De siempre se ha dicho que la de periodista es una de las profesiones más peligrosas del mundo. Pero no es cierto; porque ni el corresponsal parlamentario ni el periodista deportivo o el que trabaja en redacción parece que asuman muchos riesgos en su trabajo informativo, de no ser que desempeñen su función en países –por decirlo de una forma sencilla– opacos. Solo hay un tipo de periodismo que justifica esa aserción: el corresponsal de guerra. Pues a partir de ahora habrá que incluir la de dentista entre las profesiones peligrosas de verdad, una vez conocida la historia de Cristina Zenato, una italiana enamorada de Bahamas que unió su pasión por el buceo con la de ayudar a los tiburones que se ven afectados por artilugios de los utilizados en la pesca, como sedales, redes y anzuelos, que se quedan enganchados en sus bocas.
Sin título de zoóloga ni odontológico que valga, la buena de Cristina se sumerge en las aguas bahameñas para extraer todo tipo de cuerpos extraños que impiden hacer vida normal a los escualos. Dice la dentista que estos animalitos no son monstruos y de los más seguros para estar con ellos en estado salvaje, que se dejan acariciar como si fueran perritos. Pero, por si acaso, que nunca se sabe, la «dentista» de estos plácidos tiburones nodriza bahameños solo se reúne con ellos tras embutirse en una malla protectora. Trabaja, pero segura.
MAGIA EN LA CONSULTA. Muy otro es el caso de Eyal Simchi, un dentista norteamericano que trabaja en la clínica Riverfront de Elmwood, en el estado de Nueva Jersey, que ha puesto en marcha un método especial para relajar a los niños que acuden a su consulta. Con un sencillo truco de magia, el doctor Simchi se mete en el bolsillo a sus pequeños pacientes que ven en él a un tipo divertido y cercano. Y los resultados, claro, son mágicos, porque el chiquillo, ante la simpática actitud del facultativo muestra su lado más distendido y despreocupado. No sabemos, después del número de magia, cómo continúa la historia, pero nos lo imaginamos.