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Los buenos propósitos

Hemos entrado en 2018 y nos quedan doce meses por delante para demostrarnos a nosotros mismos que una vez más no seremos capaces, ¿o sí?, de cumplir esos buenos propósitos que nos planteamos en la euforia navideña. «Esta vez sí», nos decimos, pero en el fondo somos conscientes de que es una tarea con pocos visos de ser efectiva. Por ejemplo, pasar más tiempo con la familia y los amigos es un clásico de los objetivos que nos marcamos mientras levantamos la copa para brindar por el nuevo año. ¿De verdad depende exclusivamente de nosotros que ese deseo se cumpla? Claro que no, hay demasiadas circunstancias que influyen en nuestro acontecer diario como para tener la certidumbre de que podremos tomar el camino que se nos antoje.

¿Nos pondremos en forma, perderemos peso, dejaremos de fumar…? Me temo que no. O sea que nos apuntaremos por enésima vez a un gimnasio del que terminaremos, por enésima vez, aburridos, y después de quince días de un denodado sacrificio para rebajar el número que aparece en la báscula, recuperaremos el gusto por los quesos, el vino, el moje de pan en las salsas y el cigarrito de sobremesa.

Eso sí, nos matricularemos también en esa academia de idiomas para, por fin, dar con el secreto de la lengua de Shakespeare, la de Molière o, ya puestos, la de Li Bai, que entre el Alibaba de internet, el Wanda Estadio de fútbol y la prevista invasión de turistas procedentes de ese país, el chino se va a poner de moda. Pero no hay peligro, seguiremos con el hello, el bonjour o el zão shang hão –que al parecer es como se dice buenos días en mandarín– y poco más.

Eso de disfrutar más de la vida, disponer de nuestro tiempo, ayudar a los demás o tratar de ser más organizados, deseos también muy frecuentemente formulados en el tránsito de un año a otro, mucho me temo que son aspiraciones que volverán a caer en saco roto o, como decía Borges, se perderán como agua en el agua.

Así es que comienza 2018 con la vista puesta, una vez más, en la creación de las especialidades, en la aprobación de la normativa regulatoria de la publicidad, en el control efectivo del número de estudiantes universitarios, en la recuperación de la deontología profesional que devuelva al paciente su condición de paciente olvidando la de cliente, a la restauración de una competencia leal, al final del intrusismo en todas sus variantes… Pero como muchos otros son proyectos cuya puesta en marcha no depende de un individuo –excepto el deontológico–, ni de dos, ni de un colectivo determinado por muy amplio que sea, sino de ese ente ambiguo e indeterminado que conocemos como Administración.

Aunque no dependa de nosotros, ojalá que esta vez algunos de estos buenos propósitos se cumplan. Ya toca. Veremos qué da de sí este 2018.

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Autores

Director Emérito de Gaceta Dental

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