Introducción
El fracaso de un implante en el sector anterosuperior –ya sea estético, funcional o biológico– puede acarrear consecuencias desastrosas para el paciente y el profesional, si no se resuelve de una manera adecuada y eficaz. En este tipo de casos, dicha resolución constituye un reto que se puede superar siempre y cuando se aplique un protocolo apropiado y bien organizado en cada una de sus fases, si bien, en un gran número de casos, se requiere un tratamiento multidisciplinar. Esta situación conlleva un aumento del número de intervenciones y del tiempo total del tratamiento. Para evitar un eventual fracaso y lograr un resultado predecible a largo plazo, sobre todo en implantes colocados después de la extracción dental, actualmente se han establecido unos parámetros fundamentales para la rehabilitación del sector anterior maxilar.
La rehabilitación mediante implantes surgió a partir de la aplicación de la osteointegración de Brånemark (1). Desde entonces, esta técnica ha ido perfeccionándose de manera paulatina, adquiriendo especial relevancia en la última década, a raíz de las investigaciones sobre colocación de implantes en las zonas estéticas, sobre todo, en los implantes postextracción –descritos por primera vez en los años 70 por Schulte et al. (2)–, mediante los cuales es posible resolver casos estéticos siempre y cuando se realice una buena selección del caso y una correcta técnica quirúrgica, atendiendo a todos los factores del paciente (3).