No estoy muy de acuerdo con esa afirmación tan categórica y casi visceral que asegura que tiempos pasados fueron mejores. Por mejor decir, no estoy nada de acuerdo; vamos, en desacuerdo total. Yo creo que cuando se hace tal aseveración en realidad se quiere decir que nuestra edad sí fue mejor en tiempos anteriores. La juventud –y no digamos ya la infancia–, es una etapa de la vida en la que casi todo nos parece bien, un periodo de pocas preocupaciones más allá de los exámenes y las notas de los estudios. De esos tiempos recuerdo el método de reducción al absurdo para hacer una demostración matemática, pero que se puede aplicar a cualquier concepto de la vida.
Trasladémonos doscientos años atrás en la historia de Occidente para ver si los tiempos pasados fueron mejores. A comienzos del siglo XIX ni siquiera el más poderoso de los reyes de la época vivía mejor que un ciudadano medio en la actualidad. Por muchos servidores que velaran por su bienestar no tenía las comodidades que hoy disfrutamos en los hogares: calefacción, agua corriente, aseos con ducha… El todopoderoso monarca tardaba días en recorrer distancias que hoy se cubren en minutos, ejércitos de cocineros, agricultores o cazadores eran necesarios para lo que hoy somos capaces de solventar solo con pasarnos por el mercado.
Acerquémonos un poco más en el tiempo, a mis años de infancia, por ejemplo, cuando la calefacción era un brasero bajo una mesa camilla en torno a la que se reunía la familia para pasar el tiempo libre echando una partida al parchís, mientras comían pipas de girasol. El horno y la cocina eran de carbón, el agua caliente se obtenía con calderas puestas al fuego, el frigorífico era la fresquera habilitada en la ventana orientada al norte –más tarde llegaron esos armarios más o menos herméticos en los que se introducían trozos de barras de hielo que había que ir a comprar a los despachos pertinentes–, el dentista apenas utilizaba anestesia y la extracción era la técnica más usada en sus ¿clínicas? y que hurgaba en tu boca, sin guantes, por supuesto, y con un profundo olor a tabaco en los dedos.
Hay algo en lo que tal vez los tiempos pasados sí fueron mejores: la Navidad. Creo que el sentimiento con que se vivían hace años las fiestas navideñas no existe ahora, en las que prima un componente comercial excesivo. Hoy se hacen demasiados regalos esperados, sin sorpresa, por no decir la falta de asombro que producen los menús, por muy extraordinarios que se quieran hacer, porque ya no se sabe qué poner en la mesa para que sea distinta a las de muchos otros días del año.
Con todo, desde esta tribuna que Gaceta Dental me ofrece cada mes, quiero desearos unas felices fiestas y un 2018 que, sin duda y con total seguridad, será mejor que años anteriores. Probad, si no, a hacer la demostración por reducción al absurdo.