Las medidas de asepsia en las clínicas dentales han sufrido transformaciones a lo largo de los años. Uno de los primeros momentos en los que se tomó verdadera conciencia del riesgo al que estábamos expuestos en la clínica dental fue a raíz de la aparición del virus del VIH en los años 80. Hasta entonces no se daba verdadera importancia a los procesos de autoprotección y reprocesado del instrumental utilizado.
A partir de entonces, las medidas de asepsia se fueron generalizando de manera más reglada en las clínicas dentales hasta que en 2020 apareció una nueva pandemia. El virus del sida nos enseñó la importancia de reprocesar adecuadamente todo nuestro instrumental. No obstante, el virus SARS-cov-2 nos demostró nuestra vulnerabilidad ante un virus de transmisión respiratoria.
Antes de 2020 no era infrecuente ver a compañeros trabajar sin gorro y, en algunas ocasiones, sin gafas de protección. La severidad de las infecciones respiratorias y la alta mortalidad que provocó este virus en todo el planeta ha hecho que tengamos conciencia de la importancia de tomar las medidas adecuadas, no sólo para nuestra protección o la de nuestros pacientes, sino para evitar contagiar a las personas que conviven con nosotros.
El reto de la prevención frente a este tipo de virus la ha marcado su transmisibilidad a través de los aerosoles. Somos una profesión que trabajamos continuamente con agua en forma de aerosol mezclada con la saliva del paciente. Además, trabajamos a una distancia extremadamente corta de la fuente de los aerosoles, que es la boca y la nariz de nuestro paciente (1, 2).
Desgraciadamente, el virus no ha desaparecido. Hemos tomado conciencia del riesgo que supone adquirir una de estas infecciones. Nos hemos dado cuenta de la capacidad que tienen los virus respiratorios de provocar fatales complicaciones en personas susceptibles.
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