Entre las revistas más o menos manoseadas que llenan la mesa de la sala de espera del dentista descubro un ejemplar de Los caprichos de Goya, esa serie de ochenta grabados con los que el artista aragonés quiso hacer una sátira de la sociedad española de finales del XVIII, cuya primera edición se publicó en 1799.
La crítica goyesca plasmada en esos aguafuertes es especialmente dura con la nobleza y el clero, pero no deja de arremeter contra muchas de las supersticiones que atenazaban a un pueblo falto de cultura, ignorante y supersticioso, capaz de creer en brujerías, hechicerías y conjuros de todo tipo. Y eso que la temible Santa Inquisición todavía estaba vigente en su tarea de salvaguardar a cualquier precio la esencia de la Iglesia suprimiendo la herejía, y en consecuencia a los que fueran considerados herejes.
En una de estas estampas, la número 12, titulada A caza de dientes, se muestra a una joven que, con gesto de repugnancia y aversión, arranca un diente a un ahorcado que todavía está suspendido en el aire, colgado de una soga por el cuello.
Acompañan a esta lámina las explicaciones de dos de los manuscritos contemporáneos que intentaron interpretar las escenas creadas por Goya. El que se encuentra en el Museo del Prado, y cuyos comentarios se atribuyen al propio artista de Fuendetodos, dice textualmente: «Los dientes del ahorcado son eficacísimos p.a los echizos sin este ingrediente no se hace cosa de probecho. Lastima es q.e el vulgo crea tales desatinos».
Mientras que el manuscrito de la Biblioteca Nacional recoge esta otra leyenda: «Por salirse con la suya, sobre todo si está enamorada, es capaz de arrancar los dientes a un ahorcado». Todavía hay un tercer comentario manuscrito –este no recogido en el libro que ojeo–, atribuido al decimonónico político y escritor Adelardo López de Ayala, que parece querer conciliar los dos anteriores: «Los dientes del ahorcado son eficacísimos para hechizos. ¡De qué es capaz una mujer enamorada!».
O sea que hace solo doscientos años –no más de un par de telediarios en el devenir de la historia– aún prevalecía entre el pueblo la superstición de que el polvo de diente de ahorcado servía para hacer conjuros con los que conseguir el amor del ser deseado, al menos en el sentido mujer-hombre. No hay datos de que se produjera a la inversa, es decir con el enamorado como contratante de la bruja preparadora de la mixtura encantadora para lograr los favores de la anhelada dama.
De esta superstición dan fe, entre otros, Fernando de Rojas en la Tragicomedia de Calisto y Melibea y Juan de la Hoz Mota, contemporáneo de Calderón de la Barca, en su obra teatral El castigo de la miseria. En la primera es Celestina quien habla así de la madre de Pármeno, otro de los personajes: «Siete dientes quitó a un ahorcado con unas tenacicas de pelacejas, mientras yo le descalcé los zapatos».
Y en la comedia del dramaturgo calderoniano se produce el siguiente cruce de palabras entre dos de los protagonistas:
–Chinchilla: Una vieja el otro día vino aquí con grandes llantos, porque perdió una toca, unos dientes de ahorcado, y unos cabellos.
–Don Marcos: ¡Famosas reliquias para un trabajo!
Los tiempos han cambiado mucho y las supercherías ya no alcanzan para hacer hechizos en los que sean necesarios dientes de ahorcados, aunque ahora hay clínicas en las que se arrancan dientes a gente vivita y coleando, no para machacarlos –a los dientes– sino para ‘hacer polvo’ al paciente y a su bolsillo hasta ‘ahorcarlo’ económicamente. Cosas de la evolución brujeril.
Luego hay otros avances de verdad, como los que se mencionan en este número especial de implantes: la ciencia aplicada en beneficio de los seres humanos: desde la tecnología 3D a las células madre, pasando por los biomateriales.
¡Puf!, no quiero ni pensar lo que harían hoy los Torquemada de turno a quienes aplican estas técnicas que no dejan de parecer cosa de magia.