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Del barro a la esperanza: la dentista que reconstruye su vida tras la DANA

Febrero avanza entre el frío y la rutina en Carabanchel y Picassent, las dos localizaciones a las que conecta la llamada telefónica que origina este reportaje. La vida sigue, con comercios abiertos y coches que transitan sin contratiempos. Pero a pocos kilómetros, en la comarca valenciana de l’Horta Sud, el tiempo parece detenido desde octubre. Allí, el agua se llevó por delante negocios, hogares y el ánimo de cientos de vecinos que aún hoy, meses después, siguen en una especie de limbo.

Uno de esos nombres es el de Elena González, dentista y propietaria de la Clínica Dental González en Catarroja, que atiende a Gaceta Dental para darnos una lección de resiliencia y optimismo en la reconstrucción.

El día en que todo cambió

González había sido madre apenas un mes antes de la catástrofe. Aquel martes de otoño decidió cancelar su agenda de pacientes. Llovía en varias localidades, pero no en Catarroja, así que nada hacía prever la tragedia. “La zona se llena de agua y hay que andar con cuidado. Pero, vamos, en seis años nunca había pasado de ahí, siempre había sido una pequeña acumulación, nada que hiciera pensar en lo que ocurrió aquella tarde”, recuerda.

Elena conminó a sus empleadas a cerrar la clínica temprano. Su marido pasó a revisar el estado del barranco antes de volver a casa. “Me dijo que el barranco iba lleno, pero aquí no llovía. Ya en casa, nos conectamos a las cámaras de la clínica y, de repente, vimos cómo entraba el agua a una velocidad brutal. Cuando llegó a la altura del rodapié, se fue la luz. Y dejamos de ver”.

El desconcierto se convirtió en angustia cuando, a la mañana siguiente, empezaron a llegar imágenes de Catarroja. “No era consciente hasta que fui allí. Mi marido me decía ‘parece de The Walking Dead’, y yo, que soy muy optimista, le respondía que limpiaríamos y ya está. Pero cuando vi aquello, me quedé sin palabras”.

Elena nos cuenta que se siente “muy afortunada” por cómo ella y sus familiares libraron la catástrofe esa tarde. En otra clínica dental de Catarroja, las trabajadoras se vieron atrapadas en el interior del local cuando el agua empezó a subir con rapidez. “Cerraron la persiana para intentar evitar que entrara más agua, pero cuando intentaron salir, ya no podían. El nivel había subido demasiado y estaban atrapadas dentro”, cuenta González. La situación se volvió desesperante hasta que un coche, arrastrado por la corriente, chocó contra el escaparate y rompió el cristal. “Salieron medio buceando por el agujero que dejó el coche. Podría haber sido una tragedia”, relata.

El barro, el saqueo y la incertidumbre

Las primeras horas posDANA fueron un caos. Barro por todas partes, pacientes buscando respuestas y la clínica, su medio de vida, destrozada. Lo que no arrastró el agua, lo hizo la incertidumbre. “No podíamos abrir ni limpiar hasta asegurarnos de que la persiana funcionaba. Llegaban las noticias de los saqueos a comercios y no queríamos abrir”, explica.

La gestión de los pacientes fue otro reto. La comunidad dental se volcó en ayudar, ofreciéndole espacios donde atender a sus pacientes. “Nos facilitaron trabajar y atender a pacientes desde una clínica aquí en Picassent, pero yo tenía todas las historias clínicas en papel. Mi madre se pasó semanas secando archivadoras hoja por hoja. Recuperó el 95% de los historiales”.

También hubo momentos surrealistas. “Un paciente apareció en la clínica en plena limpieza para reclamar su prótesis”, recuerda Elena. “Yo no daba crédito. Todo estaba cubierto de barro, los muebles destrozados, y él insistía en encontrar su pieza. Creo que estaba en shock, como muchos de nosotros”.

Elena reflexiona con esto sobre el impacto psicológico de la tragedia. “Muchas veces pensamos solo en lo material, pero el golpe emocional es igual de fuerte. Pasas de la negación a la desesperanza, y luego a la resignación. Pero, por suerte, también al impulso de seguir adelante”.

La reconstrucción y la espera eterna

En el plano material, su prioridad fue salvar instrumental y contactar con técnicos para evaluar los daños. Pero nada se movía rápido. “Todo el mundo estaba igual. No había suficientes profesionales para hacer presupuestos y sin eso, el seguro no podía avanzar”.

A finales de enero, González aún no tenía respuestas claras del seguro. “El perito vino muy rápido. Me hicieron un anticipo, pero yo lo único que quería saber es si lo que tenía asegurado me cubriría todo. No quiero que me paguen de más, solo saber si tengo que pedir un crédito”. Mientras tanto, comenzó la obra en su clínica. “Voy dando pasos poco a poco, pero sin saber con certeza hasta dónde puedo llegar”.

Lo que sí tuvo claro Elena es que de Catarroja no se van a mover. “Mis pacientes están ahí. Cambiar de sitio habría sido empezar de cero. Además, el local es nuestro. Pero claro, el miedo está. Esto puede volver a pasar y probablemente vuelva a pasar”.

Lecciones de la catástrofe

En estos meses, Elena resume que ha aprendido a relativizar lo material. “Esto ha sido una putada, pero mi familia está bien, y eso es lo importante. Antes iba con el piloto automático, trabajando sin parar, sin cuestionarme si había otra forma de hacer las cosas”, reflexiona. “Ahora me doy cuenta de que necesito equilibrar mejor mi tiempo, disfrutar más de mi familia y no posponer siempre lo personal por lo profesional”. Aunque la reconstrucción de la clínica es su prioridad, Elena tiene claro que no quiere volver al mismo ritmo frenético de antes.

La reapertura está fijada para después de Fallas, y González mira hacia adelante con la misma determinación con la que ha sorteado cada obstáculo. “La verdad es que tengo ganas de volver. Me ha venido bien el parón, pero ya quiero estar allí”. Su historia es la de una mujer que, incluso entre el barro y la incertidumbre, ha sabido encontrar luz y esperanza.

Galería de imágenes: pre-DANA, post-tragedia y recuperación

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