Kobe y Pau

A finales de enero, cuando Nadal ganaba en Australia al tan estrafalario como irreverente y genial Kyrgios en los octavos de final del Abierto de Australia y la España del balonmano se coronaba campeona de Europa ante Croacia, llegaba la noticia del fallecimiento de Kobe Bryant en un accidente de helicóptero. No es que yo sea un gran seguidor del baloncesto, más allá de los vibrantes partidos de la selección española y alguno que otro del Real Madrid, pero he de reconocer que la muerte del ídolo de la NBA caló en mí, me tocó. Y, como antes decía, no porque sea un apasionado del deporte de la canasta sino, sobre todo, por las referencias que me llegaron de él como persona.

Al ser la figura más relevante de los Lakers fui inmediatamente a buscar declaraciones de Pau Gasol, que compartió vestuario con el de Filadelfia durante varias temporadas y junto al que el de Sant Boi ganó sus dos, por el momento, únicos anillos de oro, ese extravagante y hortera sortijón que reconoce a los mejores jugadores del mejor equipo de la mejor liga de baloncesto del mundo.

Me interesaba lo que dijese el mayor de los Gasol porque es uno de los profesionales –una de las personas– con más señorío, educación, sinceridad y sencillez de cuantos hay en el mundo del deporte [Cinco minutos de trato cuando coincidí con él a la hora del desayuno en un hotel coruñés fueron suficientes para comprobar que es un auténtico crack del saber estar]. Y me entero que entre ellos dos, los dorsales 24 y 16 del equipo de Los Ángeles, se llamaban hermanos; que Kobe se hizo seguidor incondicional del Barça y de la selección española de fútbol y que hasta una parte del fluido español que hablaba el baloncestista americano, aparte del hecho de estar casado con una mexicana, se debía a la influencia de Pau. No siempre es fácil mantener una amistad con el paso del tiempo, especialmente si hay distancia que la separa, pero no hubo mayor problema en el caso de estos dos personajes del baloncesto, que seguían haciéndose llamar hermanos. El catalán se refería al pensilvano como «mi hermano mayor»; dos años de edad los separaban: 39 Gasol y 41 Bryant, en el momento del fallecimiento de este.

Esta historia de amistad me lleva a pensar en ese afecto personal que nace y crece animado por el trato; por el buen trato, claro. Cuántos amigos se han quedado en el camino, unos, como Bryant, llamados por Átropos, la mayor de las Moiras, antes de tiempo y otros por no haber sabido cuidar ese trato recíproco que es necesario para mantener la amistad.

Cuando eso ocurre es más que frecuente recordar los momentos pasados en ese periodo de amistad y, por tanto, tener muy presentes incluso a los ya ausentes. Cómo habríamos disfrutado juntos en determinadas circunstancias o qué habría podido hacer en mi lugar ante un problema o una duda. En el caso de que la interrupción de la amistad no haya sido por causa mayor la pregunta va más en el orden de intentar saber qué será de su vida, si habrá cambiado de trabajo o de lugar de residencia.

La primera posibilidad –la obligada desaparición– no tiene remedio, el recuerdo de lo vivido conjuntamente es lo único que nos sirve de argumento para mantener viva la amistad del compañero de juegos del barrio o del colega de la universidad o el cariño del familiar fallecido antes de tiempo.

La segunda coyuntura sí admite solución: tratar de recuperar la relación con quienes nos fueron cercanos y ahora no están en nuestro entorno, sea cual sea el motivo. Complicada solución, eso sí, cuando el espacio y la rutina alejan.

Son muchos los amigos que he dejado en el sector dental con los que ahora me es difícil mantener el contacto. Los que se fueron para siempre quedarán eternamente en mi memoria, como Kobe en la de Pau.

Así es la vida.

Autores

Director Emérito de Gaceta Dental

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