A propósito de un caso
Desde la antigüedad existen evidencias arqueológicas del intento de reponer dientes perdidos mediante la inserción de objetos que reemplazasen las piezas perdidas. Posteriormente, los primeros textos odontológicos describen casos de reemplazo dental mediante «implantes», sin embargo, la alta tasa de fracaso en esta época estableció que el concepto de la implantación constituía una considerable dificultad. Con la llegada de los antibióticos resurgió el uso de implantes dentales, sin embargo, la tasa de fracaso y de complicaciones seguían siendo muy altas, lo cual hizo que la Implantología se considerase una práctica dudosa y poco predecible, por lo cual cayó en el olvido.
El reemplazo clínico de la dentición natural perdida mediante implantes osteointegrados representó uno de los mayores avances en la Odontología protésica durante la segunda mitad del siglo XX. Comparado con el resto de disciplinas odontológicas, la Implantología ha evolucionado de manera mucho más rápida en cuanto al desarrollo de nuevos sistemas de implantes, la mejora o la aparición de nuevos medios diagnósticos y en la descripción de nuevas técnicas quirúrgicas. Branemark et al., en Suecia, introdujeron el concepto de osteintegración, mediante el cual la función de los implantes dentales podía ser predecible a largo plazo siempre que se siguiera un estricto protocolo quirúrgico en dos fases (1), que consiste en la colocación de implantes de titanio que se dejan sumergidos durante la fase de cicatrización durante un periodo de tres o cuatro meses en mandíbula y hasta seis u ocho meses en maxilar, dependiendo de la calidad ósea. Tras este periodo se descubren los implantes y se realiza la rehabilitación protésica.