InicioClaves multimediaVolver a empezar

Volver a empezar

Resulta curioso que, a pesar de que la informática nos rodea por todas partes (desde las consolas de juego de los más «peques», hasta el ordenador del trabajo), aún carecemos en gran medida de un conocimiento básico de lo que estamos manejando o de lo que estamos abocados a manejar irremisiblemente.

He asistido en más de una ocasión, y normalmente dando apoyo técnico audiovisual, a más de un curso de Odontología y, prácticamente siempre, se trata el tema de la anatomía como elemento básico e imprescindible para el desarrollo de cualquier tema posterior.

Sin embargo, aunque en muchos casos ya se exige a los estudiantes que manejen el ordenador –a través del cual reciben ya muchas comunicaciones oficiales, material didáctico, o se ven obligados a realizar consultas en la web (en más de una ocasión, a «El rincón del vago»)–, suelen tener una idea muy difusa acerca de los fundamentos de la tecnología en sus manos.

Por eso he titulado este artículo «Volver a empezar», porque en algún momento se hace necesario explicar los principios básicos que, si bien parece que no van a responder a cuestiones concretas del día a día –al igual que el profundo conocimiento de la anatomía facial–, nos permiten actuar con mayor seguridad y nos colocan en contexto cuando la máquina no responde adecuadamente.

Aclarar primero que cuando se habla de ordenador, nos referimos tanto a ordenadores como a consolas de juego, teléfonos móviles (inteligentes o no), tabletas, dispositivos con control electrónico y, ahora también, televisores inteligentes (esos que permiten navegar por internet y hacer videoconferencia).

Todos ellos participan de la misma filosofía y suelen presentar los mismos síntomas, ya que en realidad sólo cambia la forma exterior y el tamaño.

Así que empecemos por el principio. Un ordenador consta de tres elementos básicos, un cerebro (el microprocesador), un dispositivo por el que él se comunica con nosotros (la pantalla) y un dispositivo por el que nosotros nos comunicamos con él (el teclado y/o ratón, ya sea real o virtual como la pantalla táctil).

Quizá el momento más crítico en la vida de un dispositivo basado en la informática sea el encendido. De una buena puesta en marcha depende en gran medida el correcto funcionamiento del aparato.

Lo primero que hay que saber es que un ordenador (o cualquiera de sus variantes antes mencionadas) nunca está realmente apagado; para conseguirlo, habría que desconectarlo de la red eléctrica, quitarle la batería si la tuviera y, en su caso, extraer la pequeña pila botón que pudiera albergar en su interior.

Bien es cierto que con esa pila botón es imposible poner en marcha todo el sistema, pero mantiene viva la información que haya sido introducida previamente y que puede «reaccionar» en cuanto el sistema se ponga en funcionamiento, como por ejemplo, la fecha y la hora.

En realidad, las pilas botón están siendo sustituidas por memorias tipo flash similares a la pequeña tarjeta SIM del teléfono móvil, que guardará la información mientras no sea destruida físicamente o por algún evento traumático como un fuerte campo magnético.

Esta memoria es lo que se suele conocer como BIOS (basic input/output system). La BIOS, que se encuentra en el interior, es la que conserva en cierto modo la identidad del aparato, es la encargada de decirle al procesador, cuando éste reciba energía, quién es, qué es, dónde se encuentran las cosas y qué debe hacer a continuación.

Una vez encendido, el procesador sigue un protocolo de comprobación de sus ayudantes (teclado, pantalla, discos duros, puertos USB, etc.); digamos que pasa lista a todos sus ayudantes y, a continuación, empieza la rutina de cargar el sistema operativo.

Como normalmente no se suelen realizar cambios en la BIOS, ya que no es accesible en el funcionamiento normal del día a día, el arranque en frío suele ser una buena medicina cuando el ordenador presenta un comportamiento desordenado. De ahí el chiste de «¿qué hacen cuatro informáticos subidos en un coche si éste no arranca? Se bajan y se vuelven a subir». Esto es lo que se llama normalmente reiniciar, o apagar y volver a encender.

Pero como íbamos diciendo, el ordenador ya está cargando el sistema operativo (y sí, todos los dispositivos electrónicos tienen sistema operativo, hasta los ascensores con memoria).

Los más conocidos son Windows y OS de Apple, pero hay muchos más.

El caso es que si bien es bastante raro que se realicen cambios en la memoria BIOS, en el sistema operativo se hacen continuamente y muchas veces sin darnos cuenta.

Por ejemplo, una de las cosas que podemos considerar más inocentes, como es cargar una tipografía nueva, puede llegar a bloquear el sistema; y, por supuesto, cualquier instalación de programa o plugin de navegador que pida permiso o contraseña altera el sistema operativo, siendo realmente complicado volver atrás una vez que aceptamos.

Normalmente, el resultado de un fallo de sistema operativo suele ser una pantalla de fondo azulado en Windows, o gris en Apple, con el logo en medio. Los fallos de la BIOS, por su parte, suelen resultar directamente en una pantalla negra.

Una vez cargado el sistema operativo, aparecen las ventanas y demás iconos en la pantalla; esto ya en sí es un programa, aunque no hayamos abierto ningún programa aún.

Es decir, estamos en el tercer escalón y, si todo ha ido bien, nuestro dispositivo presentará su aspecto habitual de inicio.

Pero, ¿qué es lo que ha sucedido en las tripas del aparato realmente? Pues bien, tras las presentaciones oportunas de la BIOS (que duran unos pocos segundos si todo va bien), el procesador pone en marcha el disco duro sin saber muy bien para qué; a lo que éste le contesta con algo que puede ser: «Hola, soy un PC y tengo Windows instalado»; el procesador responderá a su vez: «¿Y qué sabes hacer?»; a lo que el disco duro empieza ya a plantear preguntas que el procesador debe responder: «¿Tienes pantalla? ¿Y teclado? ¿Y USB?», etc.

Si las respuestas son correctas, el sistema operativo le dirá qué puede hacer y para qué sirve cada uno de esos elementos, y el procesador lo irá apuntando en la memoria RAM (la que se borra al apagarlo).

Es entonces, cuando abrimos un programa –por ejemplo, el navegador–, en ese momento somos nosotros los que empezamos a plantear cuestiones al procesador. La información recopilada por el procesador anteriormente será utilizada para darnos respuesta y, en el caso de no tener la respuesta, se lo preguntará al sistema operativo, que mirará en el disco duro si hay algo al respecto.

Así que la mitad del tiempo el procesador se las apañará con su memoria de trabajo, RAM, y la otra mitad estará preguntando al sistema.

En este punto, hay que aclarar que no importa la forma o color que tome el disco duro, todos funcionan igual ya sea tarjeta de memoria, CD-ROM, DVD, etc. Pensemos que escribir un teléfono en un post-it, o en una agenda forrada de cuero son la misma cosa: al final, hablaremos con la misma persona.

Lo interesante de tener claros estos conceptos es que da igual el programa que estemos utilizando.

Independientemente de que sea un programa para visualizar radiografías o un programa de archivo fotográfico, o el correo electrónico, el procesador está continuamente preguntando al sistema si eso se puede hacer o no y, en muchos casos, cómo.

Esto es importante porque en muchos casos estamos desaprovechando el sistema, pensando que lo que hacemos es exclusivo del programa que utilizamos, cuando más de la mitad de las funcionalidades no son del programa, sino del sistema.

Así, me he encontrado mucha gente que aún no domina las funciones de copiar, cortar y pegar, cuando actualmente, casi todo (y especialmente en Apple), se puede cortar, copiar y pegar y, además, se puede hacer entre un programa y otro (cuadro Copiar/Cortar/Pegar/Deshacer). Pienso que estas funciones, como muchas otras, han sufrido cierto menosprecio con la llegada de los teléfonos móviles y las consolas de juegos, estoy seguro de que nadie utiliza la función «Deshacer» en un móvil, pero eso es debido a que los móviles y las consolas son ordenadores que pretenden que hagamos lo que ellos quieren, por ejemplo, hacer una foto y publicarla en Facebook inmediatamente o disparar al siguiente enemigo que aparece en pantalla. En cierto modo lo que se pretende es eliminar el error humano o, por lo menos, limitar la acción humana para que no cometa errores; es el primer y sutil paso para dominarnos.

Así que, debido a que el sistema operativo dice lo que se puede o no se puede hacer con la máquina, nuestra acción, en cierta manera, está limitada para «evitar problemas de funcionamiento».

Por supuesto, el sistema operativo ha sido diseñado por unos señores que creen sabérselas todas y que presumen de que las cosas funcionan; y debido a la versatilidad de las máquinas actuales, esto es verdad casi todo el tiempo, pero también tiene sus trampas.

Por ejemplo, cuando el ordenador arranca puede haber un defecto en uno de los componentes. Si no es un problema muy relevante, el arranque seguirá su curso con alguna anotación al respecto en algún rincón del sistema y todo funcionará de maravilla, hasta que toquemos donde no debíamos, por ejemplo, al enchufar un nuevo dispositivo USB.

La realidad es un poco más cruda y es que los dispositivos electrónicos están plagados de errores y cometen errores continuamente, por lo que el sistema operativo con algunas ayudas preprogramadas en otros componentes emplea mucho tiempo en todo tipo de apaños para seguir funcionando. Es lo que se llama el sistema de corrección de errores, que le resta a todo el aparato gran parte de su rendimiento. Desafortunadamente, de vez en cuando, el sistema se ve sobrepasado y entonces el ordenador se «cuelga».

Y aquí es donde entran en juego los listos del patio. La idea es que si hago un programa tan bueno que no necesite corrección de errores, irá el doble de rápido que el de la competencia.

De hecho, los fabricantes de microchips –ya sean procesadores de ordenador, procesadores gráficos o controles de lavadora– normalmente no desaprovechan los componentes defectuosos, o que no cumplen con los estándares de funcionamiento para los que han sido diseñados, sino que los venden para realizar funciones más simples.

Por ejemplo, hay tabletas y teléfonos móviles que equipan los mismos procesadores que algunos ordenadores de sobremesa con doble o cuádruple núcleo, pero de los cuales sólo un núcleo (cuadro «Cómo funciona un circuito lógico») ha pasado las pruebas pertinentes.

Por supuesto, es mucho más fácil eludir la corrección de errores cuanto más limitada es la funcionalidad, y por eso se ha descubierto que, por ejemplo, el iPad 2 es más rápido que un ordenador Apple de sobremesa en algunas funciones de vídeo. Como el usuario no puede hacer ni la mitad de cosas en el iPad, tampoco se espera que haya que corregir tantas cosas.

En próximos artículos seguiremos profundizando en las interioridades del ordenador, veremos con más detalle cómo funciona, por ejemplo, un disco duro, la importancia de la tarjeta gráfica y el manejo que la misma hace del color, y por qué la red Wi-Fi nunca funciona cuando se la necesita.

Así que, de momento, si el ordenador se bloquea, la televisión se queda en negro o el móvil se atasca, ya sabemos lo que hay que hacer: apagar y volver a encender. Confieso que esto me ha pasado hasta con el friegaplatos.

COPIAR/CORTAR/PEGAR/DESHACER
Teclados
Figura 1. En PC las funcionalidades pueden cambiar entre programas, no así en Mac; por ello sólo se han marcado las teclas de uso universal.

Aunque de poca utilidad en dispositivos móviles y consolas de juego –y sospecho que lo quieren eliminar también en los ordenadores–, los comandos de copiar, cortar, pegar y deshacer pueden considerarse el mayor hallazgo de la informática en toda su corta historia.

El uso de estas funcionalidades es para mí una de las razones fundamentales (si no la que más) para decidirme entre el Mac y el PC.

Efectivamente, en el Mac todos estos comandos se pueden realizar sólo con tener el dedo pulgar de la mano izquierda sobre la tecla de Comando (CMD) y utilizar cualquiera de los otros dedos para copiar (C), cortar (X), pegar (V), deshacer (Z), guardar (S), seleccionar todo (A), duplicar (D) o salir de un programa (Q) y, la más desconocida, cambiar de programa usando el Tabulador; mientras que en el PC, para las mismas funcionalidades hay que utilizar la tecla de Control (CTRL), lo cual supone una luxación metacarpiana instantánea.

Así que si estamos en iPhoto y queremos copiar todas las fotos de un álbum a una memoria USB, iremos a iPhoto, abriremos el álbum y Comando+A para seleccionar todo, Comando+C para copiarlo, Comando+Tabulador para ir al Finder (donde tendremos seleccionada la memoria USB en una ventana) y Comando+V: voilà, ni un solo toque de ratón.

La otra opción, por supuesto, es abrir iPhoto, seleccionar el álbum o evento, mover la ventana de iPhoto para abajo para ver la ventana del Finder que corresponde a la memoria USB, mover unas cuantas ventanas más para los lados, navegador, mail, skype, etc., ahora seleccionar las fotos en iPhoto para arrastrarlas al USB, pero como la ventana está medio fuera del monitor tengo que subirla; ya he seleccionado las fotos e intento arrastrarlas, pero ahora la ventana de iPhoto me tapa la ventana del Finder, así que no puedo, me desespero y después de un rato tratando de resolver el puzzle de ventanas, quizá lo logro antes de llegar a la desesperación total.

CÓMO FUNCIONA UN CIRCUITO ´LÓGICO
Transistores
Figura 2. A la izquierda una válvula de vacío comparada con una moneda de euro. En el centro, transistores en diferentes formatos. A la derecha, el equivalente a 731 millones de los de la izquierda.

Un circuito lógico, se llame memoria, procesador o cualquier otra cosa, es un circuito eléctrico que utiliza una única funcionalidad repetida tantas veces como sea necesario.

El método siempre es el mismo y, para resumir, se basa en el descubrimiento del transistor (antes se utilizaron válvulas de vacío, pero no todos disponemos de un estadio de fútbol en el patio de atrás para colocarlas, por no hablar de la factura de la luz).

El transistor es la unidad básica y en términos electrónicos. Sçe conoce por el nombre de puerta, que puede estar abierta o cerrada.

Fue entonces cuando se descubrió que el sistema binario podía servir para algo. Un sistema que aparece por primera vez en La India hace unos 2.300 años; no era tan complicado, tan sólo ceros y unos.

El transistor es básicamente una puerta con picaporte o cerradura, lo que se prefiera.

Así que el transistor tiene tres patas, dos de ellas son los dos lados de la puerta por los que puede pasar la corriente, si la tercera recibe corriente (1) o no (0).

Así que pongamos unos cientos de millones de estos enganchados unos a otros y tendremos lo que llamamos un «Núcleo» y empecemos a abrir y cerrar puertas, por ejemplo, al pulsar una letra en el teclado o al hacer un click de ratón.

Desde este punto de vista, la programación –es decir, seguir el rastro de qué puertas están abiertas y cuáles cerradas–, no parece tan sencillo. Eso sin contar con las puertas que tienen la malvada tendencia a abrirse y cerrarse cuando les apetece, que las hay.

Pero la cosa está a punto de complicarse un poco. Hasta ahora, digamos que todas las puertas estaban en una sola planta –es decir, los procesadores eran planos–, pero ahora a Intel se se ha ocurrido empezar a construir en altura con lo que ellos han denominado un Trigate, así que lo que van a empezar a lanzar este año es algo así como apilar un procesador encima de otro a una distancia de millonésimas de milímetro.

Si pensamos que hasta ahora el procesador con más nucleos tenía seis, uno al lado del otro, y que esta nueva arquitectura puede apilar quizá cientos o miles de ellos, aumentando el grosor quizá en un milímetro o dos, creo que los programadores van (vamos, por la parte que me toca) a tener un poco de trabajo en los próximos años intentando poner orden en todo eso.

ARTÍCULO ELABORADO POR:

D. Iñaki Lauret, Responsable del Departamento de Audiovisuales e Informática de i² Centro i² Implantología Madrid

Artículo anterior
Artículo siguiente

artículos relacionados