Antes de comenzar el mes de diciembre ya están los tradicionales despachos de la lotería con sus tradicionales colas de gentes que ansían hacerse con el tradicional gordo de Navidad, y los tradicionales restaurantes con el cartel de completo por las tradicionales reservas de las tradicionales comidas/cenas navideñas de empresa, que son muchas; como dicen los más ingeniosos entre los graciosos tradicionales: «En Navidades hay más cenas de empresa que empresas».
Son los momentos propicios para repartir a diestro y siniestro los tradicionales buenos deseos y los tradicionales abrazos y, menos, las tradicionales tarjetas de Navidad, porque los christmas de papel han caído en desuso en favor de los digitales, más impersonales que los tradicionales impresos, pero mucho, muchísimo más baratos e infinitamente más rápidos que aquellos que precisaban de sobre y sello y de un buzón de correos para que, finalmente, un cartero lo llevase a los hogares, entonces adornados con los tradicionales belenes, que los abetos, flores de Pascua y luces de colores son, también, tradicionales, pero menos; o sea, desde hace menos años.
Como también son tradicionales los turrones y mazapanes, las frutas escarchadas y peladillas, los asados y el cava, las uvas y los regalos de los Reyes Magos. Bueno, esto de los regalos como que no tiene una fecha tradicional clara porque el barbudo y barrigudo Santa Claus/Papá Noel va ganando cada año cuota de mercado al triunvirato formado por Sus Majestades orientales; parece irremediable que los renos polares terminen ganando la partida a los dromedarios asiáticos. Claro que, en cuestión de regalos, por estos pagos nos apuntamos a todo y recibimos presentes tanto el día de Navidad como el de la Epifanía. Tradición doble.
Está claro que mantener las tradiciones no es mejor ni peor que no hacerlo, como tampoco lo es abrazar porque sí todo lo nuevo en detrimento de lo anterior. El mundo clásico romano se nutrió de cuanto había creado la antigua sociedad griega, pero es que el mundo griego había asumido influencias orientales, mesopotámicas, y hasta sus primeras monedas fueron una adaptación del invento original de sus vecinos del este, los lidios, y, por si fuera poco, los expertos en lenguaje confirman el origen fenicio del alfabeto griego.
Y si la cultura romana es la esencia del pensamiento occidental, también buena parte de nuestras tradiciones y fiestas están basadas en los calendarios y festejos ya implantados incluso antes de nuestra era, por eso ¿hasta dónde nos está permitido retroceder en la búsqueda de nuestras tradiciones? No hay límites para mantener tradiciones ni para crearlas, como tampoco los hay para recordar consejos seculares aún válidos, es decir, tradicionales. Y volvemos a los griegos: «De niños aprended buenas maneras; de jóvenes, aprended a controlar las pasiones; en la edad madura, sed justos; en la vejez, dad buenos consejos y morid, después, sin resentimientos», dice una sabia inscripción del s. III a. C. descubierta en el templo dedicado al dios Apolo en Delfos. Un pensamiento tradicional que debería tener absoluta vigencia, pero que últimamente no goza de buena salud. Vamos que en nada dejará de ser un pensamiento con tradición, llamado a desaparecer por falta de uso, convertido en una teoría sin praxis.
Pero como yo soy muy de tradiciones, y más llegadas estas fechas, termino esta carta deseando unas felices fiestas navideñas y un 2020 pletórico a todo el mundo, aunque con un brindis especial añadido para los lectores de Gaceta Dental. Porque se lo merecen/nos lo merecemos y tenemos un motivo más que justificado para hacerlo: 30 años juntos.