Miguel Ángel Moreno, Premio Mejor Relato Corto Gaceta Dental 2024
Cuando Clara asumió resignada que la muela del juicio seguía dándole la lata y, por si fuera poco, dormir en el sofá le provocaba más dolores de espalda que bienestar, subió a la habitación grande en busca del consejo de la abuela Paz. Allí, la ausencia de la difunta avivó el sentimiento de tristeza arrastrado desde hacía semanas. En el viejo cuarto, de techo bajo y mobiliario anticuado, Clara se sentó en el colchón, escuchó cómo se retorcían los muelles y, mientras se agarraba al cabecero de latón plateado, vio su apenado rostro reflejado en el espejo del armario. Se tumbó sobre la almohada para recorrer con las yemas de los dedos esos mantelitos de punto de cruz que cubrían las dos mesillas de noche.
Como si aquí se concentraran todos los recuerdos de la abuela, Clara se levantó de la cama y comenzó a abrir los cajones, cotillear en el arcón y en las baldas, donde se acumulaban fotos en sepia y revistas de Odontología. Guiada por la curiosidad de rebuscar en lo prohibido, continuó investigando. Destapó algunas cajas precintadas y sacó vestidos y zapatos que fue probándose frente al espejo hasta dar con un par de batas blancas con las iniciales bordadas: P.A. Su nombre, Paz Alegre.
En una de esas cajas, la más repleta, descubrió otro tesoro, un cuaderno azul con anillas, de tamaño folio, donde se podía leer en la cubierta: «Teléfonos de pacientes». A medida que pasaba las hojas, Clara comprobó que en esa agenda de contactos de la abuela, ordenadas de la A a la Z, estaba la lista de las personas a las que había atendido en el pueblo. Los lugareños a los que había solucionado sus problemas dentales, dicho en claro. Con una caligrafía esmerada, aparecían los nombres y teléfonos personales de aquellos que, cuando acudieron a ella, depositaron en sus manos la esperanza de aliviar sus molestias. Ahí aparecían Amparo: 90 42… Santiago: 94 10… Lourdes 92 33… Aquilina: 45 62… Satu: 88 92… Millán: 28 44… María: 97 53… Debajo de cada uno, con letra de otro color, una palabra explicativa: «Extracción», «Puente», «Funda», «Empaste», «Limpieza»…
Clara imaginó a esos pacientes, que trataban a su abuela como la doctora Alegre, agradecidos por contar en Villanueva con la mejor dentista de la comarca. Lástima que la clínica, ese añorado local de la calle Mayor donde pasó sus buenos ratos siendo niña, fuera ahora un recinto cerrado. Por momentos, le hubiera gustado coger la agenda y marcar al azar, uno por uno, cada uno de aquellos números. «Hola, ¿hablo con Aquilina? ¿Es usted? Soy Clara, la nieta de la doctora Alegre». Y preguntar a esa mujer, seguramente octogenaria: «¿Qué tal se encuentra, se acuerda de mi abuela?».
No lo hizo. No lo hizo porque aquellos teléfonos pertenecían a Paz Alegre y sólo ella tenía el derecho a llamar. Eran sus pacientes.
¡Maldita muela!, exclamó al reaparecer el dolor. Instintivamente, encendió el móvil y marcó el número de la abuela para pedirle cita.