Para celebrar la inoculación de la primera dosis de la vacuna me doy un homenaje gastronómico, que para los españoles es, tal vez, la mejor recompensa que uno puede otorgarse a sí mismo.
En plan modesto, claro, porque ese premio, salido de madre, podría ser un viaje a las Maldivas o comprar un reloj de esos tan epatantes que se anuncian en las revistas de lifestyle. El motivo justifica la celebración, pero ni las cosas están todavía como para hacer viajes exóticos ni la pensión de jubilado da para comprarse un pepino de marca lujosa. Con una buena comida y la mejor compañía de mi santa como recompensa al pinchazo con la sustancia esa que ayuda a la formación de anticuerpos voy más que servido.
Total que asentamos nuestros reales en una mesa al aire libre frente al mar, lo que no impide que se cumplan las normas sanitarias imperantes, como el acceso con mascarilla, la distancia recomendable entre comensales y el uso de hidrogel para desinfectar las manos. Y es la leyenda Made in UE del antiséptico lo que me llama la atención.
Una mínima inspección del etiquetado me descubre que tiene su origen en España. Es la versión en gel hidroalcohólico de la leche comprada en el hipermercado, que luce en el etiquetado del envase, además del muy visible ‘producido en la UE’ el nombre de una empresa láctea de Pontedeume, pongo como ejemplo. El sello UE es una forma clara de dar la seguridad al consumidor europeo de que los productos así marcados son de garantía contrastada. Es difícil imaginarse ser vacunado con un preparado de antígenos que no haya pasado los controles de calidad de la Unión Europea o que al mercado del barrio lleguen sardinas o altramuces de extraña procedencia. La confianza de los ciudadanos en las instituciones es un elemento fundamental para dar cohesión al proyecto común europeo. Una seguridad transmitida a la población del Viejo Continente que ha de hacerse en igualdad de condiciones para todos.
¿Por qué no se utiliza ese sello, me pregunto, para dar garantías en cualquier campo? Se me hace difícil asumir que en España todavía no hayan sido creadas las especialidades odontológicas, como ya existen en el resto de Europa, lo que, sin duda alguna, supone un perjuicio para nuestros profesionales. Cómo ha de hacerse y en qué plazos no ha de ser un obstáculo insalvable para que esta incoherencia desaparezca. El sello UE no solo beneficiaría al profesional sino también, por encima de todo, a los pacientes, para su acceso al odontólogo más adecuado en cada caso.
No deja de ser curioso que las especialidades existan, si no de derecho sí de facto, como demuestra el programa científico de Expodental Scientific Congress [en el momento de escribir estas líneas está a punto de celebrarse] que, promovido por Fenin, se ha estructurado en grandes bloques temáticos, como anuncian sus organizadores, Ifema y Brand Comunicación: prótesis, estética, ortodoncia, endodoncia, periodoncia… Un espectro que abarca las distintas especialidades odontológicas, según el concepto europeo, y que aquí, al carecer del sello UE, denominamos especializaciones. La garantía la pone el gran nivel de los ponentes: Gil, Rodríguez, Aranguren, Malfaz, Zabalegui, Roig, Jiménez…
El congreso está abierto también a disciplinas transversales, comunes a otras actividades, como la gestión del negocio o las herramientas de comunicación y marketing. Y por esa rendija me he colado yo —rebajando el nivel medio de los participantes— como presentador del IV Foro de Excelencia en gestión dental, invitado por Marcial Hernández, CEO de la firma patrocinadora, VP20 Consultores, y uno de los grandes personajes que me encontré en mi etapa como director de Gaceta Dental y al que, por la invitación cursada, barrunto que aún le tengo engañado. No me pidió el sello de la UE. Veremos cómo queda la cosa.