Dirigir equipos no es tarea fácil, las clínicas dentales se encuentran cada vez más con dificultades para conseguir que los equipos consigan resultados, por lo que las inversiones de tiempo y recursos en esta área siempre son costosos. Resulta complejo gestionar personas, pues cada ser humano es completamente distinto al que tiene enfrente. Las motivaciones, deseos, preocupaciones e inquietudes difieren de una persona a otra. Así, el responsable de equipo (líder) se encuentra con que tiene que manejar el buen desarrollo de la producción de sus colaboradores y todo lo relacionado con la esfera emocional y personal de éstos.
Se entenderá que el líder gestiona y dirige correctamente a su equipo cuando sabe alcanzar metas. Para lograrlo tendrá que administrar un conjunto variado de recursos de forma eficiente a través de la dirección de seres humanos. Deberá, entonces, desarrollar su inteligencia gerencial, la cual podemos definir como la capacidad para alcanzar las metas propuestas a través de un sistema de gestión basado en el desarrollo de las capacidades de nuestros equipos permitiendo su adaptación y correcta ejecución en las distintas situaciones profesionales. Para ello, el líder debe desarrollar una serie de capacidades y habilidades, distintas entre ellas, pero, a su vez, interrelacionadas entre sí.
Actitudes del líder
En primer lugar, el líder debe conocer y comprender a la perfección, no solo las funciones y tareas de cada puesto de trabajo (imprescindible para saber qué pedir, qué esperar y qué evaluar de cada uno de los miembros que componen el equipo), sino también los métodos, protocolos y técnicas adecuadas para el desarrollo de cada una de estas tareas y funciones. De esta manera, el líder estará en disposición de guiar a su equipo en pro de la obtención de los objetivos, individuales y colectivos.
Para ello, y en aras de que la relación con el equipo y la figura del líder sea considerada como inspiradora y de confianza, el líder deberá adoptar dos actitudes. Ha de adoptar un estilo de gestión asertivo, lo que implicará que sea capaz de gestionar situaciones de forma respetuosa con las diversas partes y deberá conocer la situación en toda su dimensión para poder actuar de la manera más objetiva, imparcial, equitativa y justa posible.
El líder se enfrenta día a día a gran cantidad de situaciones de todo tipo, muchas de ellas desestabilizadoras. Y eso puede, a su vez, desembocar en actitudes erróneas e ineficaces. Este es el principal motivo por el que el líder, antes de conocer a los demás y sus formas de proceder, debe conocerse a sí mismo y su manera de actuar. La asertividad, por propia definición, es una forma de comunicación que consiste en defender tus derechos, expresar tus opiniones y realizar sugerencias de forma honesta, sin caer en la agresividad o la pasividad, respetando a los demás, pero sobre todo respetando tus propias necesidades. Por tanto, la adopción de un estilo asertivo procura evitar caer en conductas ineficaces y perjudiciales como la pasividad o la agresividad, entre otras.
Es habitual encontrar en una clínica a personas que tienen equipo a cargo, pero no son el «mandamás», sino que también tienen responsables jerárquicos por encima. Son el caso del controller o de un responsable del equipo auxiliar, por ejemplo. En estas situaciones, si la persona que ejerce este papel de líder no tiene seguridad y confianza en sí mismo, tiende a adoptar una actitud pasiva, en muchas ocasiones por subestimación propia, por la necesidad de agradar a su equipo o por miedo a involucrarse personalmente. Esto desemboca en una persona poco resolutiva y sumisa; precisamente lo que no se puede esperar de un líder.
Hay otros líderes, ya sean mandos intermedios o incluso los propietarios de la clínica, que tienden a desarrollar un estilo autoritario, cargado de actitudes agresivas. Esta conducta se caracteriza por un deseo de dominar a los demás, de tener siempre la razón o, incluso en los casos más extremos, intención de subestimar a los demás. Esta forma de actuar trae consigo siempre consecuencias negativas, aun cuando a corto plazo parece haber tenido éxito. Es decir, el líder puede creer que, gracias a adoptar una postura inflexible y agresiva, el objetivo se cumplió. Sin embargo, esto provoca en su equipo una sumisión aparente, pues el sentimiento que crece en los colaboradores no es otro que el de enfado, desmotivación e incluso desprecio. Ni qué decir tiene lo desagradable que es trabajar con una figura así que sea quien marque los tiempos, los objetivos y los métodos de trabajo.
Por todo ello, debe potenciarse la adopción de una conducta asertiva que permita al líder conocerse a la perfección, incluso antes de conocer a los demás; comprender las inquietudes y necesidades de su equipo; comunicar correcta, honesta y transparentemente lo que se espera de cada uno de sus miembros y cómo ha de desarrollarse el trabajo en cuestión; evaluar las diferencias que puede haber entre los intereses de la empresa y los de los trabajadores; y conseguir de sus colaboradores el logro de objetivos que suponga un éxito de todos, guiándoles por el camino correcto mediante el empoderamiento del equipo a través de sus propias capacidades.
Precisamente así, consiguiendo el desarrollo de los miembros del equipo, es cómo ha de gestionarse el desarrollo profesional de los trabajadores. A esto hace referencia la segunda actitud de la que se hablaba antes, y que pretende que el responsable de equipos se convierta en un líder-coach. Esto le permitirá adoptar un enfoque adecuado y utilizar las herramientas correctas para desarrollar el potencial individual y colectivo.