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Pobre dentista pobre

Cómo está el patio! Entendida la frase en la acepción coloquial que recoge el DRAE, o sea que, ¡cómo está la cosa! Ejerciendo cosa o patio como sinónimos de sector. Y paso a explicar los motivos que dan origen a tal exclamación.

Me pilla en la inauguración de la clínica solidaria del Colegio de Dentistas de León el rebufo de la noticia del cierre de las nueve clínicas bautizadas como Funnydent, un nombrecito que, dicho sea de paso y visto lo visto, una vez traducido del inglés parece puesto a mala leche. Porque ya me contarán qué tiene de graciosa la maniobra del empresario que fue detenido tras candar los locales en los que se cobraba por adelantado tratamientos que no se hicieron. Y aún mucho menos divertida (funny) es la sonrisa que se les ha quedado a los afectados por la estafa (pongamos presunta delante del término que denota ilegalidad, por si acaso) cuando se han visto sin dientes y sin pasta, y no precisamente dentífrica.

La de Funnydent fue una noticia sonora que acalló la surgida un día después en Valencia, donde la supuesta «simpatía dental», esta vez bajo el nombre de Vegamar, se saldó con el cierre de una clínica que dejó en la calle a un centenar de personas pendientes de tratamiento y, ¡ojo!, a media docena de odontólogos. Porque cada uno de estos ‘divertidos’ cierres lleva implícita la desatención a personas (pacientes convertidos en clientes por mor de intereses monetarios cortoplacistas), a ciudadanos que han tirado de sus ahorros para arreglarse la sonrisa, pero no olvidemos que esos ‘alegres’ engaños afectan también a los profesionales que trabajan en esos centros en condiciones salariales y laborales nada envidiables. Horarios abusivos y sueldos raquíticos para unos licenciados que han supuesto al Estado (¡a todos los españoles!) un gasto nada desdeñable y todo para que sirvan de mano de obra barata a los especuladores de siempre, esta vez empeñados en hincarle el diente a lo dental. Que si ya se sabe que no es lo mismo un pobre hombre que un hombre pobre, en el caso del dentista da igual poner el adjetivo delante que detrás del sujeto, porque la profesión está creando individuos cortos de ánimo y de espíritu y mendigos de limosna, pobres involuntarios y menesterosos.

Ya estarán contentas las autoridades de las muchas administraciones públicas habidas en esta España autonómica, ya pueden cantar a coro con todos los dentistas parados y explotados eso de: «¡Tú que eres tan guapa y tan lista, tú que te mereces un príncipe, un dentista…» Porque no solo han jodido –palabra malsonante pero comprensible por todos e idónea para la ocasión–, han invalidado por completo la letra de la canción que La cabra mecánica tituló La lista de la compra, sino también la profesión. Viene al pelo la anécdota del entonces senador de designación real Camilo José Cela cuando, dormitando en su escaño, fue interpelado por el presidente de la Cámara Alta: «Señor Cela, está usted dormido», a lo que el Premio Nobel respondió: «Perdone, estoy durmiendo, que no es lo mismo, como tampoco es lo mismo estar jodido que estar jodiendo». Porque, efectivamente, no es lo mismo el sujeto activo del verbo (la administración en todas sus variantes) que el pasivo (la profesión odontológica en su más amplia extensión).

Y no será que no se han hecho llamadas de atención a ministros y políticos, que nunca se han tomado en serio el problema. Y es que, como dice el expresidente del COEM, Ramón Soto-Yarritu: «Políticamente, la Odontología no se considera una profesión sanitaria». Entre Sanidad y Educación, la pelota va y viene y los númerus clausus siguen sin asomar por el horizonte. Y tal vez sea esa la única forma de acabar de una vez por todas con estos abusos rayanos en lo esperpéntico, porque con sueldos dignos para los jóvenes odontólogos, el vuelo buitrero de las insaciables aves rapaces de la especulación y las inversiones con beneficio rápido buscarían otras víctimas, y al menos no jugarían con la salud de los españoles.

Autores

Director Emérito de Gaceta Dental

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