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Huella magistral

Ahora que dispongo de más tiempo para disfrutar de la lectura de los periódicos diarios sin la obligación de hacerlo, como cuando era periodista en activo, me encuentro con que las noticias me llevan inveteradamente al desasosiego anímico y mental.

Y no solo porque las informaciones sean negativas, incluso hasta atroces, agresivas y bestiales, en su mayor porcentaje, sino también por el tono avieso y tendencioso que destilan en función de la cabecera que cuente la historia. Ni siquiera los diarios deportivos se libran de dar versiones distintas de lo que haya acontecido en un partido de fútbol más allá del resultado, en una suerte de búsqueda de la orientación necesaria para que el lector saque las conclusiones que el periódico pretende.

Y si eso ocurre en un área que en principio habría de ser –pero no es– inocua, no hablemos ya de la información política. Lo azul se vuelve morado y lo rojo torna a naranja según la cabecera que uno escoja para informarse, con titulares interpretativos de lo acaecido y crónicas nada asépticas, imparciales ni objetivas, sino, más bien, llenas de comentarios y apreciaciones sectarias y obcecadas, cuando no fanáticas o arbitrarias. Son informaciones tan cargadas de opinión que apenas se diferencian de las columnas dedicadas expresamente a eso, a opinar y valorar la actualidad, en una suerte de amalgama que termina por confundir lo puramente informativo con lo que no son sino juicios de valor.

El caso es que, por una cosa o por otra, tengo la impresión de que el oficio periodístico independiente, objetivo e imparcial se muere. Que, más bien, se ha muerto; que no existe ya [habrá quienes digan que nunca existió, yo, dentro de mi visión negativa no llego a tanto]. Insisto: el periodismo no existe, al menos tal y como yo lo conocí y como me lo enseñó mi maestro, Antonio Soto, un gallego cabal, serio en lo profesional, agradable en el trato y respetuoso con el oficio, al que muchos de los que todavía andan metidos en harina periodística le deben buena parte de lo que son, o han sido, ética y deontológicamente.

Mira por dónde esa disponibilidad para bucear en las páginas de los diarios me lleva a encontrarme con una noticia distinta por su humildad. Resulta que un profesor jubilado, casi nonagenario, ha tenido una inesperada sorpresa por parte de sus antiguos alumnos. Como al bueno de Marcelo Siqueira, brasileño de Curitiba para más señas, no le llega con la pensión que le ha quedado después de una vida dedicada a la enseñanza se ha visto obligado a poner a la venta su Volkswagen Beetle por el que era reconocido entre sus discípulos y conciudadanos desde que lo adquirió en 1972.

El hombre, al parecer dedicado a la enseñanza de la asignatura de Geografía e Historia, fue mucho más que un simple maestro para quienes asistían a sus clases y supo dejar huella en ellos. Tanto es así que los antiguos educandos se pusieron de acuerdo para comprar el viejo Escarabajo y devolvérselo a su antiguo maestro. Una noticia nada llamativa pero que sirve para reflexionar.

De mis conversaciones con los jóvenes integrantes de la Asociación Nacional de Estudiantes de Odontología (ANEO) recuerdo el entusiasmo con que algunos de ellos hablaban de los profesores más destacados, influyentes hasta el punto de hacerles cambiar su idea inicial sobre la futura especialización.

Esta influencia de quienes enseñan con pasión es evidente también en las ponencias de los congresos, como podremos comprobar en el multidisciplinar Expodental, toda vez ha sido recuperada la presencialidad, en un programa repleto de grandes y prestigiosos maestros. De los que dejan huella. Así de sencillo.

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Autores

Director Emérito de Gaceta Dental

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