Tras varios meses en el dique seco, hace unos días asistí a un evento del sector. ¡Qué ganas tenía de volver al terreno de juego y compartir unos minutos con la familia dental!
Sí, porque, a pesar de más de una década de trajín, viajes constantes y fines de semana
mermados para el descanso, el ocio y los míos, esa parte social, a nivel no solo profesional
sino personal, para mí es fundamental. Lo digital está fenomenal, pero no es perfecto.
Me da pie, por ejemplo, para escribiros estas líneas. Charlando con mis compañeros de encuentro, que estuvo, por cierto, perfectamente organizado y cumpliendo con la normativa y cordura que exige el momento actual, hablamos de muy distintas cosas. Por ejemplo, del viaje frustrado a China a un congreso dental de uno de mis compañeros de mesa, que, debido a la pandemia, se quedó con la maleta preparada en la entrada de casa el pasado marzo. Nos contaba, a modo de anécdota, los requisitos, que establece la Embajada China en España para la foto del visado. Y nos invitaba a visitar la web para comprobarlo. Cosa que hice, por supuesto, al llegar a casa: 37 ejemplos de tomas, entre válidas y erróneas, a modo de guía para retratarse correctamente si es que tienes intención de entrar en el país asiático. Vamos, que con tanta norma, no te haces una foto buena a la primera ni de broma.
Pero la cosa dio para más. Charlamos también del inglés, y no de nadie en particular, sino del idioma. De la etiqueta que llevamos muchos de eternos estudiantes. Confesamos los años de estudio, los métodos y sistemas empleados –incluidas las semanas de inmersión lingüísticas vividas o, más bien, sufridas–, los intentos y reintentos realizados por arañarle palabras a un diccionario que se nos resiste con el fin de conseguir, unos defenderse, otros dominar, un idioma necesario en cualquier ámbito profesional. En el odontológico, por ejemplo, fundamental para la lectura de libros y artículos científicos, o para pronunciar conferencias o dictar cursos en el caso de los alumnos más aventajados. Y metidos en la harina de la formación, hablamos también del boom de los cursos online a raíz de la pandemia. Compartimos la opinión con la que arrancaba estas líneas, que sí, que lo digital tiene muchas ventajas, indudablemente, pero, como decía Alejandro Sanz en una de sus letras, «no es lo mismo».
Como complemento, es perfecto, pero no es un sustitutivo. Y de este tema surgieron muchas preguntas, dignas de un buen debate: ¿Ha beneficiado o perjudicado la pandemia al campo de la formación odontológica? ¿Se ha banalizado la formación digital con el exceso de oferta? Si no tiene lo digital la etiqueta de gratuito ¿tiene realmente demanda? ¿Cómo protege el profesor o dictante el contenido de su curso –horas y horas de trabajo–? Algunos de los protagonistas de este número nos dicen que esta digitalización educativa ha servido para democratizar el acceso a la formación y para romper fronteras; que se ha comprobado que es una alternativa más a considerar… Pero también advierten que hay que saber escoger y tener criterio o que en el futuro esta opción formativa tendrá que reinventarse. «Veamos cómo se recompone todo cuando retomemos el ritmo normal de nuestras vidas», asegura el Dr. Segura-Mori… Pues eso, esperemos. Mientras tanto, seguiremos informando.