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Haciendo tiempo para hacer amigos

Hay frases que este siglo XXI parece no estar dispuesto a respetar, empeñado en demostrar su inutilidad en este mundo de celeridades y prisas sin mesura. Son frases hechas que sugieren, o sugerían, algo que hoy no tiene sentido. Por ejemplo, me encanta la expresión fazer horas que utilizan los portugueses para referirse a ese tiempo muerto que transcurre esperando a que algo ocurra, a que llegue el momento oportuno para algo; el equivalente a nuestro hacer tiempo. ¿Pero quién hace tiempo hoy? Quién se atreve a dejar transcurrir horas, siquiera minutos, entretenido en nada especial, esperando a que llegue el instante de una cita, el comienzo de la obra de teatro o la cena con la pareja.

Es mucho más actual en este globalizado mundo hablar de perder, gastar o incluso matar el tiempo, hasta se puede ganar tiempo, pero lo de hacer tiempo es cosa de otros tiempos, válgaseme la licencia de repetir tanto la palabra aun a riesgo de parecer proclive a la ecolalia.

Una de las prerrogativas anejas a mi profesión –a los de mi quinta siempre nos gustó más el término oficio, pero… los títulos universitarios es lo que tienen–, decía que mi oficio–profesión me ha permitido tener contacto con grandes personalidades de todas las áreas sociales. Y de casi todas guardo un excelente recuerdo, especialmente de los intelectuales, hayan sido médicos, escritores, filósofos, investigadores, políticos (que también los ha habido, aunque ahora parezca imposible, porque otro concepto anacrónico y hasta irreconciliable por
inadecuado, con la llegada del siglo XXI, es el de político intelectual), pintores, músicos o cineastas.

Son tantos los nombres de esos grandes personajes que, revisando la mejor alineación posible de los que ahora pasan por ser eruditos, la comparación da miedo. ¿Dónde está ese émulo de Caro Baroja? El sencillo don Julio, con su bigote trasnochado, sus zapatillas de fieltro a cuadros y forro de borra con que te recibía en su casa, eso sí, vestido con traje, chaleco y corbata; o el atento, ilustrado y encantadoramente divo Alfredo Kraus, o el endocrino Grande Covián, o el eternamente inconformista humanista José Luis Sampedro o el siempre recordado alcalde Tierno Galván. Y así, muchos otros.

Esta posibilidad de tratar con muchas personas es otra de las ventajas que brinda este oficio–profesión porque te permite hacer amigos que ni hubieses podido imaginar. Personas pertenecientes a distintos ámbitos de las que he aprendido más que en la mejor de las universidades. Y eso es lo que me ha ocurrido en los cuatro años que acabo de cumplir en el sector dental, que me he encontrado con buenas gentes que, dentro y fuera de la revista, han tenido a bien ayudarme para hacerme más fácil la tarea de dirigir Gaceta Dental.

Esas personas han sido muchas –suficientes al menos–, por eso es difícil nombrarlas a todas, siquiera a unas pocas para evitar dejarme a alguien en la ajada y desgastada neurona de la poca y mala memoria que aún me queda. Me voy a permitir la licencia de nombrar solamente a dos que ahora mismo tengo presentes, tal vez porque acaban de recibir sendos premios especiales Gaceta Dental: Ramón Soto–Yarritu y David Gallego. Me alegra ese merecido reconocimiento que se les ha brindado por su decidida dedicación en pro de sus colegas, pero, en mi caso, sobre todo por haberme honrado con su amistad.

Espero que esto de hacer amigos no caiga en desuso, como ha ocurrido con lo de hacer tiempo, y todos seamos capaces de valorar la amistad, el compañerismo y la honradez frente al antagonismo, la insolidaridad y la corrupción, males que, esos sí, se han instalado con fuerza en este dichoso siglo XXI. Enhorabuena, amigos. Y gracias por vuestro tiempo.

Autores

Director Emérito de Gaceta Dental

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