VI Premio de Relato Corto Gaceta Dental 2018
Mamá trabajaba como higienista dental. Se había especializado en hacer limpiezas concienzudas y todos sus compañeros la consideraban la mejor del mundo en su labor. Era tan buena que podía encontrar las cosas más extrañas escondidas bajo la raíz de una muela o en el fondo de una encía inflamada. A veces extraía minúsculos ovillos de seda dental, o esquirlas de tenedor, o incluso trocitos aún humeantes de pipas de tabaco, pero en la mayoría de las ocasiones las partículas enquistadas que nuestra madre solía eliminar de la boca de sus pacientes eran palabras, masculladas algunas, reprimidas antes de haber sido dichas casi todas. Mamá las cogía delicadamente con una gasa de algodón y después las guardaba en una caja. Allí había declaraciones de amor, renuncias laborales, confesiones de algún delito, deseos oscuros, súplicas de perdón… Frases, en definitiva, que jamás se habían atrevido a asomarse más allá de la lengua de sus dueños.
Muchas noches, mi hermana y yo abríamos a hurtadillas aquella caja, tomábamos las palabras y jugábamos con ellas. Nos las poníamos sobre los labios y las pronunciábamos despacio, sonrientes, bañándolas en nuestra saliva con un brillo inocente e infantil. Nunca pensamos que ésa fuera una travesura peligrosa hasta que estuve a punto de ahogarme con una oración, breve y seca. Se me había deslizado hacia el fondo del paladar y tuvimos que avisar a nuestra madre para que me la sacara.
–«Está enredada en la úvula», dijo en cuanto me la vio.
Necesitó emplearse más de dos horas hasta que logró desanudarla del todo. Cuando tiró de ella, la frase salió volando, rebotó en la lámpara del techo y resonó entre las baldas de la librería.
«Creo que ya no te quiero», pudimos escuchar mamá, mi hermana y yo, con una voz hueca que a mí me resultó desconcertantemente familiar.
Nuestra madre, entonces, agachó la cabeza y comprimió los hombros, como si un viento propio le hubiera golpeado de pronto en el pecho.
Cerró la caja, la guardó en un altillo y nos prohibió volver a tocarla.
Un par de semanas más tarde papá se marchó de casa para siempre.