‘Dentaturismo’ en Uzbekistán. Lo del turismo dental es un proceso en desarrollo que parece irreversible. A la vista del comentario publicado en esta misma sección de la revista del pasado mes de marzo sobre el turismo de salud y Fitur, un amable lector nos ha hecho llegar una hoja de publicidad tamaño DIN A4 impresa por las dos caras que informa de las ventajas dentales que llevan aparejadas las visitas turísticas a Uzbekistán. La república centroasiática, conocida por ser productora de uranio, oro, gas natural y potasio, en lo económico, y por las ciudades patrimoniales de Samarcanda y Bujará, en lo turístico, potencia ahora una tercera vía de ingresos apoyándose en su hasta hoy desconocida tradición (?) en los tratamientos dentales. Dicen en esa publicidad repartida en Fitur que ya ha habido turistas coreanos, norteamericanos y japoneses que han desfilado por las consultas de los dentistas uzbekos. ¡Anda, que está aquí al lado!
Nace la ‘dentinointegración’. Cada vez son más las voces que alertan sobre las consecuencias que acarrean las malas prácticas en los implantes. A los problemas propios de esta técnica quirúrgica, se añaden los proporcionados por la inexperiencia, la imprudencia, la desfachatez, la osadía y, por encima de todos, el afán desmedido de lucro. Ojiplático se quedó el dentista que recibió en su consulta a un paciente rebotado de la clínica de un colega desaprensivo cuando vio el resultado de la radiografía que ilustra estas líneas. Un implante sobre diente, lo que da lugar al nacimiento de algo así como la dentinointegración. Resulta difícil imaginar que el autor del desaguisado fuera capaz de repoducirlo en la boca de su propia madre, lo que lleva a pensar que el susodicho no vio sentado en el sillón de la clínica un paciente sino un cliente soltando billetes a mansalva. Tremendo. Si el pobre Brånemark levantara la cabeza…
Gamberros en la universidad. El vandalismo alcanza todos los estratos y áreas sociales. Las pintadas se generalizan, se ven tanto en vagones de tren, como en autobuses, en los cierres metálicos de los comercios y en los monumentos, que es como aportar un plus vandálico al mismo hecho vandálico en sí. Si a esto añadimos que el bárbaro e incivilizado atentado tiene como escenario la universidad se acaban los adjetivos para calificar el atropello. Desde la puerta de acceso a la Facultad de Odontología de la Complutense madrileña se contempla de frente el grupo escultórico Los portadores de la antorcha (proyectado en 1950 por la artista norteamericana Anna Hyatt Huntington), instalado en la denominada plaza de Ramón y Cajal en 1954 y sufridora en numerosas ocasiones de pintadas de todo tipo: políticas, reivindicativas o simplemente gamberras. La última es vandalismo puro, porque solo busca provocar daño a cambio de nada: los portadores se han quedado sin antorcha, o sea que han dejado de ser transmisores del saber y el conocimiento generacional que simboliza este elemento de la escultura: el joven jinete no puede recibir el símbolo que representa la ciencia y la sabiduría acumuladas a lo largo de una vida y que el anciano agonizante quiere entregar. Rota la cadena de transmisión de lo que sirve de norte y guía para el entendimiento, ¿qué nos queda? Individuos desnortados. O quizás los autores de la salvajada tengan una clara orientación y busquen desnortar a los demás. Que todo puede ser.