Cuatro de la madrugada, Aeropuerto del Prat. El comando UIC-UB, en representación de DentalCoop,
–formado por seis dentistas y cinco que lo serán en un futuro–, presente y listo para facturar el equipaje con destino a Camerún.
La primera parada fue Estambul, donde nos perdimos durante seis horas en un abarrotado laberinto de productos de imitación llamado «Gran Bazar» y deambulamos por los rincones mas turísticos de la actual Constantinopla.
Después de otra escala en Douala, capital económica de Camerún, por fin pisamos tierras africanas en Yaoundé, donde Teo y su cuadrilla nos dieron la bienvenida y nos llevaron a lo que sería nuestro campamento base en Mendong.
Permitidme presentaros Yaoundé. Es una ciudad muy madrugadora y con muchísima energía donde reina la anarquía y el caos. Desde los ojos de este voluntario blanco, una urbe que te bombardea de estímulos, un potente cóctel de olores mezclado con una intensa polución embriaga por completo la capital camerunesa y, al mismo tiempo, un desaforado alboroto de cláxones suena por una jungla que te convierte en el blanco de todas las miradas y en la que los autóctonos te señalan a la voz de «les blancs!». Le caracteriza el constante ajetreo, consecuencia de una hiperactiva venta ambulante de todo tipo de artículos. Entre el bullicio, los hay quienes usan sus cabezas a modo de escaparate, otros, sin embargo, utilizan a sus hijos para el comercio, incluso hay establecimientos donde se practica la circuncisión a buen precio.
Entre esta exótica atmósfera, son frecuentes los albinos, perseguidos en otros países, ya que son utilizados en macabras prácticas de brujería.
El proyecto
La campaña se distribuía en tres zonas de trabajo: en Mendong, un humilde gabinete odontológico equipado con un sillón y el material indispensable para restauradora y cirugía; «La Grande Mosquée», una espectacular mezquita en construcción situada en el distrito islámico de la ciudad y aprovisionada en la parte posterior para atender a los pacientes, y, por último, Madagascar, una escuela acondicionada con nuestro material para el mismo fin.
Una carrera de media hora en taxi nos separaba de los puntos de trabajo, un deporte de alto riesgo que exigía sacar al taxista su instinto más salvaje, siempre intentando trampear al cliente el precio de la carrera.
Cada zona de trabajo nos recibía con más pacientes que la anterior. Llegadas las diez, empezábamos a calentar motores y los pacientes se multiplicaban a medida que avanzaban las horas. Éstos acudían a la mezquita con coloridas indumentarias islamitas, mientras retumbaba por todo el barrio el mensaje de Alá.
Un alto porcentaje eran pacientes pediátricos, manifestando el descontrolado índice de natalidad del país. Las improvisadas salas de espera se desbordaban. Trabajábamos sin freno hasta las cinco o seis de la tarde, momento en que se nos empezaban a complicar las extracciones y teníamos que hacer uso de la turbina.
Así poníamos punto y final a la jornada con una merecidísima montaña de exquisitas brochetas de carne acompañadas de la cerveza nacional «33».
Agosto en Camerún está entre los regímenes de lluvias y seco, caracterizado por esporádicos periodos de llovizna durante el día bajo un cielo que raras veces está despejado. Una época del año acompañada con una temperatura muy agradable, en la que incluso los mosquitos te dan una tregua.
El domingo, Yaoundé se viste con las mejores galas, es el día de celebración eclesiástica en toda la comunidad camerunesa. Junto con la iglesia católica conviven iglesias alternativas que difunden la palabra del Señor a través de falsos pastores empujados por revelaciones y alimentados por la ingenuidad e inocencia de los más pobres.
La multitudinaria campaña que se había especulado ya era un hecho. Resultó todo un éxito. Cada vez trabajábamos con mayor fluidez y organización, llegando a batir el récord hasta el momento, al alcanzar la cifra de 3.000 pacientes.
Por fin llegaron nuestros días de paz. Siete horas de interminable selva tropical separan Kribi del caos. Una sorprendente estampa de frondosa madre naturaleza, que escondía diminutas aldeas, compensaba el cargadísimo ambiente del interior del autobús. Nos repartimos entre un grupo de moto-taxis que, entre la oscuridad de la noche, nos condujo hasta el hotel.
Amanecimos en un paradisíaco rincón del litoral africano llamado Hôtel Du Phare. La paz que invadía la playa privada nos dio los buenos días, allí planeamos realizar las actividades turísticas de la zona. Con las pilas cargadas, empezamos por una travesía en canoa que nos condujo a una aldea habitada por pigmeos. Después, continuamos la aventura con uno de los grandes reclamos turísticos de Kribi: las cascadas de Lobé, un capricho de la naturaleza donde el río con el mismo nombre muere en aguas del Atlántico.
Dimos por finalizado el fin de semana en el Chez Sami donde nos pusimos «ciegos» de marisco por un precio muy asequible. En una mesa repleta de gambas, cangrejo y el famoso poisson grillé, intercambiamos anécdotas del viaje e ideas sobre cómo mejorar futuras campañas.
Me gustaría reconocer, en estas líneas, la colaboración de cada uno de los voluntarios, blancos y negros, que a pesar de trabajar durante intensas jornadas, nunca rechazaron atender a un paciente. Por otra parte, hay que destacar la gran labor que realizó Marc Encinas durante su larga estancia en el país, quien ayudó a reflotar la clínica de Teo. Y, por último, agradecer a Teo, la persona al mando de la campaña, por hacer lo imposible para que todo estuviera un poco mejor y hacernos sentir como en casa. Merci mes amis!