenciano evolucionar como cineasta. Así, «Plácido» fue el primer largometraje junto a Azcona y la ironía tendría desde entonces una enorme presencia en el resto de su filmografía. Tanto Azcona como Berlanga, dos voces distintas bajo un mismo discurso, conectaron profundamente ya que ambos estaban influidos por el movimiento neorrealista que venía desde Italia. Ambos autores tenían en común el interés por retratar al mismo tipo de personajes, los fracasados de la vida.
El filme «Plácido» intenta aparentar ser una comedia ligera, amable e inocente que bajo sus capas de significado esconde un fondo satírico y mordaz en el que parecen distinguirse personajes positivos y negativos; una situación que se diluye ante la realidad de que estos individuos se mueven por egoísmo o hipocresía. Varios simbolismos escénicos pueden interpretarse en algunas secuencias como es el hecho de la diferenciación de las distintas clases sociales en función de su colocación en las casas de sus protagonistas. Las familias burguesas se localizan al final de largas escaleras que conducen hacia arriba, mientras que la familia del protagonista, Plácido, de muy bajo estrato social, debe bajar las escaleras que conducen a su vivienda.
El motivo de su inclusión en esta revisión se deriva del protagonismo que el dentista tiene en el argumento y cómo se acepta el principio: a falta de médico bueno es el dentista, «que algo sabrá».
Nos gustaría resaltar cómo la figura del dentista aparece en la película como un sustituto del médico, aunque socialmente en un escalón de menor reconocimiento. Los guionistas nos muestran una figura acertada del dentista de la época (1961). Su fisonomía y aspecto son acertados; varón de edad media y titulación profesional de odontólogo. Hay que recordar que los dentistas titulados antes de 1944, año en que se creó la Estomatología, eran odontólogos y que la Odontología se fue extinguiendo (la titulación obligatoria fue la de médico- estomatólogo), hasta que en el año 1986 se volvió a establecer el título de odontólogo, independiente del de médico, con lo cual el dentista de la película, al ser exclusivamente odontólogo no podía ejercer ni certificar como médico.
La censura del momento no parece haber sido consciente de la ácida crítica social que se ocultaba entre líneas, permitiendo la realización del filme, que en un principio iba a ser titulado «Ponga a un pobre en su mesa» y que hubo que cambiar por ser peyorativo para la imagen de España. La repercusión de la obra y la superación de la censura abrió las puertas a un nuevo estilo que se definiría como «Berlanganismo». Con «Plácido» nos enseñaron a reírnos de nuestras miserias, todo sutilmente sugerido, para que se quede en nuestro subconsciente, permitiéndonos conocer la verdadera esencia de aquella sociedad y quizá también de la actual. Se da la circunstancia de que esta cinta estuvo nominada para los Oscar como mejor película de habla no inglesa en 1962 y para muchos es quizás una de las mejores películas de la historia del cine español (figura 5).
Dentista con hábito
Película: Fray Escoba (1961). Dirección: Ramón Torrado. Guión: Jaime García Herranz. Producción: COPERCINES (España-México). Género: Drama histórico religioso. Duración: 101 minutos. Música: Manuel Parada. Fotografía: Ricardo Torres. Actores: René Muñoz, Alfredo Mayo, Esther Zulema, Félix Dafauce, Jesús Tordesillas, Juan Calvo.
Argumento
En la Lima de finales del siglo XVI vive Martín con su madre y su hermana. Martín es un niño mulato de corazón noble y puro que sólo vive para hacer y desear el bien a los demás incluyendo a aquellos que lo denigran y maltratan. Ese es el concepto de felicidad para Martín, que idolatra a su héroe, Jesucristo. La vida de Martín cambiará cuando sea reclamado junto a su hermana por su padre, un poderoso hidalgo español, que se ocupará de su educación. Pasarán los años y Martín, ya formado, regresará junto a su madre. Martín ha recibido una buena y costosa educación, pero sigue con su ideal de darlo todo por y para los demás; esto le llevará a ingresar en el Convento de los Dominicos, donde entrará rechazando la gran fortuna de su padre y comenzando por el escalón más bajo: barriendo el suelo (figura 6).
Pero esta vida para Martín es la felicidad y, a partir de ese momento, convertirá la escoba en un símbolo, a la vez que su fama irá creciendo debido a sus buenas obras.
Comentario
San Martín de Porres aprendió los oficios de barbero y cirujano y era conocedor de muchas artes de la medicina. En plena juventud decide hacer aquello para lo que nació, es decir, servir a los demás y hacer el bien. Para ello entra en el convento de Rosario de Lima y allí desarrolla toda su obra dirigida al cuidado de enfermos, mendigos y niños. Para ello fundó el Asilo de Santa Cruz. Vista en la actualidad, la película puede parecer meliflua, dada la ingenuidad e inocencia con la que se manifiesta el protagonista. Algunas escenas son muy representativas de la personalidad de su protagonista, como aquella en la que Fray Cirilo, un fraile de edad avanzada, se queja al prior de que Fray Escoba no limpia adecuadamente su celda. Otro fraile advierte a Martín del hecho mientras este atiende a un herido y le recuerda que Fray Cirilo «no admite bromas». Fray Cirilo, incluso, llega a insultarle gravemente, pero al darse cuenta de la agresión y arrepentido de su comportamiento, le indica que deje de barrer y baje a atender a los enfermos que le esperan empleando un tono de disculpa. En una de las escenas Martín, como buen cirujano-barbero, ejerce extrayendo una muela (figura 7).
Esta película ha sido incluida en este artículo porque, aunque la figura de los religiosos y religiosas sanitarios es muy frecuente observarla en el cine español, no es habitual, en cambio, contemplar a estos personajes ejerciendo una labor odontológica. Sirva asimismo este recuerdo para homenajear y reconocer los méritos de todos aquellos médicos y odontólogos que actualmente forman parte de organizaciones de carácter altruista, dedicados a atender a los más desfavorecidos, movidos por sus ideales de ayuda al prójimo.
BIBLIOGRAFÍA:
1. Herreros Ruiz-Valdepeñas, B. El médico en el cine anatomía de una profesión. T&B editores Madrid 2011.
2. Ambrad Chalea, A. (Estudiante de 12 grado del Colegio Jorge Washington – Cartagena). La Importancia de la Medicina en la Sociedad Moderna en: Correo del Heraldo. http://www.encolombia.com/heraldomed22-22700correo.htm.
3. Triana Estrada, J. La ética: Un problema para el odontólogo. Acta Bioethica 2006; 12 (1): 75-80.
4. Gubern R, Font D. Un cine para el cadalso. Euros, S.A. Barcelona, 1975.
5. Utrera, R. Raza, Novela de Jaime de Andrade Pseudónimo de Francisco Franco. Anales 2009; 21: 213-30.
ARTÍCULO ELABORADO POR:
– Dr. José Santos Carrillo Baracaldo, Médico estomatólogo, Profesor titular de la Universidad Europea de Madrid en la Facultad de Ciencias Biomédicas.
– Dr. Enrique Vivas Rojo, Médico-Profesor en la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Europea de Madrid