Lo que parece estar claro es que no es lo mismo éxito que felicidad, aunque depende de la perspectiva de cada persona. Y aunque no son lo mismo, sin embargo, están muy relacionados. El éxito es conseguir la cima, mientras que la felicidad consiste en disfrutar el camino. Mientras el éxito consiste en la consecución de aquello deseado, el concepto de felicidad implica una sensación de bienestar y satisfacción con uno mismo más amplia. Se puede tener éxito sin ser feliz, sin embargo, cuando uno es feliz tiene éxito, ya que ha logrado el objetivo más anhelado por la humanidad. Sin embargo, Robertson nos advierte de que un exceso de testosterona y dopamina puede llegar a «intoxicar» y hacer que nos obsesionemos con el éxito. Cuando eso ocurre, aumenta el egocentrismo y se pierde la empatía: ya no nos importan tanto los objetivos de nuestros actos, sino conseguir triunfar a toda costa.
Esta consecuencia indicaría, por ejemplo, que el mito de la «dirección déspota» podría ser algo más que un cliché sin fundamento.
El efecto ganador de Robertson parte de la experiencia, es decir, haber tenido la vivencia de éxito, pues la experiencia de éxito propicia volver a conseguirlo, pero no es la única causa.
Adaptación
Estar totalmente comprometido con el objetivo, teniendo claro que se deberá priorizar aquello que forme parte de la consecución del mismo.
Buscar la inspiración y aprovechar cada oportunidad, identificando las necesidades y encontrando soluciones. Es importante tener expectativas realistas, estableciendo metas y objetivos bien definidos. Dividirlos en pasos y establecer fechas a corto y medio plazo.
Es necesario tener la capacidad de adaptarse a las situaciones y aprender a cambiar cuando la situación lo requiera, desarrollando la capacidad de aprender y crecer ante la adversidad.