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Francisco Canivell y su implicación en la cirugía bucal

López-Silva MJ. Máster en Cirugía Bucal. UCM / Martínez-González JM. Profesor Titular de Cirugía Maxilofacial. UCM / Donado Rodríguez M. Catedrático de Cirugía Bucal y Maxilofacial. UCM. Madrid

I. Su vida.
Para su estudio biográfico, tomaremos como referencia el Elogio Póstumo que le dedicara Francisco Ameller en marzo de 1798.

Así, sabemos que nació en Barcelona, en cuya catedral fue bautizado el 5 de abril de 1721; hijo de José Canivell y Ángela Vila. Residió en Francia, donde aprendió, además del idioma, el “arte de curar”.

Fue alumno de la Universidad de Cervera, y posteriormente se incorporó a los cuerpos facultativos del ejército, prestando sus servicios en numerosas contiendas, al tiempo que iba pasando los grados de Ayudante Segundo a Primero, para alcanzar el de Cirujano Mayor del Regimiento de Asturias.

Conocedor de su trayectoria, Pedro Virgili lo propuso para ocupar la plaza de Bibliotecario del Real Colegio de Cirugía de Cádiz, cargo que asumió el 20 de septiembre de 1749. Tras este nombramiento contrajo matrimonio con Feliciana Beau, con quien llegó a tener doce hijos.

Aprovechó esta oportunidad para progresar en sus estudios, y Ameller relata que incesantemente se le veía aplicado a la lectura. El 16 de septiembre de 1755 fue nombrado Ayudante de Cirujano Mayor.

En el cumplimiento de sus funciones realizó diversos viajes, al parecer llegó hasta Veracruz y La Habana. También estuvo en Marruecos, donde asistió al hermano del emperador marroquí, así como al insigne Jorge Juan, a la sazón, embajador español en dicho reino.

El 8 de febrero de 1769 fue nombrado Cirujano Mayor de la Real Armada, y Vicepresidente del Real Colegio de Cirugía de Cádiz, pensemos que Virgili, presidente del Colegio, no residía en la ciudad. Tras el fallecimiento de éste, Canivell fue relevado de su cargo, a favor de Oromí, el 8 de marzo de 1777, aunque fue repuesto el 4 de octubre de 1779.

Como parte de su labor en el Colegio, llevó a cabo diversas reformas en los planes de estudio, y creó un fondo, que él mismo subvencionaba, para la adquisición de nuevos libros, instrumentos o maquinaria.

También revalidó la orden de embarcar a un facultativo en todos los buques, incluidos los comerciales; e instó a Carlos III a conceder un uniforme concreto a todos los Cirujanos de la Armada, con las distinciones de sus grados; aunque uno de sus principales logros fue la creación de un Montepío de Viudas e Hijos de Facultativos de la Armada.

Durante su presidencia tuvo que ausentarse en varias oportunidades para participar en otras nuevas contiendas, dejando como representante suyo a uno de sus yernos, el célebre Francisco Villaverde.

Ameller lo describe como “modesto con circunspección, serio sin altanería, afable sin familiaridad, tratable con decoro”. Su fama como cirujano de la Armada llegó a oídos del rey, quien le tenía en alta estimación, condecorándolo en junio de 1790 con el título de noble.

Durante una visita de los soberanos a Cádiz, fue Gimbernat quien les presentó a Canivell, dirigiéndose a la reina en estos términos: “Aquí tiene vuestra Magestad al famoso Canivell”. Esta presentación le valió el nombramiento de Cirujano de Cámara, que se produjo a finales de 1795.

En febrero de 1797 enfermará, convenciéndose a sí mismo de que se trataba de un proceso terminal. Relata Ameller que después de despedirse de los suyos, reiteró a sus discípulos “el encargo de ser constantes en la profesion, que han abrazado (…), que miren (…), por el honor de la Cirugía”, falleciendo el 4 de marzo de ese mismo año.

II. Su producción bibliográfica. Aspectos referidos al
territorio oral

Dos fueron las obras que este autor dio a la imprenta, para el uso de los alumnos de los Colegios de Cirugía.

La primera de ellas salió a la luz en 1763 con el título de Tratado de Vendages y Apósitos. Se trata de un volumen recopilatorio en el que se exponen los vendajes que se utilizan más habitualmente para las distintas patologías del organismo; y es el primero de estas características que se publica en el s. XVIII. La segunda es el Tratado de Heridas por Arma de Fuego de 1789, donde expone las generalidades y particularidades del tratamiento de estas lesiones.

“El Tratado de Vendages y Apósitos”
Se trata sin duda del escrito más difundido de este autor. Una idea de su importancia nos la puede dar el hecho de que veinticuatro años después de su publicación, en 1787, era uno de los dos únicos tratados de autor español que figuraba en el plan de estudios del Colegio de Cirugía de San Carlos, siendo la otra el tratado de Velasco y Villaverde (Figura 1). Asimismo, es impresionante la cantidad de reediciones que tuvo, hasta siete, datando las últimas de ellas de 1809 y 1821.

Comenzará este trabajo describiendo los principales elementos con los que se puede elaborar un vendaje, para continuar desarrollando los principales en un característico orden descendente, desde aquellos que se utilizan en la cabeza hasta los utilizados en el resto del organismo. Al final, contiene unas láminas demostrativas dónde se hallan plasmados los vendajes descritos en el texto (Figura 2).

Entre los primeros se encuentran los indicados para la operación del trépano, para las heridas en la frente, para la operación de la fístula lacrimal y para la nariz, etc.

Nosotros nos detendremos en aquellos que afectan más directamente a nuestro territorio, como los necesarios para la operación del “Pico de Liebre” o labio leporino, o para las fracturas simple y complicada de mandíbula.

Para la operación del Pico de Liebre propone dos vendajes. El primero (Figura 3) de ellos se realizará con una venda “de vara y media de largo, y pulgada y media de ancho” (1) que había de ser cortada en cuatro cabos, conservando unas tres pulgadas sin cortar en su parte central. Esta era la zona que se aplicaba sobre el labio intervenido, mientras que los cabos superiores eran conducidos por debajo de ambas orejas hacia la zona occipital, donde se cruzaban para volver a la frente, lugar en el que eran anudados; mientras los cabos inferiores se encaminaban por encima de las orejas para seguir una ruta similar.

El segundo se ejecutaba de la misma manera (Figura 4), aunque debía ser realizado con una venda más ancha, que contenía en su centro una abertura proporcional a la boca del paciente, para colocarlo sobre ambos labios. El recorrido de los cabos superiores e inferiores se realiza como en el ejemplo precedente.

Recomendará igualmente diversos vendajes para la fractura mandibular, advirtiendo previamente que en el caso de existir una herida asociada, habrá que tratarla adecuadamente.

El primero de ellos (Figura 5) se confeccionaba con una venda de siete cuartas de largo y tres pulgadas de ancho, en la que era necesario formar unos cabos, como en los casos anteriores, dejando el centro sin cortar, aunque se practicaba en este una abertura de alrededor de tres pulgadas. Esta franja estaba destinada a ser adaptada sobre la sínfisis, mientras que los cabos superiores e inferiores debían enrollarse de la misma manera que el caso del labio leporino.

Un tipo distinto de vendajes destinado al tratamiento de la fractura mandibular lo constituían los denominados cabestros. Para realizar el cabestro simple (Figura 6) era necesaria una venda de seis varas de largo y pulgada y media de ancho, totalmente enrollada sobre sí misma. Uno de sus extremos se aplicaba en la parte posteroinferior de la cabeza “haciendo dos circulares iguales alrededor de ella”. Al llegar a la sien del lado enfermo debe cambiarse el plano de giro para llevar la venda desde allí hasta el mentón y subir hasta el vertex, dando de este modo tres vueltas hasta volver a la mandíbula del lado sano, lugar en el que se vuelve a transformar el plano de giro para dirigir la venda hacia el occipital y continuar con las vueltas hasta agotar el tejido.

Para el cabestro doble (Figura 7) era necesaria una venda de una anchura similar, aunque de una mayor longitud, ocho varas de largo, “arrollada en dos globos”. El centro de la misma se apoya debajo de la mandíbula y ambos extremos suben por las sienes hasta el vertex, donde cruzándose, vuelven hacia la mandíbula formando de esta manera tres circunvoluciones. Tras alcanzar la sien, se dirige el vendaje hacia la parte posterior de la cabeza, donde se cruzará para dirigirse a la frente, y tras dos vueltas de este modo, se ejecutarán otras dos dirigiéndose hacia la mandíbula, completando el resto del vendaje dando vueltas alrededor de la cabeza.

“El Tratado de Heridas por Arma de Fuego”
Esta obra de 1789 (Figura 8) está dividida en tres secciones. En la primera, “De las heridas de Armas de Fuego en General”, da las principales directrices para su tratamiento, que consistirá, someramente, en la limpieza de las heridas, extracción de cuerpos extraños y vendaje de las mismas.

La segunda parte, titulada “De las Contusiones hechas por Armas de Fuego en Particular”, descubre las principales de las mismas, de nuevo siguiendo un orden anatómico descendente. La tercera, “De las Heridas de Armas de Fuego en Particular”, está dividida en veinte artículos, que van resumiendo, en el mismo orden, las heridas que nos ocupan. En estas dos últimas secciones podemos encontrar el relato de multitud de casos clínicos extraídos de su práctica como cirujano en numerosas campañas; y será en la última de las mismas donde podamos encontrar una referencia a las heridas en maxilar y mandíbula.

Respecto a las heridas en el maxilar, expone “que si alguna porción de hueso estuviera derreglada (…), se repondrá en su lugar, lo que se practicará igualmente con las muelas”. A continuación, deberá tratarse la herida siguiendo la forma habitual antes descrita.

Cuando una herida fractura la mandíbula, “siempre que las piezas se repongan bien, se logrará su reunion, pues que en esta parte el suco huesosos hace grandes progresos”; advirtiendo que en unas seis semanas “queda hecha la reunion”. Recomienda, eso sí, realizar unos enjuagues detersivos, compuestos por un “Cocimiento de Cebada, y Miel colada infundiendo en este el Llanten, la Agrimoria, y un poco del agua vulneraria”. Prescribe además para estos enfermos reposo, las sangrías suficientes, y el uso de un pistero para alimentarse.

Ilustra este apartado con un caso clínico; el de un soldado que padeció una herida de bala con orificio de entrada en la zona del cuerpo mandibular derecho, y de salida hacia la zona izquierda de la sínfisis mandibular.

La primera medida que se tomó fue la de contener la hemorragia; y tres días después se le practicó la extracción de las esquirlas óseas, tratándose la herida con aceite rosado y aguardiente alcanforado, y cubriendo todo con unas compresas que a su vez fueron contenidas por un vendaje; conjunto éste que se renovaba cada tres días. Relata Canivell que “en seguida las supuraciones fueron abundantes arrastrando consigo infinidad de fragmentillos de hueso”. Parece pues, que estamos hablando de una osteomielitis.

Esta situación comenzó a remitir a las tres semanas, aunque por espacio de dos meses continuó la supuración, tanto hacia el exterior como hacia el interior de la boca, “arrastrando siempre en las salidas de las materias algunas esquirlas de hueso”. A pesar de ello, después de ocho meses las piezas separadas [quedaron unidas] “de tal modo, que podía comer con firmeza, con todo que perdió las tres primeras muelas del lado de la entrada de la bala, y no le quedó mas disformidad que la simple cicatriz”.

III. Conclusiones
Hemos tratado de aproximarnos a la figura y a la obra, en aquellos aspectos más relacionados con nuestro campo, de una personalidad fundamental en la historia de la cirugía de nuestro país.

Además de su labor al frente del Colegio de Cirugía de Cádiz, renovando los planes de estudios, buscando la incorporación de las nuevas tecnologías y publicaciones, impulsando el desarrollo del cuerpo de cirujanos de la armada y creando el Montepío para viudas y huérfanos de dicho cuerpo, llevó a cabo una importantísima labor asistencial prestando sus servicios en numerosas contiendas, experiencia que volcó en sus tratados didácticos, que aunque escasos en número, fueron en su tiempo muy reputados, e incluso hoy día conservan parte de su validez.

De ellos hemos recordado las referencias a aspectos que en nuestro campo fueron abordados, como son los vendajes para el labio leporino o la fractura mandibular, así como las heridas por arma de fuego que interesan al maxilar o a la mandíbula. v

Bibliografía
1. López-Piñero y cols. Diccionario Histórico de la Ciencia Moderna en España (Vol. I). J.M.

2. Guerra F. Las Heridas de Guerra. Contribución de los Cirujanos Españoles en la evolución de su Tratamiento. Santander, 1981.

3. Ariño Lambea MP. Vida y obra de Francisco Canivell (Resumen de Tesis Doctoral). Barcelona.

4. Cabrera Alfonso JR. El libro médico-quirúrgico de los Reales Colegios de Cirugías Españoles en la Ilustración. Servicio de publicaciones de la Universidad de Cádiz. Cádiz, 1990.

5. Ameller CF. Elogio Postumo de Don Francisco de Canivell y de Vila. Cádiz, 1798.

6. Canivell F. Tratado de Vendages y Apósitos. Barcelona ,1763.

7. Canivell F. Tratado de Heridas por Arma de Fuego. Cádiz, 1789

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