Implantes a 36.000. Hay cosas que no se pueden evitar. Te pones a pasear por esas calles de no se sabe dónde y te asaltan los carteles, más o menos llamativos, luminosos o grandes, de clínicas dentales. Por eso los ojos hicieron chiribitas cuando descubrieron un anuncio en el que se promocionaban implantes a 36.000. La cifra no era en dólares ni euros, ni Washington o Londres la ciudad paseada, bien es cierto, sino bahts tailandeses la moneda y Chiang Mai la ciudad, lo que no quiere decir que esté mal al cambio: alrededor de 900/1.000 euros por implante; oferta que ya firmarían muchos de los dentistas de por aquí. O sea que si hace un par de números el director de la revista hablaba en su carta de la obligada marcha de muchos de los egresados españoles de Odontología a otros países en busca del trabajo que aquí se les niega y se refería a la Unión Europea, Canadá o Australia como algunos de los destinos más demandados, a lo mejor no sería un disparate que se planteasen buscar países más exóticos, como Tailandia. Seguro que en este país se cumple la recomendación de la Organización Mundial de la Salud, de que haya un dentista por cada 3.500 habitantes, ratio que en España se duplica y ya hay un odontólogo por cada 1.400 habitantes, más o menos. โชคดี O sea, buena suerte, en tailandés.
Oronda Santa Apolonia. La representación de la patrona de Santa Apolonia conoce distintos estilos pictóricos, desde el renacentista Jean Fourquet a Francisco de Zurbarán pasando por el flamenco de Caspar de Crayer o el italiano de Guido Reni. Más o menos esbelta de figura, de mirada plácida o atormentada, lo cierto es que siempre aparecía con la hoja de palma en la mano derecha, símbolo del mártir, y armada de tenazas en la mano derecha, instrumento definitorio de la profesión dental. Una de las últimas visiones de la santa copta del siglo III la aporta Fernando Botero, caracterizado por su generosidad a la hora de dar forma a sus personajes, henchidos al máximo en sus siluetas. El artista colombiano presenta a una santa Apolonia tocada de su resplandeciente aureola, en color rojo, y su pertinente rama de palma en la mano izquierda, enguantada, por cierto, como la derecha, en la que se echa en falta el instrumental que la identificaría a primera vista y que así, desprovista de tenazas, lo mismo podría ser la que Botero dice que es como santa Isabel o santa Cecilia. Ahí queda la imagen de esta moderna Apolonia, rolliza, enguantada, enmoñada, con zapatos de tacón, medias grises, collar de tono rosa, pendiente en forma de lágrima y un vestido con lazo rebosante de carnes y sujeto por un único tirante. Es la Apolonia del siglo XXI, pasada por el tamiz del gran Botero.