En plena era de la digitalización, gran parte de lo que hacemos debe pasar por este proceso al que llamamos «transformación digital». El acceso a herramientas de digitalización como el escáner intraoral (Figura 1), el CBCT (Figura 2) o el Facescan, así como el uso de software cada vez más asequible y accesible, ofrecen la posibilidad -y casi la obligación- de planificar las cirugías desde la óptica de lo que se quiere rehabilitar que, en el caso que nos ocupa, es la pérdida de función y estética del diente. En última instancia esto es lo que el paciente solicita y aquello por lo que valorará los resultados. De este modo, el cómo se va a hacer (es decir, la propia cirugía) pasa a un segundo plano.
Según esta premisa, todo gravita alrededor de lo que se quiere conseguir, todo el proceso se valora en función del objetivo de rehabilitar la dentadura de los pacientes; de restituir la estética y la función que se han perdido. Por ello, la parte más importante del proceso es realizar con todas estas herramientas de digitalización un prototipo (waxup) que sea lo más cercano posible a la rehabilitación final y que ayude a determinar qué se debe hacer y de qué manera. La clave es la predictibilidad.