Texto ganador del II Premio Relato Corto de GACETA DENTAL
Vaya!. Sube y baja como un sillón dental. Los vagones de esa montaña rusa giran boca abajo. ¡Menuda adrenalina para el cuerpo! Es increíble el equilibrio que tiene ese hombre sobre el arco Ni-Ti. No me puedo perder esas corrientes en el agua con cubetas estándares. Incisivos centrales con manchas blancas, incisivos laterales pequeños, caninos rotos y cientos y miles de molares. ¡Menuda colección hay en casa del Sr. Ratón Pérez!
Están rifando cepillos dentales, pastas de dientes, seda dental, vasos tipo Dappen de chupito y colutorio de manzana, por lo que he pensado que voy a participar. Me dan una papeleta, rasco los números que creo que van a salir con premio y, con un círculo, tacho los que van diciendo. Esto parece un odontograma.
Después me adentro en una cueva y observo desde unas vitrinas de cristal unos 32 fósiles que permanecen intactos como el primer día. Pasan los años, el tiempo, y las piezas dentales siguen ahí, en el recuerdo. Hay piezas desgastadas, en algunas, hasta podemos ver el sarro pegado; otras, sin embargo, no muestran una patología destacable. Aún se puede apreciar perfectamente la fractura del 17, una caries bien marcada en el 25 y otra por mesial en el 26. También observamos bandas de hipoplasia en el esmalte, incluso, ¡algunas raíces son de color marrón oscuro casi negro!
Hago cola en la casa del terror y espero unos 20 minutos. A decir verdad, estoy un poco asustada. ¡Ya me toca! Entro. Está todo oscuro y no se ve casi nada. Supongo que he de seguir unas flechas blancas que hay marcadas en la pared. ¿Dónde me llevarán? Retiro una cortina negra, la luz es tenue, y, de repente, veo una sombra. ¡Allí hay alguien! Decido acercarme y, entonces, aparece un hombre en una sala de esterilización con una bata de esas desechables de color verde que lleva un botador en la mano.
En ese momento grito y empiezo a correr, ya lo he dejado atrás. Ahora me encuentro con una puerta de madera vieja donde pone en letras grandes y negras: «Coger unas gafas de protección». Al lado veo que hay una bandeja llena de gasas blancas y encima están las gafas, así que cojo unas, me las pongo y abro la puerta. Empiezo a ver luces chispeantes e intermitentes de color blanco y azul. Además, se oye música de fondo.
¿Estoy en una sala chill-out? De repente las luces se apagan y me quedo a oscuras. Intrigada, noto cómo a mano izquierda me empiezan a enfocar con una lámpara de blanqueamiento y enfrente con otra de polimerización. Rápidamente corro hacia la derecha y salgo de la sala. La flechas blancas han desaparecido.
¿Qué sorpresa me espera ahora? ¿He aparecido en el Caribe? Hace calor y el suelo es de arena como en la playa, parece óxido de aluminio. Camino unos metros y me encuentro con otra puerta, pero esta vez es de cristal. Entro y cruzo un túnel lleno de espejos intraorales colgados a los dos lados de la pared. Al mismo tiempo, paso por encima de unos rodillos horizontales que giran poco a poco –parecen los rollos de algodón que me pone el odontólogo en el conducto de Stenon–. Antes de salir, un chico joven con un cuchillo de cera me dice: «¡Hasta siempre colega», y se ríe.
¡Por fin luz! Estoy agotada, así que me acerco a una parada donde están haciendo refrescos caseros y me sirven un vaso que se llena gota a gota, igual que lo haría una espátula de Peter K. Thomas. ¡Esto sabe a flúor de naranja!, pero es tanta la sed que tengo que lo encuentro bueno.
Ni siquiera me he dado cuenta y se ha hecho la hora de comer, así que me dirijo a una sandwichería y me pido uno relleno de pollo provenzal, unas patatas fritas y una mufla rellena de ensalada mixta. Al terminar, voy a por el postre: ¡el mousse de chocolate tiene tan buena pinta! Igual que esos crepes y el tiramisú, sin embargo, finalmente, opto por unas brochetas de frutas que llevan mango y manzana. Dicen que es bueno comer manzana después de las comidas, así mantendré la boca fresca y limpia hasta volver a casa. Aunque no olvidemos que no es sustitutivo del cepillo dental.
Ya he hecho la digestión, y voy a seguir. Van pasando las horas y cada vez estoy más cansada, aunque aún me quedan fuerzas y he pensado echar una partida de dardos –la punta tan afilada que tienen me recuerda a las agujas de anestesia de la consulta del doctor–.
Percibo un aroma a fresa, veo que están preparando algodón de azúcar y me compro una «nube». ¡Qué dulce y esponjosa! Más allá, hay una parada de chucherías donde tienen polvos pica-pica ácidos a granel de diferentes colores, nada más verlos me vienen a la memoria aquellos polvos cerámicos que utilizan los protésicos dentales. También veo un chicle enorme de color rosa, como la cera Reus, ¡qué buenos recuerdos cuando veraneaba con mis padres cerca de la playa en la Costa Dorada! A lo lejos, se ve un niño con un globo en forma de mano; ¡anda!, como esos guantes de látex que utilizan las higienistas.
Continúo paseando por el parque y me encuentro con una gran máquina: ¿Qué será? Me acerco y leo: Fresadora cinco ejes, ¡qué caña! Se están elaborando a una velocidad ultra-rápida chapas, anillos y pendientes, entre otros productos, con el logotipo del parque. Además, se han utilizado diferentes materiales como el titanio, el zirconio, el cromo-cobalto, el cromo-níquel o el oro. Decido comprarme un llavero. Está hecho con una gran precisión, se pueden apreciar su forma y relieves perfectos, y además, no pesa nada. ¡Esto sí que es calidad, y de la buena!
El día está llegando a su fin, ya está oscureciendo, y decido volver a casa. Bajo esa curva de Spee, surfeo entre mis ideas y pensamientos. Reflexiono y encuentro la palabra, así que empiezo otro relato. Comienzo a escribir, después intento dejar el bolígrafo, pero ¡no puedo! Entonces continúo: piedra pómez con fresas de diamante, gelatinadora, autoclave, etc. ¿Me acompañas en mi nueva aventura?