El decano le entregó una placa por sus 40 años de trabajo en la cafetería
Pedro Martínez Martínez es una institución dentro de la propia institución académica odontológica de la Universidad Complutense. Ha permanecido cuarenta años en la cafetería de la Facultad que hoy dirige José Carlos de la Macorra. Y fue precisamente el actual decano quien quiso dar notoriedad a la labor de Pedro durante esas cuatro décadas con la entrega de una placa recordatoria.
Pedro «el del bar» empezó a trabajar, con 26 años, en la cafetería del centro académico el 9 de enero de 1977, y excepto el año 1984 –«que falté porque la misma empresa cogió otra cosa en Alcalá y me llevaron allí»– «he pasado toda mi vida en la Facultad, bueno, primero en lo que era la Escuela de Estomatología». Porque Pedro llegó a la barra de esa cafetería nueve años antes de que se crease la Facultad.
Y fue en el salón de actos de esta donde se le hizo entrega de una placa, el 10 de febrero, coincidiendo con la imposición de becas a los alumnos de tercer curso y la renovación de De la Macorra al frente del decanato. Cuando se pronunció el nombre de Pedro, todos los asistentes rompieron a aplaudir: «Siempre me he sentido querido, por profesores y alumnos; nunca nadie me ha faltado ni he tenido bronca alguna. Siempre han sido correctos conmigo». Y en el momento de recibir la placa «Macorra me dijo que me veía nervioso, pero no lo estaba, de verdad».
Y ese cariño que le han mostrado siempre se ha visto reflejado con la entrega de otros premios por parte de alumnos y profesores: «Por ejemplo, los de la promoción de Luis Rubio, del 93 al 97, me dieron una placa de homenaje y una fiesta de los alumnos por Santa Apolonia, que me emocionó».
Se sabe la relación de los directores de la escuela y de los decanos de la Facultad al dedillo, «porque los he conocido a todos, desde López Viejo a Juan Pedro Moreno, que fue el primer decano y, claro, luego López Lozano, Mariano Sanz y Macorra». Toda una referencia de la Facultad, «y eso que el profesor Blanco, de Prótesis, me dijo años después que, cuando me vio el primer día –yo pesaba cerca de 90 kilos–, pensó que yo no iba a durar aquí ni una semana. Y he terminado aguantando más de cuarenta años».
Este guadalajareño de Berninches, que ayudaba a su padre a recoger aceitunas en el pueblo, recuerda que el primer día de trabajo en el bar de la Facultad llegó tarde: «Me quedé tirado sin gasolina, en la nacional dos, y en lugar de llegar a las ocho lo hice a las nueve y media. ‘Que sea la última vez’, me dijeron. Y lo fue, siempre he abierto la cafetería antes de la hora».