Introducción
Desde el año 2007 que comencé a trabajar con los sistemas de autoligado, inmediatamente me di cuenta de que había comenzado una nueva etapa en el desarrollo de mi ejercicio profesional. Los brackets convencionales que estábamos utilizando hasta entonces dejaron paso a los de autoligado, adquiriendo auge los términos de baja fricción, mayor confort e higiene (1); los arcos superelásticos de níquel-titanio mejoraban sus propiedades termoreactivas al incorporar el cobre en su aleación, que, entre otras propiedades, desarrollaban fuerzas ligeras constantes y predecibles; y, por último, ante la necesidad de realizar extracciones, que en mi caso particular me ufanaba de no sobrepasar el 35%, observé cómo disminuía esta necesidad drásticamente, así como la utilización de elementos auxiliares (BTP, Q-H, etc.) para mantener el anclaje.
Con solo unos pequeños cambios en la filosofía del tratamiento se constata el impacto que sobre el aspecto facial, el perfil y la sonrisa produce este sistema, además de una mayor comodidad y menor esfuerzo en el trabajo diario del ortodoncista, menos molestias para el paciente y acortamiento del tiempo total del tratamiento, pudiendo incluso reducir el número de visitas (2).