Formación continua para los profesionales de la Odontología
Instituciones privadas y empresas son dos de los actores que ofrecen cursos de formación continua para los profesionales en activo del sector odontológico. Se trata de programas, con una importante carga práctica, que buscan capacitar, perfeccionar, reciclar conocimientos y dotar al alumnado de más herramientas para sobrevivir en un mercado cada vez más competitivo.
La formación continua es toda actividad de aprendizaje realizada a lo largo de la vida laboral con el objetivo de incrementar las competencias y las cualificaciones y actualizar los conocimientos aprendidos en el pasado. Todos los profesionales requieren este tipo de educación para mantenerse competitivos en sus ámbitos laborales, pero cuando nos referimos a las profesiones sanitarias, adquiere un mayor protagonismo, tanto para asegurar la seguridad de los pacientes, como por la revolución tecnológica que se está produciendo en el sector y que exige nuevos conocimientos.
Según los expertos reunidos por GACETA DENTAL en un nuevo desayuno de trabajo, actualmente existe una necesidad de formación en el sector odontológico y, fruto de esta hambre de conocimiento, nacen los programas de formación continua. De esto hemos hablado con cinco expertos en este ámbito: María Albarrán, de Fomento Profesional; y los doctores Ismael Soriano, de Formación en Implantología; José Alejandro Rábago, de Ceodont; Alfonso Oteo, de Periocentrum, y Fernando Autrán, de Autrán Dental Academy.
Exceso de oferta
El doctor Alfonso Oteo abre el debate: «Solo hay que consultar cualquier publicación del sector dental, para darse cuenta de que la oferta de formación es excesiva, principalmente en Implantología. Ante esta multitud de cursos, los profesionales deben identificar la calidad de los programas valorando una serie de criterios –como la cantidad de personas a los que están dirigidos, el número de horas de teoría y de prácticas, el precio, el nivel del profesorado, las instalaciones y materiales empleados, etc.– y una serie de aspectos que les ayudará a identificar los cursos que realmente son buenos».
El doctor Ismael Soriano afirma que «si la oferta es amplia es porque, en la actualidad, hay una demanda de formación y las personas que nos dedicamos a impartir cursos tan solo estamos respondiendo a una necesidad del mercado odontológico».
En su primera exposición, el doctor Fernando Autrán habla sobre la plétora de oferta de formación: «Es cierto que la demanda de cursos ha crecido mucho porque hemos pasado de tener 15.000 dentistas en el año 2007 a 33.500 odontólogos en la actualidad, y esto ha generado una necesidad de cualificarse por el miedo a la competencia. Existe un temor cuando se termina la carrera a quedarse parado, por lo que la gente sigue estudiando y el que no puede pagarse un máster realiza otro curso. Tener muchos títulos en la pared nos aporta seguridad».
Por su parte, el doctor José A. Rábago declara que «cada día surgen nuevos cursos, pero también hay muchos que desaparecen, por lo que la oferta, más o menos, se mantiene estable».
El doctor Autrán continúa diciendo que «antes solo veíamos publicidad industrial en las revistas y ahora el porcentaje de anuncios de oferta formativa es altísimo, pero ¿cuántos de esos cursos llegan a término por falta de participantes? Mucha gente se ha sumado a este negocio, pero llenar un aula no es una tarea sencilla por mucho que te publicites. Hay muchas personas que imparten formación sin tener absolutamente nada detrás que avale la calidad de sus programas. Y al final, el control de esa plétora la establece el propio mercado, que es el que decide las formaciones que siguen adelante y las que se retiran por falta de asistentes».
María Albarrán comparte la opinión de los doctores y señala que «hay un exceso de cursos y eso nos perjudica a todos porque hay una tremenda desinformación y, muchas veces, desconfianza por parte de los alumnos. En esa plétora hay de todo, bueno y malo, caro y barato, práctico y teórico… y los profesionales se encuentran perdidos. Los centros que llevamos muchos años dedicándonos a esto tenemos ventaja porque nos avala el boca a boca, pero ahora mismo es difícil diferenciarse».
Para el doctor Oteo, lo que hace que un curso tenga éxito de asistencia es la calidad de su programa y su trayectoria. «Cada empresa diseña sus programas de una manera determinada y al final es el alumno el que tiene que decidir. En la elección de un curso juega un papel relevante la experiencia del mismo, pues finalmente es el boca a boca lo que hace a una formación perpetuarse en el tiempo o desaparecer».
En cambio, María Albarrán asegura que la calidad de un curso no asegura su permanencia: «Hay muchos centros de formación que han tenido programas excepcionales, pero por temas de gestión no han salido adelante, así que entran en juego muchos factores, no solo la calidad».
Negocio o vocación
Detrás de un programa de formación existe una compleja infraestructura que requiere dedicación. Por eso, el doctor Ismael Soriano defiende que «la gente que se dedica a la educación no tiene intereses económicos. Es mucho más rentable poner implantes o hacer un tratamiento que enseñar a realizarlo. Detrás de este trabajo hay mucho tiempo y sacrificio, que no siempre es recompensado, por lo que es una profesión que requiere un cierto grado de vocación. Por supuesto que también hay una parte comercial basada en números, porque si no te salen las cuentas no puedes ejercer la enseñanza».
El doctor Alfonso Oteo ratifica esta opinión y afirma que «es cierto que somos personas con una vocación por compartir nuestro conocimiento. No es fácil enseñar lo que a uno le hace diferente al resto, porque al fin y al cabo te estás creando competencia».
«Además –continúa el doctor Soriano–, te estás exponiendo a un medio que puede ser valorado, pero también criticado y, muchas veces, injustamente».
Pero el bagaje profesional del doctor José Rábago arroja otro punto de vista: «Es cierto que cuando eres joven y empiezas a impartir cursos lo haces con entusiasmo, porque, además, todos somos un poco egocéntricos y nos gusta que el sector nos conozca. Cuando llegas a los 40 o 50 años, te das cuenta de que anteriormente enseñabas cosas que realmente no sabías hacer porque no tenías experiencia, y es cuando empiezas a formar a profesionales de verdad. Y en los últimos diez años de tu vida laboral no te da pudor sacar todas las complicaciones que tienes guardadas en el cajón, todos los fracasos, que son los que realmente te han hecho aprender, y es cuando realmente muestras la realidad de esta profesión. Por otro lado, hay que reconocer que a partir de cierta edad te mercantilizas porque ya no te satisface únicamente el reconocimiento, sino que requieres una recompensación económica. Impartir un curso requiere mucho tiempo y sacrificio, y si no ganas dinero no puedes seguir ese ritmo de vida, y al mismo tiempo si no te gusta mostrar tus conocimientos tampoco puedes ejercer esta profesión, porque empleas todos los fines de semana en ello».
El doctor Fernando Autrán corrobora esta postura y afirma que «aunque la formación no deja de ser un modelo de negocio detrás del cual hay dinero, tampoco te permite hacerte rico. Desde el punto de vista del dictante, no creo que nadie se dedique a esto por una mera cuestión económica. A los 30 años el ego te paga muy bien, pero poco a poco te institucionalizas y reglamentas las cosas porque es preciso estructurarlas, y para conseguirlo necesitas hacer números porque requieres instalaciones y materiales. El hecho de hacer negocio con la formación no es vergonzoso, siempre que se realice correctamente y se impartan cursos de calidad. Pero también es verdad que aunque en este sector la mayoría de la gente tiene principios y ética profesional, también hay piratas de la formación».
Ismael Soriano reconoce que «es necesario valorar el nivel de ingresos que te aporta un curso, el empeño, la satisfacción, el tiempo y el esfuerzo efectuado. Mis formaciones me aportan el 20% de mis ingresos, cuando requieren un porcentaje más elevado de mi tiempo».
Al respecto, Fernando Autrán afirma que «las cosas que uno hace se realizan por dinero o por placer, y a medida que se avanza en edad disminuye el placer, por lo que, al final, terminas haciéndolo por dinero, pero sí es cierto que sin vocación no te sumerges en el mundo de la formación».
«La gente que inicia un curso con el único fin de recaudar dinero fracasa», opina el doctor Soriano. Pero el doctor Autrán mantiene que «es muy difícil corroborar esa afirmación. Lo que sí podemos afirmar es que para crear un programa de calidad hay que invertir mucho dinero y tiempo y hay que construir una infraestructura, con unas instalaciones, unos materiales de calidad, una inversión en publicidad, en definitiva, una solidez que te permita sobrevivir en este competitivo mercado».
Miedo a la competencia
Según el doctor José A. Rábago, «en España vivimos un miedo a la competencia feroz. Yo me acuerdo que mi abuelo tenía una joyería en una calle dedicada exclusivamente a este tipo de negocio y no temía a sus rivales, porque la gente que quería comprarse un reloj iba a esa zona y veía toda la oferta. En EE.UU pasa lo mismo, pero aquí, cuando te dispones a abrir una nueva clínica dental, lo primero que haces es coger el mapa de la ciudad y situarte lo más lejos posible de las empresas que son similares a la tuya. Es necesario reformar esta visión porque la competencia es buena, te hace renovarte. Cuando llevas muchos años haciendo lo mismo te crees que lo estás haciendo todo bien y que tienes la clínica en un buen estado, cuando en realidad debes pintar las paredes y actualizarte como profesional».
Al doctor Autrán tampoco le da miedo la competencia, pero sí reconoce que dedica un tiempo a estudiar sus acciones para adaptarse a los tiempos. En este sentido, María Albarrán afirma que «las universidades están haciendo un flaco favor a la profesión. Los alumnos están confundidos. La gente cree que todo lo que hace la universidad lleva implícita la palabra “oficial” y los títulos propios no son oficiales. Esto resta credibilidad a las demás instituciones que nos dedicamos a la formación y, ahora, nuestra labor es más complicada y requiere una inversión mayor para informar al público y transmitirle lo que te diferencia del resto».
Sin embargo, el doctor Fernando Autrán no ve a las universidades como su competencia. «La oferta que la mayoría de nosotros ofrecemos es completamente distinta a la universitaria. No debemos confundir a los profesionales con el nombre de nuestros cursos. Hacemos cursos no másteres y los alumnos que acuden a nosotros ya saben a lo que vienen, así que no debemos pretender enmascarar un curso como si fuera una especialidad».
Ante esta anotación, María Albarrán argumenta su postura afirmando que «aunque la universidad no es nuestra competencia, sí ha contribuido al desarrollo de un exceso de cursos que confunden a los alumnos».
El doctor Rábago por su parte, también cree que «la universidad hace daño a las empresas privadas de formación, porque hoy en día la gente va buscando el respaldo de una universidad mediante títulos oficiales y nosotros no podemos ofrecer ese aval».
Por eso, según María Albarrán, «hay que dejar claro que no todo lo que ofrece la universidad es oficial». «Ni todo el mundo puede pagar un máster de 40.000 euros», añade el doctor Alfonso Oteo.
María Albarrán prosigue diciendo que «hay muchas personas que sí están dispuestas a pagar mucho dinero por un máster universitario, y que, en ocasiones, cuando lo terminan se sienten engañados. Esto ha creado una desconfianza por parte de los alumnos. Por otro lado, también hay gente que llega escamada porque ha realizado un curso en el que solo han intentado venderle aparatología o materiales, porque en Odontología se tiende a ligar la formación con las casas comerciales. Nuestro trabajo ahora es especializarnos para llegar al alumno y transmitirle lo que queremos ofertar y cómo lo queremos ofertar».
Las casas comerciales en la formación
Los expertos reunidos por GACETA DENTAL coinciden en que no es malo ligar los cursos a las casas comerciales, siempre que se realice con ética profesional. Así, el doctor Alfonso Oteo afirma que sus cursos son patrocinados por firmas de máximo prestigio y científicamente probadas, «de las cuales exponemos las cualidades y las desventajas de sus materiales cuando impartimos una formación», afirma. «Las casas comerciales dan un apoyo logístico muy loable», añade.
El doctor José Rábago identifica en este campo dos tipos de formaciones: «Los centros que organizan un programa y luego solicitan a una firma el patrocinio del curso; y los cursos organizados por las casas comerciales, en función de sus propios intereses, y que buscan el apoyo de un centro de formación. Esta última –prosigue Rábago– no es una opción ética. De igual forma, hay personas que acuden a impartir conferencias en el congreso de una determinada empresa cuando en su práctica clínica diaria no emplean esos materiales. Es lógico defender la técnica y los materiales que uno utiliza, porque si los usas es porque te gustan, pero defender algo que no empleas no tiene sentido. Esas personas son mercenarios de la formación».
«Nosotros no nos vinculamos a casas comerciales», afirma María Albarrán. «Pero, cuando nos lo piden, organizamos pequeños cursos para presentar un determinado producto. Estos son actos de escaparate y la gente sabe perfectamente que va a conocer un determinado producto. Sin embargo, preferimos impartir una formación aséptica y desligada de la industria. Intentamos formar en una técnica para que luego el odontólogo, con esos conocimientos, elija los materiales que más le gusten».
El doctor Fernando Autrán afirma que un profesional tiene que ser riguroso en este sentido. «Si mi firma estrella me propone hacer una formación, lo haré encantado, pero si me llama una empresa de composites con la que no trabajo tendré que negarme, porque no es coherente enseñar a utilizar un material que no elijo en mi práctica diaria, y además, no soy la persona más indicada para sacar el máximo rendimiento a ese material».
«Está claro –declara Ismael Soriano– que para hacer formación necesitas libertad. Hacer un curso es como un matrimonio: te casas con una persona porque la quieres, e igualmente, representas un material porque te gusta, porque te ofrece un buen resultado y eso te hace amarlo.
Formación o titulación
El doctor José Rábago expone una realidad que conocen todos los asistentes a este desayuno de trabajo: «Los jóvenes, muchas veces, no buscan formación sino la titulación, y eso nosotros no podemos ofrecerlo. Aquí juega un papel importante la falta de especialidades, porque los alumnos buscan títulos que se puedan homologar algún día, por lo que buscan el sello universitario».
El doctor Ismael Soriano afirma que «lo ideal sería que la universidad tuviera una oferta formativa de postgrado a la altura de las necesidades, pero lo cierto es que para ellos adaptarse a los tiempos es complicado porque para realizar cualquier pequeño cambio necesitan la aprobación de los decanos y el Ministerio. Lo atractivo de este momento es que contamos con diversidad en la formación y cada programa está destinado a un perfil profesional concreto y en un periodo de tiempo preciso de su carrera. Así, tenemos cursos de una semana, de un mes y de tres años, y eso es muy positivo. Los que formamos parte del sector privado hemos sido audaces en darnos cuenta de que había una necesidad de cursos que se adapten al horario laboral de los odontólogos en ejercicio y hemos puesto a su servicio formaciones que se imparten durante los fines de semana. Al fin y al cabo, lo único que hacemos es dar respuesta a una necesidad».
María Albarrán manifiesta que «para organizar un curso de calidad debes contar con un programa interesante, actualizado y novedoso, que aporte algo diferencial. Lo sorprendente es que en un sector que evoluciona tanto como el nuestro, las universidades no reformen sus programas. En Fomento Profesional hacemos comparativas con las facultades y hemos observado programas que se mantienen idénticos desde 2008, cuando la Odontología ha dado un salto tecnológico tremendo. Por supuesto que es cierto que para ellos es más difícil actualizarse, pero si el propio equipo docente de la universidad no se recicla, el postgrado se queda obsoleto».
«En la universidad hay gente competente e incompetente, como en todos los lados y como en nuestra profesión en general –continúa el doctor Rábago–, pero es cierto que ellos juegan con ventaja por el simple hecho de tener un sello».
María Albarrán comenta que «ahora mismo las universidades privadas están dispuestas a ofrecer su sello a cambio de una compensación económica, y esto fomenta que, en muchas ocasiones, no se estén haciendo las cosas correctamente porque algunos centros de formación consiguen la acreditación universitaria para un determinado programa y lo expanden a todos los demás poniendo “Centro colaborador con la universidad”».
Según el doctor José Rábago, «las universidades privadas han visto un negocio y nosotros no podemos competir con ellas ofreciendo programas similares, porque si el día de mañana se regulan las especialidades, lo primero que se va a valorar son los créditos y el sello institucional, así que, por mucho que organicemos cursos de cinco años con una calidad impecable, nuestro título no va a servir para nada, aunque sea un programa mejor. El vacío que genera la falta de especialidades nos está haciendo daño en este sentido».