Me temo que esta carta va a ser más personal de lo que quisiera. Son cosas del estado de ánimo, que es el que manda en todo. De siempre he sentido una especial debilidad por la esencia musical que se vive en Centroeuropa. En Austria, por ejemplo, que he visitado en varias ocasiones, o en Alemania, que he recorrido muchas veces, te montan a cualquier hora un concierto en menos que canta un gallo. A eso de las seis de la tarde, cuando el sol se debilita, ya están dándole a los instrumentos de cuerda. Se juntan cuatro y lo mismo que aquí le damos al mus en esos países leen e interpretan la partitura de una suite de Bach o la del Opus 133, Grosse Fugue, del genial Beethoven.
Recuerdo aquella ocasión en que asistí a un concierto de cámara exclusivo de violonchelo. Era en Leipzig, con motivo de no sé qué aniversario o centenario de Johann Sebastian Bach. Un solo individuo acompañado únicamente por ese gran instrumento de cuerda de la familia del violín se enfrentaba a piezas del revolucionario compositor barroco. Y ahí estaba yo, con tropecientas horas de viaje a mis espaldas –avión, tren y bus de una sola tacada– y sentado en la primera fila de un espacio que, entre el escenario y el área de asientos, no era mayor que la mitad de una cancha de balonmano. Y, para más inri, a unos treinta grados de temperatura. Inevitables las cabezadas: las mías. Por más que intentaba mantener el tipo a toda costa, el sopor se apoderaba de mí. Afortunadamente, cuando estaba a punto de ser acogido por el dios Hipnos llegó el bendito intermedio, circunstancia que aproveché para, tras la reanudación, esconderme en la última fila con el indisimulado objetivo de hacer menos notoria mi evidente laxitud corpórea.
Porque la música es mucho y dice mucho del nivel cultural de un país, y pese a ironías como la de Woody Allen en su película Misterioso asesinato en Manhattan –«Cuando escucho a Wagner durante más de media hora me entran ganas de invadir Polonia»–, lo cierto es que la música sirve para unir. Hay orquestas que son ejemplo en todo el mundo, como la West-Eastern Divan, conformada por jóvenes músicos palestinos e israelíes y creada por Daniel Barenboim, como muestra de que se pueden superar los conflictos políticos que vienen auspiciados por ideologías diferentes.
Y este carácter unificador se puede aplicar a todos los ámbitos de la sociedad. No hay problemas que no se puedan solucionar con una buena partitura, un adecuado director a la batuta y unos animosos músicos. ¿Que hay diferencias entre las distintas parcelas del sector dental? Por supuesto que sí. ¿Pero, de verdad, son insalvables? Se puede obviar a Wagner, por si acaso Allen tenía razón, pero si se escoge una composición al gusto de todos solo falta que alguien tome la batuta y… ¡Música, maestro!