Dr. José Carlos de la Macorra, Presidente de la Conferencia de Decanos de las facultades de odontología
Como presidente de la Conferencia de Decanos de las facultades de Odontología de España desde el pasado verano, el Dr. José Carlos de la Macorra vive de primera mano todos los pasos que se están dando en el sector para lograr una de sus reclamaciones históricas: la creación de las especialidades oficiales. Pero los retos de la profesión no se quedan aquí. Hay muchos más. De todos ellos hablamos con él, en un mes en el que cumple su tercer año como decano de la facultad de Odontología de la Universidad Complutense de Madrid.
—¿Cómo valora el consenso alcanzado recientemente entre Consejo General de Dentistas, sociedades científicas y universidades para luchar por la aprobación de las especialidades? Parece que esta vez la cosa va más en serio.
—La valoración de la Conferencia de Decanos, y la mía personal, son muy positivas. A la reunión en la que se generó el acuerdo con el Consejo y las sociedades científicas acudimos tras haber debatido previamente nuestra postura, y en ella percibimos una conciencia clara de lo que a cada uno correspondía en el proceso. Efectivamente, sí podemos decir que las posturas se han acercado.
—Digamos, entonces, que el proceso de aprobación va por buen camino, aunque luego toque ponerse de acuerdo para aprobar qué especialidades verán la luz. ¿Será esta una labor sencilla?
—No creo que nadie piense que el proceso será inmediato o sencillo. Aún quedan varios puntos a resolver. Uno de ellos será, efectivamente, establecer qué especialidades se aprobarán las primeras. Será con datos de los Ministerios de Educación y de Sanidad y del Consejo, con los que todos deberemos acordarlo, y es previsible que se deberá discutir en extenso previamente. Mi opinión es que la discusión debería producirse en el seno de la profesión y actuar ante la administración con una propuesta consensuada.
—¿Cómo se está viviendo este paso adelante desde la Conferencia de Decanos de Facultades de Odontología que usted preside desde el pasado verano?
—Aunque el resultado de la reunión conjunta no se trató como un punto del orden del día de la Conferencia, pues no se requería acuerdo, sino como un apartado del informe, sí pude percibir una satisfacción general de los decanos presentes. Esta satisfacción estaba matizada porque aún están por aclararse la duración del proceso, la posición de la administración ante la petición que se generó en dicha reunión y el resultado de la negociación que todas las partes deberán hacer en el futuro, especialmente respecto a los puntos que más preocupan a la Conferencia.
—¿La universidad, en caso de aprobarse, necesitará quizás replantearse su oferta de postgrado o podrá coexistir con las especialidades oficiales?
—Esa será una decisión que deberá tomar cada Universidad y que dependerá, claro está, de cómo pueda engranarse la actual oferta de postgrados con la futura formación de especialistas, algo complicado a día de hoy. Hay que recordar que algunas universidades tienen títulos propios de alto nivel, muy reconocidos y demandados y que se han venido impartiendo durante muchos años. Además, no es sólo una decisión individual: habrá, es de esperar, un número máximo anual de especialistas, que deberán formarse en los centros acreditados que no serán, previsiblemente, solo universitarios. De manera que las universidades –y los otros formadores potenciales– deberán pasar previamente por un proceso de acreditación docente y clínica, ofertando un cierto número de plazas de formación que luego deberán distribuirse.
—Pero si sólo serán oficiales las especialidades, ¿qué valor tendrá un título propio universitario de cara a la inserción laboral?
—Es cierto que sólo las especialidades serán títulos reconocidos oficialmente por la administración, pero también es cierto que no serán limitantes. Es decir: alguien formado a través de un título propio podrá emplear su formación como hasta ahora.
—Además de la aprobación de las especialidades, ¿qué asuntos se tratan como prioritarios en las reuniones de la Conferencia de Decanos para mejorar la calidad de la Odontología?
—En la Conferencia se hace un seguimiento de los problemas que se van presentando y se encauzan las demandas de la administración, cuando se presentan.
—En este número de GACETA DENTAL, Álvaro Negrillo, presidente de ANEO (Federación Nacional de Estudiantes de Odontología), declara que le gustaría que los planes de estudio del Grado de Odontología fueran uniformes en toda España. ¿Son realmente significativas y determinantes estas diferencias en la formación del futuro profesional?
—No es posible que los planes de estudio sean uniformes en toda España. La autonomía universitaria permite, dentro del marco normativo –en nuestro caso la Orden CIN/2136/2008, por la que se establecen los requisitos para la verificación de los títulos universitarios oficiales que habilitan para el ejercicio de la profesión de dentista– una flexibilidad en cuanto a cómo se alcanzan las competencias que especifica. Además, los centros son diferentes: tienen distintas estructuras de profesorado, diferentes instalaciones docentes clínicas o preclínicas, diseños de los centros variables, etc.
Lo que es uniforme es el listado de competencias que los alumnos deben adquirir y el número de créditos ECTS durante los que se adquirirán. La Orden citada separa las enseñanzas en módulos que contienen las competencias, asignando a cada módulo también una duración. El cómo cada Universidad asigna los contenidos de los módulos a asignaturas es una decisión de cada una. Así pues, aunque los listados de asignaturas de cada Universidad (sus denominaciones o duración) puedan ser diferentes, no lo son las competencias.
Por tanto, las diferencias son sobre todo aparentes, al menos en cuanto a contenidos. Otra cosa es la manera en cómo se imparten. Como ya he dicho, las universidades son también distintas, por ejemplo, en su profesorado. La proporción de profesores por cada alumno, la preparación y experiencia de estos profesores o su dedicación son claves en la enseñanza. Consideremos, por ejemplo, la diferencia que puede haber entre una universidad en la que el profesorado cambie con frecuencia de un curso a otro respecto a otra en la que el profesor pueda establecer estrategias de mejora de su asignatura, y pueda ir implantándolas en cursos venideros, al impartir la asignatura de manera estable.
En este aspecto es muy importante la misión de los alumnos, a través de las encuestas de satisfacción que todos los centros deben realizar. En ellas, los alumnos transmiten su percepción de cómo se ha impartido la asignatura, calificando diversos aspectos. Esa información es muy valiosa para el profesor estable, pues le permite detectar lo que no va bien y corregirlo.
Además, las Universidades tienen diferentes maneras de acercarse a la docencia. Pueden hacerlo de una forma más teórica o más práctica, sin que yo quiera decir que, necesariamente, la práctica sea siempre lo más adecuado o que sea la única manera de hacerlo. Es claro que la Odontología requiere de mucha actividad práctica, pero en sentido amplio, pues la práctica puede hacerse, a su vez, de muchas maneras. Ese camino lo estamos emprendiendo algunas universidades mediante el empleo de simuladores hápticos, que permiten a los estudiantes de los cursos más bajos acercarse a ciertas actividades prácticas sencillas, pudiendo trabajar prácticamente sin supervisión y comprobar directamente sus avances. Es, evidentemente, un método complementario de enseñanza, que facilita la transición desde el principio, y no excluye otras actividades.
—Si fuera usted estudiante y tuviera que elegir un centro formativo en el que estudiar, ¿qué aspectos primarían?
—Me hace una pregunta complicada de contestar, pues son muchos los factores que influirían, y algunos de ellos son personales. Por ejemplo: ¿me interesaría, o podría, desplazarme lejos para estudiar? o ¿cuál es el coste de los estudios que quiero hacer en donde querría hacerlos? Recordemos que, aún entre las universidades públicas, hay muchas diferencias en el coste de cada crédito, a resultas de decisiones políticas de cada autonomía.
Dicho esto, hay factores más objetivables. Por ejemplo: la plantilla de profesorado. ¿Cuál es su experiencia?, ¿cuántos hay?, ¿cuántos de ellos son doctores? También el número de alumnos que se admiten por curso es importante y debe estar balanceado con la plantilla de profesorado y los medios e instalaciones que los acogerán.
Las facultades de Odontología, como cualquier otra, pasamos periódicamente por procesos de seguimiento y de acreditación. En estos procesos, la administración –autonómica o estatal–, a través de las agencias respectivas, revisa que el contrato entre el centro y los alumnos se cumple. Es decir, que lo que el centro ha dicho que va a hacer, lo hace. Se revisan las plantillas de profesorado, las instalaciones, los medios, las guías docentes, los sistemas internos de calidad, etc., para comprobar si lo que el centro dijo que iba a hacer en su memoria de verificación –el documento fundacional del título de que se trate–, lo está haciendo y cómo lo está haciendo. El acceso a los resultados de estos procesos es público, y las universidades estamos obligadas a facilitarlo. Esta es también una buena guía para el alumno: le dirá si el centro hace sus deberes.
Hay una medida indirecta, pero muy reveladora de la calidad de la plantilla de profesorado, que es el número y calidad de sus publicaciones. Creo que podríamos estar de acuerdo en que las universidades no son sólo centros académicos o docentes, sino que la investigación debe formar parte de sus actividades, y una parte central. Yo, sinceramente, si fuera un alumno, preferiría que me enseñase una disciplina un profesor que investigase en ella y publicase en revistas de impacto, porque tendrá una mente más preparada, unos conocimientos más amplios y una visión más abierta. Esta información es accesible fácilmente a quien la quiera buscar, a través de múltiples buscadores online.
No quiero decir que un profesor no pueda serlo, y magnífico, si no hace investigación, sino que es más fácil que lo sea aquel que tiene la inquietud y se ha procurado los medios para agrandar su campo.
—También se quejan los estudiantes del alto coste de los programas de postgrado. ¿No existe manera de abaratarlos o de crear programas de becas específicos?
—En su pregunta está el germen de la respuesta. Efectivamente, el coste de los postgrados es generalmente alto. Pero hay que tener en cuenta que una formación tan especializada y de alto nivel es costosa, lo que no es lo mismo que decir cara. Hay que tener en cuenta que son enseñanzas no oficiales, que los profesores imparten a costa de su tiempo, que se suma al tiempo que dedican a las enseñanzas de grado. Además, casi todos ellos cuentan con profesores externos, que se desplazan a la Universidad a impartir clases o prácticas. Son, además, cursos de larga duración, que emplean medios y materiales costosos y tienen una plantilla de profesorado grande.
Los precios de cada título de postgrado los establece cada universidad atendiendo a todos estos factores y no son, efectivamente, bajos. En algunas universidades sí se aplica una política de becas.
—Lo que parece algo más complicado es el establecimiento de númerus clausus en el acceso al Grado de Odontología. ¿Qué opiniones hay al respecto dentro de la Conferencia de Decanos? ¿Cuáles son las principales trabas en este punto?
—La Conferencia es un grupo heterogéneo en el que las opiniones no son siempre unánimes. Respecto a lo que me pregunta hay diferencias, y yo puedo dar solamente mi opinión. No he visto en las instancias oficiales –el Ministerio de Educación– ningún espíritu en este sentido, apoyándose en que la educación está transferida a las comunidades autónomas. Eso para mí es un error. No tanto la transferencia, sino la falta de una política común. No es, desde ningún punto de vista, razonable alentar la formación de profesionales que no van a poder desarrollar su profesión. Es caro e inasumible en muchos sentidos, y no solamente el económico.
Hay que tener en cuenta que un odontólogo tiene una formación extremadamente focalizada, lo que significa que sabe hacer bien sólo algunas cosas: las referidas a su campo. Y eso limita sus opciones profesionales. No es fácil para un odontólogo trabajar para una empresa o gestionar un negocio que no se relacione directamente con la Odontología, lo que no debe sorprendernos: en la naturaleza, la especialización supone un riesgo porque disminuye tu adaptabilidad.
Para mí sigue siendo frustrante que la limitación sea prácticamente solo la de la demanda: si hay personas que quieren formarse, démosles lo que piden. Olvidamos en esta ecuación que la formación es un paso previo a la profesión.
—Los últimos datos ofrecidos por el Consejo General de Dentistas destacan que en España hay un dentista por cada 1.200 habitantes, frente a la recomendación de la OMS que establece un dentista por cada 3.500 habitantes. ¿Es esto sostenible?
—Lamentablemente, no. Pero como es algo que se diluye en toda la otra gran masa de problemas actuales, no constituye una prioridad para quien debe decidir. Desde luego, la Conferencia ha hecho oír su opinión cuando se le ha solicitado –pocas veces– y cuando no. En cada reunión con representantes ministeriales, sea cual sea el asunto que la motiva, este asunto se expone.
—¿Tienen constatación del número de titulados que se ven obligados a hacer las maletas para ejercer su profesión fuera de España?
—Sobre este asunto, la información en las facultades es escasa. Es cierto que es mucho más frecuente que se nos pida información de nuestros alumnos desde alguna institución foránea en la que han pedido entrar, pero no siempre se dirigen a nosotros los alumnos para ello. Esta información está mucho mejor recogida en el Consejo General de Dentistas.
—Como decano de una de las facultades de Odontología más importante del país, ¿cómo ve a los estudiantes? ¿Desencantados o esperanzados con su presente y su futuro profesional?
—Desde luego, son diferentes cada año, en una evolución lógica: el mundo cambia y ellos también. Su manera de acercarse a los problemas, su facilidad para colaborar o buscar información, su visión del mundo mucho menos localista o la amplitud de sus intereses son totalmente diferentes a los de los estudiantes de hace unos años. Respecto a cómo ven su futuro, no soy seguramente quien mejor podría contestar, pero mi percepción es que saben lo que pueden esperar al terminar su paso por la universidad, y se preparan para ello. Hay que recordar que el actual es su mundo.
—La investigación universitaria es una pieza clave para el desarrollo del sector y también una salida profesional para unos pocos. ¿Qué hace falta para dedicarse a ella?
—La investigación que se hace en un centro es un muy buen indicador de su calidad, en el sentido más amplio. Las universidades, las facultades de Odontología en este caso, son la principal fuente de generación de conocimiento actual en nuestro país. Es cierto que no son, afortunadamente, la única: hoy en día hay ya empresas, muchas de ellas originadas en la universidad, en ello.
Como para cualquier otra actividad, lo primero que se precisa es formación. Es cierto que inicialmente puede parecer una tarea árida, porque se precisa conocer y dominar varias disciplinas poco intuitivas. Tras participar como docente en la iniciación a la investigación de bastantes generaciones de estudiantes, puedo decirle que se percibe claramente un cambio notable en ellos cuando comprenden las implicaciones de la estadística o cuando interiorizan el sentido de la histología o la física implicadas en su trabajo, por poner unos ejemplos. Yo diría que un investigador es alguien curioso, con ganas de aprender de campos afines, y la voluntad de hacerlo.
También es necesario acercarse a alguien que guíe sus pasos iniciales. Estos son siempre complicados, y es fácil que se dejen vencer por los primeros fracasos. Siempre los hay, y un consejo experto hace que se puedan superar. Recomiendo a cualquiera que lea la primera parte de «Los tónicos de la voluntad: reglas y consejos sobre investigación científica en España» de D. Santiago Ramón y Cajal. Es un texto que data de 1897, pero sus reflexiones sobre estos asuntos son absolutamente actuales y están expuestos con una prosa magnífica.
—Para finalizar, como presidente de la Conferencia de Decanos de las Facultades de Odontología de España ¿qué logros le gustaría ver en materia formativa durante su mandato?
—Algunos de ellos los hemos comentado aquí. No pierdo la esperanza de ver cómo se encauza el desarrollo de las especialidades, aunque dudo que pueda ver su culminación, al menos como presidente de la conferencia. Será un reto para la profesión y las universidades.
También me gustaría que las facultades convergieran en más cosas. Por ejemplo, en el diseño de los trabajos de fin de grado. Esta asignatura, mandatoria en todos los planes de estudio, es una herramienta que tiene un potencial formativo muy importante, pero que se puede entender –para mí, erróneamente– solo como sancionadora, o casi como un trámite.
Igualmente querría que los planes de estudio se adaptasen más rápidamente a los cambios científicos y sociales. La Implantología moderna, la inserción del odontólogo en su comunidad, el potencial docente de las simulaciones para los pacientes y los estudiantes, la impresión 3D, el flujo digital en la prótesis o las herramientas de comunicación social, por ejemplo, son asuntos que están modelando nuestro mundo y que nos está costando integrar en nuestros programas. Y la Universidad no puede ser ajena a ellos.
Investigación de calidad
El Dr. José Carlos de la Macorra valora muy positivamente la calidad de la investigación que se realiza en el ámbito universitario español: «Puedo decirle que la producción científica relacionada con la Odontología en España viene disfrutando de un crecimiento exponencial desde hace mucho tiempo. Aquí se investiga y bien. No tanto como en otros países, pero eso está cambiando. Ya dimos hace tiempo el primer salto de calidad: todos los meses se publican, en alguna revista importante, varios trabajos relacionados con la Odontología, hechos en España o con participación española. El siguiente paso será atraer a España a investigadores formados fuera, porque nuestro nivel sea atractivo para ellos. Ya empieza a ocurrir, y estoy seguro de que irá aumentando.
Este desarrollo investigador ha sido posible, incluso en una larga etapa de recortes presupuestarios en el sector educativo. «La investigación en las Universidades ha sufrido, como todos los otros ámbitos, de los recortes presupuestarios. Pero yo tengo una visión positiva, porque en cierta medida lo que ha ocurrido es que se ha separado el grano de la paja: la investigación de calidad siempre se abre paso. Evidentemente, para quien empieza es más difícil, pues los fondos para los primeros pasos se obtienen con más dificultad. Las becas predoctorales y los contratos de investigación en general se han visto restringidos».