Todas las actividades del ser humano están influidas por el estado de ánimo del momento que se atraviesa, sea personal o profesional, y en lo que atañe a escribir no es una excepción. Los momentos que me toca vivir ahora me han traído a la memoria uno de esos aforismos a los que estaba tan acostumbrado Winston Churchill. El que fuera primer ministro del Reino Unido hizo un juego de palabras con el que quería animar a sus paisanos y, de paso, a los de los países aliados acerca de la evolución que se vivía entonces en el campo de batalla durante la Segunda Guerra Mundial. «Esto no es el fin, ni siquiera el comienzo del final. Es, tal vez, el final del principio», dijo el político y estadista inglés refiriéndose a la derrota de los nazis en la batalla de El Alamein que supuso un punto de inflexión en el conflicto bélico.
El hombre del sempiterno puro en los labios y, en la mano, una copa de Martini seco –o un vaso de Johnny Walker, según el momento del día– se refería a que ese instante no era sino el preámbulo de nuevos y mayores triunfos del ejército aliado.
Nada tiene que ver esa etapa bélica a la que se refería el orondo Churchill con la que yo quiero enlazar la cita para dar sentido a esta carta abierta, pero para eso están las citas, para sacarlas de contexto y llevarlas al terreno que más nos interese.
GACETA DENTAL vive el final del comienzo de una etapa que estará llena de éxitos de la mano de un equipo de redacción joven y entusiasta, comandado por Gema Bonache como nueva directora de la publicación y con Gema Ortiz como redactora jefe. Todo un equipazo para una etapa de la que el firmante de la presente carta no quiere quedar excluido, así es que el que suscribe intentará seguir el paso que le sea marcado desde la dirección y andará de congreso en simposio y de feria en convención, unas veces en solitario, pero en la mayoría de las ocasiones secundando al resto del grupo.
Y si para que la cita tenga sentido es necesario seguir los pasos de Churchill, pues aquí me tenéis con un Romeo y Julieta –de los que el político, dicen, se metía hasta ocho unidades diarias entre pecho y espalda– y un dry martini –sin vermut, que para el primer ministro era una especie de sacrilegio mezclarlo con la ginebra– y hasta puedo tocarme con un sombrero homburg, apoyarme en un bastón y lucir pajarita. Aunque me temo que aquí terminarán mis semejanzas con don Winston, porque no podré seguirle en sus dotes políticas ni literarias, que él fue capaz de ganar una guerra e incluso –el mismo año de mi nacimiento– el premio Nobel de Literatura. Si al menos se me pegara algo de él en esto de escribir… Sería el final de un principio muy bonito, pero harto improbable.