InicioNoticias“Esto es lo más importante que me ha sucedido como dentista”

“Esto es lo más importante que me ha sucedido como dentista”

“Creo que el recibir este premio es lo más importante que me ha sucedido, porque lo que yo soy es dentista”. Así se expresaba el profesor doctor Miguel Lucas Tomás al recibir el Premio Santa Apolonia, el mayor reconocimiento de la profesión de odontólogo/estomatólogo a toda una trayectoria profesional, otorgado, además por los propios compañeros.

En su discurso de agradecimiento, hizo referencia a sus lazos familiares que le unen con la Odontoestomatología, comenzando por su abuelo, cirujano dentista, “hijo de un coronel en la Guerra de Cuba que se casó con una cubana y él nació allí, en Cuba”; su padre, médico odontólogo; su hermano Ricardo, médico estomatólogo como él; su hija, Mónica, odontóloga; su hijo Ignacio, médico y odontólogo, e incluso sus sobrinos. “Esto es algo genético. Debemos de tener algún gen loco común, de donde viene el amor que sentimos todos por esta profesión”.

Con gran modestia, el doctor Lucas Tomás atribuyó gran parte de sus méritos al azar, señalando que la enorme suerte que le ha representado “estar en algunos sitios en los momentos adecuados”. Por ejemplo, en la Fundación Jiménez Díaz.
“Don Carlos Jiménez Díaz comenzó a dirigirme la tesis doctoral, ¿hay algo más importante en la vida?, sobre anomalías faciales. Tenía una frase: Nunca me sorprenderé de ver a un dentista que le interesan los cromosomas”. Sin embargo, Jiménez Díaz tuvo un grave accidente y no pudo seguir dirigiendo su tesis.

Hizo el premiado una relación de los profesores que han influido en su vida, como Gómez Orbaneja, con quien estudió Medicina, “me enseño a saber algo de piel y mucho de mucosas”. Y el doctor Sánchez Cascos y el doctor Llorens.

Operó con Bernardino Landete durante los últimos cuatro años de su vida. También compartió experiencia profesional con el doctor Pacios: “Landete y Pacios, ¡qué diferentes los dos y cómo se complementaban! Y allí en medio estaba yo, que al principio era el niño de los recados”.

Reconoce haber tenido también la suerte de ser catedrático de la Universidad Complutense. “Y esa suerte consistía en que tenía que dar clase de Medicina Oral a médicos que eran casi de mi edad. Cada clase significó para mí sudar sangre para poder tener a aquellos señores, que sabían de diabetes, de linfomas y de pancreatitis tanto o más que yo, escuchándome durante 40 minutos sin que dijera yo ninguna tontería”. Confiesa lo mucho que ha aprendido impartiendo clase a médicos durante más de tres décadas (“tres generaciones de médicos han estado bajo mi tutela durante ese tiempo”).

Participó en un grupo de seis expertos que recorrieron el mundo y tipificaron las lesiones relacionadas con el SIDA en la cavidad bucal. “Esto es un privilegio, y yo lo aproveché. Pero no fue porque yo lo buscara. Mi mérito se debe a que soy un hombre de suerte en mi profesión. He estado siempre en primera línea”
“Al finalizar ese periodo, en San Diego, en el Congreso de la Academia Norteamericana de Medicina Oral, nos encontramos el doctor Jens Pindborg y yo” -aquel que le decía: Migüel, tú haces cosas distintas a las que hacemos los demás”-. Ese año le dieron el premio de la Academia Norteamericana de Medicina Oral. Era la primera vez que se le concedía a un europeo. Al año siguiente me lo dieron a mí.”
“El doctor López Ibor decía que la mente humana estaba constituida por sentimientos, emociones y pasiones. No voy a hablar aquí de pasiones porque ya a esta edad quedan pocas, pero de sentimientos sí: yo hoy soy feliz, y de emociones: estoy alegre de estar con mis compañeros, los dentistas.”
No quiso terminar su discurso el flamante Santa Apolonia sin dedicar unas palabras a la Estomatología: “Es lo que yo más he querido y por lo que yo más he sufrido, porque he tenido compañeros que me han dejado en la cuneta en ciertos momentos y decisiones·.

La Estomatología “es una especialidad de la Medicina, la otra es la Cirugía Maxilofacial, y la creamos, por cierto, los estomatólogos. Todos los hospitales de España tuvieron su servicio de Cirugía Maxilofacial regentado por estomatólogos”.

La estomatología pasó por una época de gran brillantez en la que había figuras de gran relieve “y a todos ellos los conocí”, como los doctores Bernardino Landete, (“otorrinolaringólogo, cirujano maxilofacial, cirujano de guerra, que me enseñó a operar”), Manuel Fonseca (“que hacía Periodoncia”), el Ruperto González (“compañero de mi padre y colaborador del Consejo y de los colegios, un gran científico”), Carol Murillo, Nadal, Mireas, Sáez de la Calzada (“mi antecesor en la cátedra. Era fundamentalmente un médico”), López Viejo (“un hombre vital, serio trabajando, pero divertido y entrañable por los pasillos”), Luis de la Macorra (“nadie más original, inventó el concepto de endodoncia submarina”), entre otros.

Aquella época dorada de la Estomatología se debió en parte a la toma de contacto con los principales expertos de la especialidad en Estados Unidos y al intercambio de conocimientos con ellos. “Trajeron a España lo más moderno que había en aquellos momentos en la Dentistería mundial”.

En aquella época, mediados de los años sesenta, “con la llegada de aquellos grandes maestros y con el regreso de los becarios, se produjo el momento explosivo de la Estomatología”. “Y conseguimos también un auge económico del que no hay que avergonzarse, el problema crematístico no es tal problema. ¿Y sabéis quiénes nos han ayudado mucho? Los colegios oficiales, el Consejo General. Hace poco, en una entrevista me preguntaban si era partidario de los colegios, ¡naturalmente que sí! Soy partidario de algo que nos organice a los que queremos trabajar”.
“Tengo que confesar errores, seguramente me he equivocado aun sin ser consciente. Y para justificar eso he encontrado una frase: No existe un solo error que el tiempo no sea capaz de convertir en una divertida anécdota. Hay cosas que yo hice muy mal y ahora las veo bajo la perspectiva del tiempo transcurrido y me hacen reír, o por lo menos sonreír. La vida ha que tomársela así cuando se llega a esta edad”.

Recientemente, una periodista le preguntó al doctor Lucas Tomás cuál había sido su mejor ayudante, y el le contestó: “el último de mis colaboradores, el doctor Hernández Vallejo”. ¿Y el mejor de sus colegas?, quiso saber ella. “El primero. En Valencia, estudiamos juntos el bachillerato, después la profesión, siempre al lado mío y yo a su lado. Ese señor se llama José Antonio Canut Brusola, Cucho Canut para los suyos. Y estoy seguro de que me tiene preparada la sillita de al lado para cuando yo vaya con él al cielo”.

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