Resumen
En los últimos años están siendo comercializados nuevos implantes cortos, más cortos que los implantes convencionales ya considerados cortos. A los clínicos, esta nueva propuesta nos plantea también nuevas preguntas: ¿son realmente útiles estos implantes tan cortos?; ¿nos servirán para simplificar los tratamientos cuando el hueso disponible es escaso?; ¿cuál va a ser su supervivencia a medio y largo plazo? y ¿cuál será su respuesta en caso de pérdida ósea marginal?.
A estas preguntas vamos a responder en el presente artículo a través de una doble vía:
– nuestra propia experiencia personal y, a la vez,
– la revisión actualizada de la documentación científica disponible.
El trabajo se centra en el maxilar posterior atrófico, tratando de comparar en él las indicaciones de los implantes cortos frente a otras alternativas de tratamiento.
Introducción
Los implantes dentales se han convertido en los últimos 25 años en una terapia óptima para la sustitución de dientes perdidos. Una de las dificultades que nos encontramos son las situaciones con disponibilidad ósea limitada. Para la resolución de estos casos, se han descrito múltiples técnicas quirúrgicas: injertos óseos, regeneración ósea guiada, distracción osteogénica, elevación de seno maxilar, elevación de suelo nasal, transposición del nervio dentario, implantes angulados o implantes zigomáticos, entre otras. Todas ellas han demostrado cierta tasa de éxito clínico, si bien en algunas faltan datos para confirmar su predictibilidad, y la mayoría conllevan una mayor complejidad terapéutica (1).
Los implantes cortos han sido propuestos como una alternativa ventajosa para estos casos, con el hipotético beneficio de reducir la morbilidad del tratamiento, así como su dificultad, su duración y su coste. Desde siempre, los implantes largos se han considerado más fiables que los cortos, puesto que poseen mayor superficie de contacto con el hueso y una proporción corono-implante menor y, por lo tanto, más favorable.
En los últimos años se han introducido nuevos tratamientos de superficie para mejorar la oseointegración, así como nuevos macrodiseños mejorados para compensar la disminución de la longitud de los implantes. Además, los estudios de Lum en 1991 con análisis de elementos finitos, demostraron que la mayor parte del estrés de las cargas oclusales se transmite en la porción cervical del implante, y pocas fuerzas van a llegar a la porción apical del mismo, por lo cual la longitud del implante sería un factor menos crítico que su diámetro (2).