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Mundo animal

El hombre, entendido en su globalidad de ser humano y no en su exclusividad masculina, o sea, la persona, ocupa un lugar privilegiado que no debería corresponderle en la escala animal marcada por la naturaleza si atendemos al grado de insensatez y crueldad desarrollado para con los demás animales, especialmente con los de su misma especie.

La hominización, esa evolución biológica que nos ha convertido en bípedos erectos con capacidad de discernimiento, ha sido nefasta para otras especies, acorraladas por el que se autodenomina ser superior, en una clasificación creada por él mismo y que no son capaces de establecer los demás animales; es decir, en una ordenación puramente antropocéntrica.

La definición de hombre ha evolucionado en función de los tiempos. Para Aristóteles, hace 2.400 años, se trataba de un «animal racional» con tres componentes esenciales: la naturaleza, parte que le asemeja al resto de animales gregarios; los hábitos, concernientes a su sociabilización, y la razón, que le permite distinguir entre el bien y el mal y diferenciarse del resto de los animales. El Diccionario de Autoridades, de 1734, insistía en la definición aristotélica de animal racional, pero entre otras cosas añadía que el hombre «es sociable, próvido, sagaz, memorioso, lleno de razón y de consejo».

La gran María Moliner (1966) decía que este sustantivo común «se aplica a nuestra especie, o sea a los mamíferos racionales», mientras que Julio Casares (1942) había insistido en lo de animal racional y avisaba de que «bajo esta acepción se comprende todo el género humano». Manuel Seco, en 1999, nos definía ya como «ser animado racional», eliminando la posible interpretación negativa del término animal, declaración a la que se apunta el DRAE en su edición de 2011 y posteriores, pero con el añadido de «varón o mujer» para que no quepa duda de que hombre, en genérico, como dijo Casares, lo somos todos.

Visto lo visto –guerras, violaciones, asesinatos, malversaciones, atracos, sometimientos, currículos falsos, contaminación, lucros desmedidos a costa de los demás animales, racionales e irracionales…– me niego a suavizar la definición del gran polímata griego y mantengo lo de animal, pero en su acepción más perversa de irracional, salvaje, cruel e inhumana. Agravada, además, por su elección que hace del mal en base a la capacidad de discernimiento que tiene.

Por eso es más doloroso que hoy el bien no se entienda como sinónimo de caridad o ayuda a los demás sino de beneficios, ingresos y dinero. Es a lo que lleva el presumir de mucho corazón cuando en su condición racional de animal el ser humano toma la vertiente oscura para lucrarse. Seguimos inmersos en un mundo excesivamente racional, pero desgraciadamente utilizando ese raciocinio en lo negativo. Que se lo digan si no a quienes están con la boca destrozada y con sus ahorros perdidos, cuando no endeudados, por haber hecho caso a los cantos de sirena de desaprensivos que decían tener corazón y algún que otro millón de euros para ayudar a los más necesitados. Vivimos en un auténtico mundo animal… irracional.

Autores

Director Emérito de Gaceta Dental

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