La cada vez mayor demanda y uso de función inmediata en implantología, representa un reto a la hora de tratar a nuestros pacientes.
Es difícil en muchas ocasiones estar “seguro” de que podemos decir si o no, intraoperatoriamente o en los primeros dias después de la cirugía, a si un implante puede o no ser cargado por una prótesis provisional.
Además, esta exigencia se acompaña de situaciones clínicas a veces no tan favorables como desearíamos. Nos encontramos esta misma demanda en casos en los que usamos injertos, hueso de calidad desfavorable, membranas e incluso en casos de parafunción.
Por tanto, ¿cómo podemos estar en situación de validar objetivamente si la situación clínica, en concreto la estabilidad del implante, es suficiente para poder realizar procedimientos de función inmediata? O por el contrario, ¿cómo podemos saber si la situación clínica de la fijación instalada es de elevado riesgo y, por tanto no solo no debemos cargar el implante sino extremar las precauciones en el periodo de osteointegración? ¿Cómo podemos monitorizar objetivamente la evolución de la interfase? ¿Cómo podemos decidir si cargamos ese implante en un menor periodo de tiempo? ¿Cómo podemos saber el estado de ese implante en el momento de comenzar la fase protética definitiva?
Debemos comenzar a pensar en objetivar esa evolución de nuestro implante.
Parece un poco desfasado o poco científico fiarnos de apreciaciones personales o clínicas (en ausencia de dolor, movilidad, rx favorable, ausencia de complicaciones locales) cuando existen desde hace muchos años métodos para evaluar esta interfase, incluso de una manera dinámica, logitudinal en el tiempo, evaluando durante años a nuestro paciente con el mismo sistema, los mismos parámetros, de tal manera que objetivemos realmente esa evolución.
Uno de los errores mas comunes en función inmediata es decidir que podemos realizarla si en la instalación del implante alcanzamos un mínimo de 35 Ncm. En muchas cirugías nuestro implante entra con un bajo torque y, al final, alcanza esos 35 Ncm o más. Normalmente se debe al apoyo cortical de la propia parte coronal del implante. Por tanto la interfase puede ser débil y estar compensada por esa cortical tan densa, que enmascara la verdadera situación clínica. Además este método es poco objetivo (por no hablar de si realmente nuestro motor de implantes refleja la realidad física, si esos Ncm son reales (motores con calibración de torque) y, sobre todo depende del obeservador, no es reproducible.
El análisis de frecuencia de resonancia es un procedimiento usado en mecánica para evaluar la estabilidad de estructuras. Se basa en el principio del diapasón, cuanto mas rígida es la interfase, mayor es la frecuencia.
Desde hace años (2001) existe en odontología el Osstell, un aparato específicamente diseñado para realizar con toda comodidad un análisis de frecuencia de resonancia de la estabilidad del implante. El aparato nos da un índice que denominan ISQ (cociente de estabilidad del implante) que representa el grado de estabilidad de nuestro implante en la dirección explorada. Cuanto mayor sea este ISQ, mayor es la estabilidad del implante.
Su uso es muy sencillo.
Roscamos en el implante un aditamento diseñado específicamente para este uso y para la mayoría de los sistemas de implantes, denominado Smartpeg. La cabeza de este Smartpeg, magnética, es activada por pulsos magnéticos realizados desde el transductor del terminal del aparato.
Al mismo tiempo este terminal analiza la frecuencia del Smartpeg y nos da el valor de estabilidad. Cuanto mayor es la frecuencia, mayor es la estabilidad y mayor es el índice ISQ que nos da el aparato.
La medida se realiza de la siguiente manera:
1.- Atornillamos el SmartPeg al implante manualmente con un adaptador plástico. Con esta maniobra simplemente aplicamos entre 4 y 6 Ncm.
2.- Acercamos el terminal del aparato al Smartpeg, el aparato nos indica con un beep que puede realizar la medida y nos da un valor de ISQ.
Normalmente se hacen dos mediciones mínimas. Una desde mesial y otra lateral (a 90 grados de la previa). Así obtenemos valores desde distintas posiciones que nos dan una idea real de la estabilidad del implante. Encontraremos en ambas mediciones valores iguales o muy similares, salvo en situaciones desfavorables de calidad ósea o uso de material de injerto, en la que podemos objetivar situaciones de riesgo que de otra manera pasarían desapercibidas.
Es muy importante remarcar que la gran ventaja del procedimiento es que al no ser nada invasivo no afecta en absoluto a la estabilidad del implante.
Recordemos que la estabilidad inmediata del implante, mecánica pura, va siendo sustituida durante el periodo de osteointegración por una estabilidad biológica. Hay un descenso inicial de esta estabilidad en el periodo inmediato a la cirugía, aumentando progresivamente al desarrollarse el proceso biológico de osteointegración.
Los valores de ISQ bajos tienden a ir aumentando con el tiempo, si la evolución clínica es favorable, precisamente por este proceso biológico.
Se consideran de riesgo los valores inferiores a 55 y los superiores a 70 se consideran valores altos.
En las ocasiones desfavorables deberemos monitorizar la evolución clínica de nuestro implante, usar tiempos de osteointegración mayores o extremar las precauciones a la hora de la carga del implante y del diseño de la prótesis.
El valor considerado como standard de una buena osteointegración es 70. Si hemos obtenido valores adecuados y la evolución del valor en el periodo de osteointegración es de descenso importante y mantenido podemos estar ante un fracaso del implante y por tanto es un signo de alrama ante el que debemos actuar precozmente.
Dedicando un poco de tiempo, en el tratamiento de nuestros pacientes , al uso de este aparato podremos aumentar la calidad de nuestro tratamiento implantológico, objetivando algo tan importante como la estabilidad de nuestros implantes.
Mostramos en las imágenes su uso en una cirugía sencilla de un central superior, con función inmediata.