Ahora que intuyo que mi tiempo vital llega a su fin, me surgen una serie de preguntas relativas al sentido de mi existencia.
¿Por qué nací mosca? Realmente no lo sé, tampoco sé por qué entiendo todo lo que se habla en mi entorno. En mi memoria aparecen recuerdos de mis estudios como odontólogo y de qué manera mi afición por la búsqueda de soluciones genéticas, destinadas a la mejora de las enfermedades buco-faciales, me llevaron a profundizar cada vez más en ese campo, hasta el punto de incorporarme, primero como colaborador del Dr. Schulz en el National Human Genome Research Institute (NHGRI), para posteriormente independizarme y crear mis propias máquinas, que buscaban la fragmentación molecular de los seres vivos. A partir de ahí, mis recuerdos se confunden con el momento y lugar de mi nacimiento. Los primeros que vienen a mi mente son olores y sabores para mí agradables, acompañados de una sensación húmeda, trasmitida por una sustancia viscosa sobre la que me arrastraba mientras la comía sin parar. Al mismo tiempo, de mi boca surgía una gran cantidad de saliva, que con mis apéndices maxilares iba trasformando en un fino hilo, que poco a poco, me envolvía hasta quedar totalmente atrapado. El interior del capullo era realmente confortable, me otorgaba seguridad. Los sonidos y sensaciones llegaban muy amortiguados y la necesidad de alimentarme cesaba por completo.
A medida que pasaba el tiempo en este reino de oscuridad, comencé a notar una serie de cambios importantes que se producían en mi cuerpo; notaba que se endurecía y cómo de él nacían diferentes apéndices por todas sus partes. Poco a poco, experimenté una enorme sensación de plenitud, pero, paralelamente, necesitaba salir de la cápsula de tejido que me envolvía. Ayudándome con mi boca y patas comencé a raspar las paredes tratando de recuperar la libertad voluntariamente perdida. Por fin mis esfuerzos se vieron recompensados cuando logré abrir un pequeño agujero, que finalmente conseguí transformar en una apertura mucho mayor, por la que penetraba una intensa luz y todo tipo de sonidos. Con bastante dificultad, logré salir por el orificio tambaleándome. Notaba cómo mi cuerpo, a pesar de encontrarse pegajoso, cada vez me permitía un mayor número de movimientos. Utilizando las dos patas delanteras conseguí limpiarme los ojos, y pude despegar sin gran dificultad las dos excrecencias trasparentes que habían nacido en mi espalda. Enseguida empecé a mover y agitar las alas, hasta que, en poco tiempo, me permitieron despegar y volar a gran velocidad en relación con mi tamaño. La sensación de libertad era total.
Podía desplazarme por el aire, la visión de todo lo que me rodeaba adquiría una dimensión para mí desconocida, me notaba cada vez más fuerte y rápida. En uno de mis vuelos, un olor me atrajo hacia un pedazo de carne de color grisáceo, en el cual había otros seres semejantes a mí, que identifiqué como compañeras. Al posarme sobre aquel pedazo de carne blando y putrefacto noté como su agradable sabor penetraba en mi interior a través de mis patas(*).
Pasado el tiempo, en el momento en el que la oscuridad se apoderaba del día, me vi atraído por la luz de una ventana de un primer piso. El frío me obligaba a buscar refugio, por lo que me decidí a penetrar por un pequeño resquicio, ya que la ventana permanecía entreabierta sobre el letrero luminoso, motivo de mi primera atracción.
Nada más entrar en la habitación, me di cuenta de que todo me resultaba familiar. En el centro de la habitación se encontraba un sillón de color azul claro y tapizado liso. Sobre él aparecía un brazo articulado que sujetaba una bandeja con múltiples instrumentos. Del techo, colgaba otro brazo del que pendía una lámpara con asas de la que emanaba una luz intensa. En el ambiente se notaba un olor fuerte y picante que parecía impregnar mis alas. Noté un cierto mareo que me llevó a refugiarme junto a un aparato que desprendía calor (probablemente se trataba de un autoclave), sin embargo, en el rincón de mi nuevo escondite, la temperatura me resultaba ciertamente agradable, por lo que decidí permanecer en esta habitación todo el tiempo que fuera posible.
Mi vida en la clínica dental transcurría de una forma alegre, aunque no exenta de peligros. Por las mañanas, antes de empezar la consulta, se abrían todas las ventanas y ese era el momento, en el que algunas veces, aprovechaba para salir al exterior y no retornar hasta el final del día, cuando se volvían a abrir las ventanas, esta vez con las luces encendidas que servían de guía para mi regreso.
Por la noche, todos los suelos y superficies, se impregnaban de sustancias que me producían bastante mareo. Tenía localizado un rincón especial, justo debajo de la escupidera al que casi nunca llegaban los desinfectantes. Llegados a este punto del relato, me gustaría resaltar que, cuando me encontraba con otras moscas, a través de intercambios olorosos y de sensaciones táctiles pilosas podía intercomunicar con ellas todo tipo de ideas. Lo cual me sorprendió gratamente, ¡las otras moscas también eran inteligentes!
En fin, mi vida continuaba entre vuelos, huidas, olores y sonidos que me resultaban conocidos e incluso agradables, como el zumbido de la turbina o el sonido de las luces de la lámpara (casi imperceptible para los humanos). Un día acertó a entrar en la clínica una mosca extraña de ojos rojizos y abdomen marrón claro ligeramente rayado que se posó sobre el cristal de la ventana. Extrañado por su aspecto me acerqué hacia el lugar donde estaba posada y le pregunté: ¿por qué tienes ese aspecto tan diferente a las otras moscas que yo conozco? Me trasmitió que era una mosca nacida en un laboratorio, del cual había escapado. La intrusa me contó que su nacimiento se produjo en un contenedor de plástico, junto a otras muchas compañeras. También me dijo que, periódicamente, algunas de ellas eran atrapadas y sometidas a todo tipo de pruebas, que casi siempre terminaban con su muerte. Ella consiguió salir del contenedor de plástico cuando el humano que pretendía, mediante unas pinzas, alcanzar a una compañera, no pudo cerrar la tapa a tiempo, y, gracias a que era una mosca muy rápida, pudo escapar.
Drosi, que así dijo llamarse, me contó que pudo alimentarse sin problemas, pues, cerca del laboratorio, encontró un supermercado que descartaba la fruta estropeada diariamente, la cual se colocaba en contendores en un callejón de la parte de atrás.
Allí concurrían indigentes que desechaban las piezas más estropeadas, arrojándolas al suelo. Allí acudían, además de las moscas, todo tipo de animales. Me dijo que, aunque a su grupo lo identificaban como «moscas del vinagre», a ellas lo que realmente les gustaba era el whisky de malta (**), pero sabía por algunas compañeras que si lo probaba su fin estaba prácticamente garantizado. Así, me dijo que, a pesar de la enorme atracción que tenía por tal sustancia, había decidido no tomarla nunca.
Los días iban trascurriendo placenteramente, en el interior de la clínica, junto a mi compañera. Sin embargo, con el paso del tiempo, notaba que mis reflejos disminuían y mi vuelo era cada vez más corto por el cansancio que me suponía el batido de mis alas. De algún modo, apreciaba que mi fin natural se iba acercando, mientras que Drosi, por el contrario, aún permanecía bastante ágil y seguía relatándome historias del laboratorio.
Mis recuerdos humanos, se agolpaban en mi mente. En mis estudios de Odontología me enseñaron la manera en la que los hombres intentaban defenderse entre ellos por medio de unas leyes que llamaban «Derechos Humanos». Surgieron en mí confusos pensamientos derivados de mis conversaciones con mi compañera y me di cuenta de lo despreciadas que éramos las moscas por los hombres. Así, se me ocurrió elaborar unos derechos de la mosca como animal incomprendido. El problema venía derivado de cómo una mosca como yo podía trasmitir mis ideas al respecto, aunque solo fuera a modo de protesta. Pero, una vez más, mis conocimientos odontológicos, junto a la casualidad, me condujeron hacia a una posible solución. Observé cómo un folio en blanco permanecía sobre la mesa del servicio de recepción, que se encontraba al lado de la habitación donde yo vivía; la puerta entre ambas permanecía abierta. En el suelo había un papel tintado de color azul como los que emplean los dentistas para ajustar la oclusión de los pacientes.
Durante la hora de la comida todo el mundo se había ido de la clínica. En ese momento, decidí probar si era capaz, por medio de múltiples aterrizajes con mis patas sobre el papel tintado y posterior aterrizaje sobre el folio en blanco, de producir suficientes improntas como para elaborar un decálogo sobre los posibles derechos de las moscas.
A base de un enorme esfuerzo y múltiples vuelos y aterrizajes, conseguí ir marcando de forma punteada sobre el papel los siguientes derechos de las moscas:
Decálogo de los derechos de las moscas
- Las moscas tiene derecho a reproducirse en todas las casas.
- Las moscas tienen derecho a trasmitir todas las enfermedades que puedan, incluso entre diferentes especies.
- Las moscas tienen derecho a sobrevolar y posarse sobre las heces, detritus y todo tipo de podredumbre sin que sean molestadas.
- Las moscas tienen derecho a posarse en los párpados yertos de los muertos.
- Las moscas no deben ser impregnadas por sustancias químicas que impidan su errático y libre vuelo.
- Las moscas deben ver facilitada su salida y entrada a las casas sin ningún tipo de barrera que lo impida.
- Las moscas cuando caen, porque les ha llegado el final de su tiempo vital, tienen derecho a no ser aplastadas ni pisoteadas violentamente.
- Las moscas no deben ser molestadas cuando se posan sobre el quicio de una ventana atraídas por el sol.
- Las moscas no deben ser ahuyentadas por sistemas sonoros audibles o inaudibles para el ser humano.
- Las moscas no deben ser atraídas por luces artificiales o sustancias químicas hacia aparatos preparados para su destrucción.
EPÍLOGO
Una vez finalizada la tarea, la mosca intenta volar, pero las fuerzas le flaquean, por lo que queda tendida patas arriba sobre la hoja de papel. A continuación llega la recepcionista, ve una hoja con pequeñas manchas de tinta azul junto a una «asquerosa» mosca muerta teñida de azul. Coge el papel, envuelve la mosca y lo tira a la papelera.
REFLEXIONES Y RECONOCIMIENTOS
Dedicado a la mosca del vinagre (Drosophila Melanogaster) como animal de experimentación totalmente incomprendido, con el cual compartimos cerca de un 70% de carga genética.
Este texto sirve de homenaje a la metamorfosis de F. Kafka 1916. Y a las diferentes versiones de la película «La Mosca», en 1958 (Guión: Georges Langelaan y James Clavell; Dirección: Kurt Neumann; Actor destacado: Vicent Prince); y la última y brillante versión de 1986, (Dirección: David Cronenberg; Guión: Charles Edward Pogue y David Cronenberg; Actor destacado: Jeff Goldblum).
Algunas doctrinas orientales creen en la reencarnación. ¿Alguien merece reencarnarse en mosca?
Para los egipcios la mosca era un animal sagrado por su persistencia y tenacidad. Para condecorar a generales y personajes valientes que hubieran destacado en la guerra se entregaban collares de oro en forma de mosca. A partir del Imperio Nuevo apareció la condecoración militar de la «Orden de la Mosca Dorada» o «Mosca del Valor».
También me han servido de inspiración:
– El poema «Las moscas», de Antonio Machado.
– El «vuelo del moscardón», de Rimsky Korsakov.
– La poesía «Las moscas», de Felix María Samaniego.
En fin, espero que nadie se mosquee por este relato.
**La mosca del vinagre se pasa al whisky de Malta
http://www.elmundotoday.com/2009/04/la-mosca-del-vinagre-se-pasa-al-whisky/
*Las moscas saborean lo que pisan
http://www.biodiverciudad.org/minipedia_detalle.php?id=44