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«La profesión ha perdido mucha capacidad de humanismo»

Bascones, Coscolín, Harster, López Álvarez y Miñana, cinco ilustres apellidos de la profesión dental que comparten galardón: el Premio Santa Apolonia concedido por el Consejo General de Dentistas de España. De la mano de estos veteranos, repasamos la historia más reciente de la Odontología española, destacando algunos de los aspectos que diferencian la práctica clínica que se realizaba hace años de la actual.

Uno se siente un tanto cohibido ante la presencia de estos grandes de la Estomatología española, cinco profesionales que han hecho historia y cuya labor –lo que suele ser más difícil en este país y en estos tiempos– les ha sido reconocida por sus compañeros de profesión con la concesión del premio Santa Apolonia, el galardón máximo para un dentista.

Pero ese grado de timidez desaparece en seguida porque la cercanía de unos, la ironía y el sarcasmo de otros y la campechanía de todos así lo requiere y pronto la conversación surge de forma espontánea para ver las diferencias que el tiempo ha introducido en la profesión. Por ejemplo, el estatus.

Ayer y hoy de la profesión

«Yo no hablaría de estatus –interviene el doctor Bascones–, sino del cambio que produjo el paso de médico estomatólogo a odontólogo. Ahora tienen grandes conocimientos de aplicación directa y clínica al paciente pero, en contrapartida, los médicos estomatólogos tenemos el concepto de la enfermedad y el tratamiento con el paciente. Aunque el punto de partida es totalmente diferente, al cabo de unos años de práctica profesional las dos tendencias se igualan».

El doctor Miñana aporta su punto de vista como profesor universitario. «Los alumnos que eran médicos comprendían todo mejor, tenían ganas de aprender, y eso ha cambiado, como también ha influido negativamente el aumento del número de estudiantes porque es más difícil enseñar y porque han llegado a los estudios con fines económicos y mercantiles».

«Pero tampoco podemos asegurar que cualquier tiempo pasado fue mejor –participa el doctor Coscolín–. Cuando se eliminó el selectivo de Medicina y ya no había que estudiar Física, Química, Matemáticas y Biología, hubo muchos que se pasaron de Ciencias a Medicina y yo les preguntaba: «¿Tú qué vocación tienes?» Y alguno me contestó: «¿Vocación? ¿Para qué te sirve eso? Esto es más cómodo, se aprueba mejor». O sea que me río yo de la vocación con la que han ido algunos compañeros a Medicina, que para mí es como el sacerdocio, es sacrosanta».

«Es que el concepto de vocación es muy relativo, yo hablaría mejor de «adaptación» –argumenta Antonio Bascones–. En mis tiempos, en la facultad había tres grupos de alumnos: los que íbamos por vocación e influjo paternal, que éramos tres o cuatro; otros que venían rebotados de otras profesiones (médico del pueblo, gente de anestesia), con un afán quizá más bien crematístico; y los que ejercían esta carrera como una especialidad, como una cosa fácil dentro de su ejercicio profesional. Vocacionales éramos muy pocos. Y ahora pasa igual, en Odontología también hay tres grupos: los de mejor expediente académico, los impulsados por sus padres porque ven una salida económica, y los que no saben qué hacer y se apuntan aquí como podrían haberse apuntado a Arquitectura. Eso en la universidad pública, porque la privada es, como dicen los ingleses another thing, porque no se necesita nota de selectividad y el padre paga equis millones de pesetas para que su hijo haga la carrera. He de decirlo claramente: lo que está pasando con las universidades privadas es una auténtica desfachatez».

Del Moral insiste en que esa proliferación de estudiantes de Odontología se debe, en buena parte, a la creencia de que es una profesión para hacer dinero y el doctor Coscolín es el primero en salir al quite: «No sé quién nos quiere tan mal, yo creo que es envidia a los médicos y a los dentistas, y por eso se nos tacha de corporativistas a ultranza y de ganar millones. Así, por definición. Y a mí me gustaría saber de dónde viene esa ignorancia. Y claro que puede haber corporativismo, pero como en todos los sitios. Y con relación a los dineros tres cuartos de lo mismo, porque, oye, la hora trabajada del dentista sale cara: hay que pagar protésico, depósito, enfermeras, teléfono, etcétera. Todos hemos vivido bien, pero hemos trabajado como cosacos, ¿o no?».

El doctor López Álvarez interviene con su gran sentido del humor: «No. Yo trabajaba de diez a cinco de la tarde, seguido. Porque empezar a trabajar dos veces me ponía… Con empezar una vez tenía bastante, comía a toda velocidad y a las cinco me iba a un bar».

«Es cierto que en aquel tiempo –participa en la conversación el doctor Harster– había un tipo de dentistas, no demasiado buenos, que se ganaban muy bien la vida. Esta gente que hacía tres o cuatro pueblos y que venía con unos cubos llenos de impresiones de alginato. Esta gente ganaba mucho dinero practicando una Odontología atípica».

Suspenso en Humanidades

Otro de los aspectos que diferencian a los estomatólogos de antes de los odontólogos actuales, a juicio del Dr. Bascones, «es el humanismo, el concepto holístico y humano del paciente. Hoy son más tecnológicos, manejan muy bien la tableta, el iphone, el iPad, pero la concepción de lo que es la enfermedad y la salud ha desaparecido».

«No puedo estar más de acuerdo contigo –tercia Pere Harster–. Se ha perdido mucha capacidad de humanismo, ahora se ve una boca llena de cosas muy complicadas para solucionar, y son muy capaces de hacerlo pero les falta este concepto general de humanismo».

El doctor Coscolín introduce una nueva visión: «A mí me impresiona que los chicos de las últimas generaciones de la Odontología no se establezcan por su cuenta porque tienen miedo, y así me lo han confesado alguna vez. Están menos preparados frente al enfermo y no tienen serenidad frente a una situación médica, por banal que ésta sea. Lo pasan mal porque se han preparado para ser dentistas sin haber hecho una sola extracción, el cocodrilo ese al que le sacan las muelas son todas las prácticas que han podido hacer. Esa falta de preparación ante las situaciones médicas marca la diferencia».

De nuevo la intervención del doctor López Álvarez viene acompañada de un tono humorístico: «A mí cuando un paciente me caía gordo, lo echaba. Yo seleccionaba mentalmente los pacientes por la noche. Si antes de dormirme soñaba con un paciente, decía: «fuera». Y soñaba por dos cosas: porque era un caso muy difícil, y se lo mandaba a otro, o porque no me iba a pagar».

Y de repente entra en escena el tema de la falta de ética y deontología profesional porque el doctor Bascones asegura que «otra consecuencia de la situación actual es el sobretratamiento. Al haber menos pacientes por la crisis, al paciente que entra en la clínica se le hacen cosas que no necesita».

«Te prometo que el viernes pasado –dice Pere Harster–, vi una paciente que venía diagnosticada con seis caries y no tenía ninguna». Algo que no existe solo en España ni en estos tiempos porque el doctor López Álvarez recuerda a «una chica que estudiaba en Estados Unidos a la que habían diagnosticado doce caries y cuando la vi solo le encontré dos; o sea que jetas hay en todos lados».

«Sí –interviene Harster–, jetas hay en todos lados, pero esta competencia por el paciente, esta necesidad de hacer múltiples actividades para cobrar algo porque les pagan cinco o seis euros por cada caries… y, claro, entonces tienen que hacer seis». «Hacen cuatro actividades para una misma obturación», tercia Bascones.

Y como tampoco era oro todo lo que relucía en su época, el doctor Coscolín recuerda que muchos contemporáneos suyos que no sabían hacer endodoncias convencían al paciente:

Esta muela le ha dolido, ¿verdad que sí?.

Y se la extraían. «Quizá hemos hecho demasiada mutilación sin motivo».

¿Y el dentista de hoy mantiene ante el paciente la misma imagen que se tenía en la época de nuestros ilustres invitados?

«No tiene nada que ver –dice Bascones–, y eso empieza desde la misma facultad donde ves a los alumnos con piercings y tatuajes. Yo no iría nunca a una clínica donde el dentista me recibiera con dos piercings. Claramente lo digo».

«Es que en el fondo todo va relacionado con lo que hemos hablado antes de las humanidades –interviene Harster–. La educación es una parte de la humanidad y yo veo que de la universidad sale gente que no sabe comportarse, que no conoce las mínimas formas entre personas civilizadas, más bien las desprecian y las consideran como algo negativo».

«Porque en la universidad no les han sabido educar, porque el profesor no es sólo transmisor de conocimientos, sino también de proyectos morales, de comportamiento y eso muchas veces no se hace», apunta Bascones. «Es que antes, si a un niño le suspendían en el colegio –acentúa López Álvarez–, el padre le reñía y , a veces, le daba un cachete y no pasaba nada. Ahora se va al colegio y se pega al maestro».

Esta falta de educación es una consecuencia de que «la sociedad ha querido igualar y lo ha hecho por lo bajo», según Coscolín, quien critica al estamento docente: «La Universidad eligió su camino cuando dijo que la idoneidad servía para que muchos «idóneos» fuesen catedráticos y para mí ser catedrático era un concepto».

La falta de educación es un mal de toda la sociedad, «y nosotros no somos una excepción: vamos hacia una pérdida de valores, especialmente del sentido de la responsabilidad y aceptar que hay distintos niveles de autoridad».

El doctor Bascones ha conocido de primera mano la falta de cultura general de sus alumnos, cuando preguntó en su clase quién era Pablo Neruda «y solamente uno de los sesenta alumnos me lo supo decir. Eso es muy triste».

«Por no hablar de las faltas de ortografía –se suma el doctor Coscolín a esta corriente de opinión–, porque lo queramos o no hay gente asna en la universidad. Los profesores me comentan:

Yo les marco las faltas de ortografía en rojo para que se den por enterados, ¿pero qué quieres, que me pegue un tiro?.

Cuéntame…

Hacemos un paréntesis en el momento actual para recordar los comienzos de estos cinco grandes de la historia dental española.

El doctor Coscolín califica esos inicios de «maravillosos» y recuerda la anécdota de la primera muela que sacó «a una gitana en la casa de socorro, cuando yo tenía dieciséis años. Estuve a punto de terminar con una rodilla encima de su tripa para tirar, como en las películas o ir a buscar una mula para que me ayudase. Eso sí, cuando llegué a la escuela de estomatología ya había sacado mil muelas». Los comienzos del doctor Harster fueron «modestos, pero me independicé pronto de mi padre y empecé a trabajar en equipo». López Álvarez tuvo la suerte de pasar dos años en Estados Unidos «y a mi vuelta monté una consulta a la que venían los americanos de la base de Torrejón, así es que no tuve ningún problema». Parecidos fueron los comienzos del doctor Miñana, que nada más casarse se fue con su mujer a Estados Unidos, donde terminó de formarse «y a mi regreso trabajé en la base de Torrejón y luego monté la clínica en una parte de mi casa». «¡Ha venido de América!» se decían mutuamente los doctores Coscolín y Bascones cuando conocieron al doctor Miñana en el antiguo Colegio de Médicos de la calle de Esparteros. «¡Y nosotros acabábamos de llegar del pueblo!», añade, todavía con cara de sorpresa, el doctor Coscolín.

Y luego, a ganar dinero. «No tanto, que hemos vivido bien, sí, pero ninguno de los aquí presentes podemos decir que tenemos dinero. Yo cuando tenía muchos pacientes los derivaba a otro colega», interviene Harster. Y remata López Álvarez: «Yo en verano cerraba dos meses y medio, pero luego he tenido que trabajar hasta los setentaiún años porque a los sesenta y cinco me di cuenta de que no tenía un duro y durante esos últimos cinco años me dediqué a ahorrar un dinero –que ya me he gastado, por cierto–, así es que ahora vivo de la venta del piso de la clínica. Ni sabíamos invertir, ni nada de nada; y nos importaba todo un rábano. Esa ha sido mi vida profesional».

Todos coinciden en que han vivido bien, sin problemas, pero que no se puede decir que hayan hecho tanto dinero como la gente cree. Pere Harster, por ejemplo, con 76 años aún trabaja tres días a la semana «como consultor médico de mi propia clínica, y no lo hago por vocación sino porque en casa no llegamos a fin de mes con los mil doscientos euros que me han quedado de jubilación». «Por eso cuando algún colega me dice que se va a jubilar le digo que se lo piense antes, que lo alargue todo lo que pueda porque va a notar la falta de dinero en el bolsillo», interviene Miñana. Y sentencia Harster: «O sea que en una profesión cuyos próceres llegan a la jubilación y tienen que mirar estas cosas, no debe ser verdad que nos hacemos ricos». «A mí me sobran los dineros –interviene, socarrón e irónico, Coscolín–… lo cierto es que me jubilé porque no me quedó más remedio y gracias a que había entrado en la Seguridad Social me queda una pequeña jubilación».

Quien no se ha jubilado aún ha sido el doctor Bascones, que está de asesor en la universidad y acude a la clínica de sus hijos, «y como suelo dormir poco, con unas cinco horas tengo suficiente, me dedico a escribir». ¿Todos se han buscado alguna afición para llenar el tiempo? «Yo me dedico –confiesa Miñana– a dar paseos matinales con mi mujer por el Parque Juan Carlos I; ayudo en la cocina; hago siestas de ministro, con pijama y orinal; hago crucigramas; preparo las clases que doy en las tres universidades de Valencia como profesor invitado y, a la vez, paso unos días en el pueblo, en el campo, pero, sobre todo, voy a ver los partidos de fútbol que juega el Valencia. Me «peleo» con el ordenador y escucho música a la vez. Y sigo leyendo algo de endodoncia a través del Journal de la Asociación Americana de Endodoncistas y de la revista de AEDE. Sí estoy ocupado y es divertido, porque mi salud está bien», finaliza.

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Los invitados destacaron los grandes avances que se han producido en los últimos años en técnicas y materiales. En la foto, los doctores Harster, López Álvarez y Miñana.

«Yo desde que me he jubilado no he bostezado ni una sola vez –despierta sonrisas con su afirmación López Álvarez–. No tengo ningún problema: todos los días con mis amigotes en los bares, libros, el ordenador, el laboratorio… porque de los dentistas no me interesa nada, pero del laboratorio me gusta conocer las nuevas técnicas».

Tampoco se aburre ni un poco el doctor Harster, «incluso me falta tiempo para todo lo que quiero hacer. Tengo mi pequeña finca y mi bodega de aficionado, que me cuesta dinero, en la que hago mi vino, Penedés Nouveau; leo mucha novela (acabo de terminar ‘La fuerza del destino’, de Bascones) y sobre todo ensayo».

Otro que anda falto de tiempo para dedicarlo a sus aficiones, la lectura y el cine («tengo en casa la filmoteca mundial») es el doctor Coscolín, «dedicado a ejercer de abuelo y de taxista de la familia», pero tampoco descarta que en algún momento pueda consagrarse a su gran pasión: los trenes eléctricos. «Entretanto me dedico a disfrutar de los amigos, a hacer sudokus para mantener la mente un poco clara y a esperar que Pere Harster me invite un día a su bodeguita para catar sus cosechas».

Avances y anécdotas

Lógicamente desde que estos próceres (nos apropiamos del término empleado por el doctor Harster) de la estomatología dieron sus primeros pasos profesionales hasta ahora ha habido muchos cambios, especialmente en técnica y tecnología. «Si yo tuviera que llevarme algo a aquellos tiempos serían las ventajas que ha traído la técnica; nosotros trabajábamos con las manos, éramos trabajadores del sindicato de artesanía. ¡Madre mía!, vivíamos en precario auténtico. Yo he visto gente llevar el torno en una maleta», propone el doctor Coscolín, quien quiere hacer el ejercicio contrario y llevarse algo de esta época al futuro: «Yo me llevaría quinientos años más allá las universidades privadas».

Pere Harster trasladaría a su época «los avances que permiten diagnosticar mejor: las ortopantomografías, los escáneres, los tacs y luego, claro, las técnicas de adhesión, por ejemplo, y los implantes, pese a que no nos gustan a ninguno de nosotros».

El doctor Miñana no lo duda: «Yo me llevaría los materiales, la calidad de los aceros de las limas, las técnicas de obturación. ¡Qué suerte tienen ahora de trabajar con esas limas y no con los auténticos serruchos que utilizábamos nosotros! Y ahora hay motores, limas de un solo uso…».

López Álvarez se habría llevado los implantes –«Habría sido una maravilla para solucionar el caso más tremendo que tenías en la consulta: la falta de un central… que si un removible, tallar unas Tinkers, coronas Veneer, puente adhesivo, coronas de meta-porcelana, que si la encía, el color… Más vale no recordarlo. Un implante y resuelto»–, pero corta el hilo de los traslados de material, técnicas y tecnología en el tiempo y con su intervención da pie a la entrada de las anécdotas.

Bascones hace memoria y recuerda el caso de un colaborador de la facultad: «Le colocó al paciente la prótesis completa que correspondía a otro paciente y volvió al día siguiente a la consulta con un bocadillo en la mano. ‘Doctor, que no puedo masticar’. Él se dio cuenta de lo que había pasado, se fue a la parte de atrás, le puso la prótesis correcta y el paciente se quedó asombrado. ‘Doctor, qué manos tiene usted’».

La anécdota de Eduardo Coscolín tampoco tiene deperdicio. «Coloqué un puente a un paciente, a la sazón director de Enseñanza Media de Zaragoza, y se lo cimenté provisional. Cuando volvió a la consulta cogí el martillo, cloc, cloc, cloc y salió la pieza entera. El hombre solo fue capaz de decir: «Se ha ido». Y yo: «Sí, se ha ido». Volví a tallar la pieza con cuidado, la coloqué… y agradecido porque no había ningún consentimiento firmado ni nada de eso».

Pere Harster cuenta las anécdotas de dos en dos. «Recuerdo el caso de un ayudante mío, que hoy es un buen catedrático, al que le hice poner un puente provisional mientras yo me iba a otro consultorio. El paciente aquel se marcha y al cabo de media hora me llama: Oiga doctor, que su ayudante me ha puesto una cosa muy rara y cuando aparece me le encuentro con un colmillo provisional que le asomaba por fuera del labio, como si fuera un jabalí. La otra anécdota la protagonizó un paciente y amigo al que acababa de poner un puente largo que no terminaba de ajustar bien. ‘Déjatelo a ver si se acaba de asentar’, le digo, y al cabo de unos días me llama: ‘Me he tragado el puente, ¿qué hago?’ ‘Cómprate un colador y me lo traes’. Y ya lo creo que me lo llevó, pero con la materia marrón incluida».

«Algo parecido me ocurrió a mí –cuenta Coscolín– y también le pedí que me lo trajese. ‘Pero no volverá aponérmelo, ¿verdad?’ ‘No hombre, no, sólo quiero ver…’. Lo lavé bien y le puse el mismo otra vez».

Males actuales

Y de las risas a los lamentos, porque la profesión ya no es lo que era ni, por desgracia, volverá a serlo. Que si la plétora, que si las franquicias, que si las sociedades médicas, que si trabajar para terceros, que si… Y como no es mal asunto preguntar a los profesionales de toda la vida pedimos a nuestros invitados que hagan un ejercicio de predicción y nos vaticinen el futuro del dentista.

«Yo lo veo mal –se adelanta Antonio Bascones–. La profesión no supo enfocar la desaparición de la estomatología y ahora no ha sabido enfocar la llegada de la Odontología porque no se ha controlado la enseñanza en las universidades privadas y, claro, es imposible que el país absorba los cientos, si no miles, de estudiantes que salen cada año de las facultades. Es gente preparada pero ¿qué hacen cuando llegan al mercado laboral? Ir de consulta en consulta».

«Todo eso es una estrategia voluntariamente buscada –irrumpe Pere Haster–, el Estado se ha encontrado con que la Odontología era cara y no la podía asumir, ¿qué hacer entonces? Pues inundar el país de dentistas y aplicar criterios economicistas; es decir, cuanta más gente haya en el mercado más bajarán los precios. Y esta es la única verdad. Lo han conseguido». «Pero la ética…», intenta argumentar Bascones. «No les ha importado nada la ética. Simplemente han bajado los precios. Ahora tenemos precios bajos, ética baja, compromiso bajo… Ya hemos hablado antes de la falta de humanismo», argumenta Harster.

Bascones echa mano de la memoria y recuerda que «un alto cargo ministerial de los años ochenta, catalán para más señas, que murió en malas circunstancias [–añade, por si no fueran datos suficientes los aportados hasta ese momento para identificar al personaje–], dijo que los dentistas españoles éramos pocos, malos y caros y que estaba deseando entrar en el Mercado Común [germen de la actual Unión Europea] para que vinieran nuevos dentistas. Y yo le espeté: ‘Espero que ese día también vengan altos cargos de la Administración y haya más competencia en los ministerios».

El doctor Coscolín apunta los que a su juicio son «los dos males de la Odontología, que además he sufrido en mis carnes. Los claustros de las universidades están formados por recién licenciados que después del verano se convierten en profesores, y todos sabemos que esos alumnos han hecho una Odontología paupérrima, por no decir miserable, pues se han incorporado sin hacer siquiera un examen de grado. Y el segundo es el síndrome que Coscolín [recurso retórico de don Eduardo] llama ‘del carnicero’ porque en Santa Isabel, un barrio de Zaragoza, hubo un carnicero que abrió una consulta. Y es que eso no me cabe en la cabeza, es inconcebible. Y me decía a mí mismo, ‘no habrá ni un dentista que haga de prestatítulos’. Pues hicieron fila. Y este ‘síndrome del carnicero’ se ha repetido cientos de veces; se han montado cientos de clínicas en las que el capitalista de turno se ha buscado su dentista particular y ha montado un negocio. Y, claro, le dice al titulado qué implantes ha de poner porque son más baratos, las caries que ha de sacar donde las hay, multiplicar los estudios radiológicos… Y la Administración lo ha consentido con tal de que haya un titular. ¡Qué coño de titular!, aquí si no eres dentista, no abres una clínica y punto. Pide los dineros y que te los deje el banco o el carnicero, pero no me digas que un carnicero o un bancario puede abrir una clínica», concluye su intervención un muy indignado Coscolín.

Así es que de que la familia siga la tradición ni hablamos, ¿no? Con el sentido del humor del que ha hecho gala, interviene López Álvarez: «Tengo cuatro hijos y ninguno es dentista, de eso ya me encargué yo. Cuando paraba media hora para comer les decía: Para que luego digan que el fumar me va a matar, a mí lo que me mata es el trabajo y los pacientes». Pero él es la excepción porque Harster tiene «un hermano y un sobrino que continúan la tradición», Bascones «dos hijos dentistas», Miñana «un hijo dentista y una nieta estudiante de Odontología» y Coscolín «una hija dentista, pero que en realidad se dedica a dar clases de formación profesional a un montón de higienistas, que la adoran, dicho sea de paso, porque le gusta mucho la docencia y no puede atender la clínica».

Harster, reciente y último premio Santa Apolonia de la profesión, termina con su intervención el encuentro de Gaceta Dental con estos cinco históricos ‘apolonios’. «Quiero romper una lanza en favor de los chicos de ahora. Leí hace poco una cita muy interesante: ‘Los chicos de ahora es imposible que puedan formar un buen equipo de gobierno; no se levantan, no saludan, no respetan nada…’. Pues resulta que esta cita estaba sacada literalmente de una tabla de Babilonia de hace cinco mil años y esto te lleva a pensar que tal vez nuestro juicio sobre los jóvenes es parcial y no tiene demasiado valor. Ellos se montarán su mundo, su sistema de valores y los que sepan adaptarse aspirarán a algo grande y los que no puede que ganen dinero, pero no serán felices con su profesión».

Las dos horas acordadas para esta reunión se han pasado en un suspiro y hay que despedirse pese a que quedan muchas cosas por saber de las experiencias profesionales de estos cinco ilustres «apolonios», por lo que no sería descabellado repetir el encuentro más adelante. Al menos esa es la intención de todos. Así es que el punto que cierra esta crónica lejos de ser final es solo un aparte.

LOS INVITADOS, UNO A UNO

Destacar todos y cada uno de los logros de nuestros ilustres invitados no es tarea fácil. Recogemos aquí tan sólo algunos de ellos.

Dr. Antonio Bascones Martínez. Catedrático de Medicina Bucal y Periodoncia de la UCM. Especialista en Cirugía Maxilofacial. Ex-Vicedecano de la Facultad de Odontología de la UCM. Doctor en Medicina y Doctor en Estomatología por la UCM. Director del Máster de Periodoncia de la UCM. Ex-Presidente del Colegio Oficial de Odontólogos y Estomatólogos de la I Región. Presidente de Honor del Colegio Oficial de Odontólogos y Estomatólogos de la I Región. Premio Santa Apolonia 1996.

Dr. Eduardo Coscolín Fuertes. Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Zaragoza y en Estomatología por la Universidad de Madrid. Estudios de postgrado en la Escuela Dental de Ann Arbor de Michigan (USA). Máster en Salud Pública Oral en la Universidad del País Vasco. Doctor por la Universidad de Zaragoza. Presidente del Colegio Oficial de Odontólogos y Estomatólogos de Aragón desde 1987 hasta 2003. Miembro del Órgano Estatal del Sistema Defensor del Paciente Odontológico. Premio Santa Apolonia 2009.

Dr. Pere Harster Nadal. Licenciado en Medicina, especialidad de Estomatología. Miembro fundador de la Academia de Gnatología Europea. Fundador y ex-presidente de SEPES. Fundador de SEPA. Ex-Presidente de la sección de Odontología de la Academia de Cataluña. Ex-Presidente del COEC y de su Comisión Deontológica. Ex-Presidente de la Comisión Europea del Consejo. Premio Santa Apolonia 2011.

Dr. José Luis López Álvarez. Licenciado en Medicina y Cirugía, Universidad de Madrid. Especialidad de Estomatología, Universidad de Madrid. Estancia en Estados Unidos: Becario de la Fundación del Amo, en la Universidad del Sur de California, USC, Los Ángeles; en la Universidad de California, Los Ángeles, UCLA; y en el Laboratorio Buttress&Denner de Los Ángeles (1960-1961). Miembro fundador de SEPES, SEMO y de la Academia Europea de Gnatología. Autor del libro: «Técnicas de Laboratorio en Prótesis Fija» (1987). Premio Santa Apolonia 1997.

Dr. Rafael Miñana Laliga. Licenciado en Medicina y Cirugía, Universidad de Valencia. Estomatología, UCM. Ex-Profesor Asociado en Patología y Terapéutica Dental, Ex-Profesor Asociado Odontología Integrada de Adultos en la Universidad de Valencia y codirector del Máster de Endodoncia, Facultad de Medicina y Odontología en la Universidad de Valencia. Ex presidente y miembro Fundador de la Asociación Española de Endodoncia (AEDE). Premio Rodríguez Carvajal de AEDE. Miembro de honor de la Asociación Americana de Endodoncistas y de la Asociación Española de Endodoncia. Premio Santa Apolonia 1999.

Gonzalo Alvarado

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