Debido a la cada vez mayor presencia de pacientes adultos en Ortodoncia, una de las mayores inquietudes y demandas de nuestro tiempo consiste en reducir los tiempos de tratamiento mediante la aceleración del movimiento dentario.
Esto podría reportar al ortodoncista y al paciente numerosas ventajas como son: la disminución del tiempo de tratamiento, la posibilidad de una reducción en el número de episodios de gingivitis, caries y descalcificaciones asociados a tratamientos largos, un menor impacto en la calidad de vida del paciente y su estética facial y la reducción de posibles reabsorciones radiculares (1,2).
El movimiento ortodóncico es inducido por estímulos mecánicos y facilitado por la remodelación del ligamento periodontal y el hueso alveolar. Una condición necesaria para estas acciones de remodelación ósea y para el consecuente movimiento dentario es la aparición de un proceso inflamatorio.
Existen una serie de fenómenos electroquímicos, vasculares y celulares asociados a este proceso inflamatorio y desencadenados por las fuerzas de tensión y presión aplicadas en Ortodoncia. En este proceso se ha demostrado la interacción de numerosos mediadores de la inflamación y de factores de crecimiento, cuya intervención permite asumir la activación y respuesta celular. Estos biomediadores y marcadores inflamatorios intervienen no sólo en la activación de osteoclastos y osteoblastos durante el remodelado óseo, sino también, en la regulación de la velocidad del movimiento dentario (3).