Tendencias y avances en Implantología
La Implantología ha supuesto una de las mayores revoluciones del mundo odontológico, sin embargo, el aumento de la conciencia social en el cuidado de la salud oral vislumbra un futuro incierto para una rama de la Odontología dedicada a sustituir piezas perdidas. De este tema hemos hablado con expertos implantólogos que coinciden en que esta disciplina aún tiene mucho que decir.
La Implantología ha entrado de lleno en la Odontología del siglo XXI y ha supuesto un cambio en la forma de trabajar. Así lo afirman los expertos reunidos en un desayuno de trabajo celebrado en torno a las tendencias y el desarrollo de esta área odontológica.
Los doctores e implantólogos Juan Manuel Vadillo, coordinador del «Máster de Cirugía Implantológica, Prótesis y Periimplantología» de la Universidad Alfonso X el Sabio (UAX) y asesor de BioHorizons; Juan Carlos Vara de la Fuente, miembro del Comité Científico de GACETA DENTAL; Fidel San Román Ascaso, vocal de la Sociedad Española de Implantes (SEI); Jesús Toboso Ramón, fundador y director científico de Eckermann, y Luis Mateos, director de Radhex Implants, han disertado acerca de la historia de la Implantología, su evolución, el éxito y fracaso de los casos, los implantes low cost, la carga inmediata, la importancia del diagnóstico, las perspectivas de futuro y todo aquello que gira en torno a esta disciplina.
Un poco de historia
El Dr. Jesús Toboso recuerda los inicios de la especialidad: «En 1983 se celebró en Barcelona el congreso del resurgimiento de la SEI. Por aquel entonces el panorama era absolutamente diferente a lo que hoy conocemos y en ese congreso se empezaron a sentar las bases de la Implantología, pero aún no había uniformidad y recuerdo perfectamente la gran discusión que se generó entre los doctores Sandhaus y Brånemark solamente por establecer conceptos. Anteriormente, entre el 70 y el 83, este sector estuvo muy parado, y ese congreso marcó un antes y un después».
El Dr. Fidel San Román enaltece el papel de los visionarios de aquella época porque tuvieron que librar una ardua batalla. «Hasta que llegó ese consenso, la Implantología era vista casi como brujería, era una técnica muy cuestionada, y en ese momento nadie podía imaginarse el nivel de desarrollo que tendría», rememora.
Para el Dr. Juan Carlos Vara, «lo que antes era considerado como una herejía ahora es algo cotidiano y hoy en día la clínica dental que no ponga implantes sí que está cometiendo un verdadero sacrilegio».
Tras ese congreso organizado por la SEI en 1983 «las cosas empezaron a unificarse –manifiesta el doctor San Román–, todo fue más científico, comenzaron a realizarse estudios sobre animales, posteriormente en humanos, los resultados mejoraban día a día y teníamos evidencia clínica. Fue entonces cuando las universidades integraron estos conocimientos en los estudios odontológicos, y desde hace dos décadas, aproximadamente, cuando la Implantología se ha instalado de esta manera tan impresionante y ha cambiado por completo la forma de trabajar de las clínicas dentales. El dentista convive ya con los implantes y está obligado a conocerlos, planificarlos, instalarlos y hacer rehabilitaciones y su posterior seguimiento».
«Hemos pasado de ser herejes a ser el ombligo de la Odontoestomatología, es decir que todo circula alrededor del implante», continúa el Dr. Vara. «Cuando nació la Implantología, digamos que había muchos tipos de implantes, pero cuando se uniformizan casi exclusivamente en ‘tornillos’ se produce una evolución científica extraordinaria que llega hasta nuestros días, con técnicas cada vez más precisas y fiables. Hemos evolucionado en superficies, conexiones, técnicas de radiodiagnóstico, técnicas protésicas, etc. y todo esto ha dado lugar a un futuro implantológico magnífico, que ya comenzamos a vivir».
Pero mientras los doctores Fidel San Román y Juan Carlos Vara utilizan términos como herejía o brujería, el doctor Jesús Toboso considera más acertado hablar de fracaso. «Antes del desarrollo de la Implantología había un porcentaje de fracasos del 60% porque no había formación, comunicación, ni unos protocolos estandarizados y, aunque surgieron pioneros que estaban muy bien encaminados –como los doctores Perrón y Muratore–, había muchos otros aficionados que hacían barbaridades y causaban grandes lesiones. Esto dio lugar a que, en los años 60 y 70, la universidad cerrase la puerta a esta disciplina, hasta que Brånemark realizó su gran aportación sin ser odontólogo (se dedicaba a la Traumatología), que fue pasar de ese 40% de éxito a un 97%, y realizó una investigación tan correcta y bien documentada científicamente, que ya nadie podía decir que el titanio no se osteointegraba. Con estas cifras de éxito encima de la mesa, la universidad volvió a subirse al carro, la Sociedad Española de Implantología resurgió y empezó a organizar eventos, la comunicación comenzó a funcionar, y hoy tenemos una docencia reglada y bien organizada con unos protocolos estandarizados».
El profesor de la UAX Juan Manuel Vadillo afirma que «el verdadero avance se ha producido gracias a la interacción entre industria, universidad, clínica y usuario final. Se ha vivido una evolución de los dogmas y muchos se han ido cayendo por su propio peso tras tener experiencia clínica. Hoy el profesional posee inquietud por adquirir criterio científico y tiene la mente lo suficientemente abierta como para saber que lo que hoy funciona mañana estará obsoleto, o viceversa. Ahora, por ejemplo, están resurgiendo los implantes cerámicos de una pieza para restauraciones anteriores y carga inmediata, que son los que ya se usaban hace unos años. En la universidad convivimos con distintas filosofías y escuelas, y la integración de estos conocimientos repercute en el beneficio del paciente».
Al respecto, Fidel San Román señala que «es necesario establecer consensos en los congresos, porque no podemos volver locos a los alumnos con diferentes protocolos. Hay que sentarse y decidir qué procedimiento es el que ahora, en este momento y con el conocimiento científico actual, es el más adecuado, el más contrastado con evidencia clínica. Es mejor una técnica sencilla, conocida y dominada, que una muy novedosa, mal aprendida y sin suficiente evidencia clínica».
Lo más importante para el doctor Toboso es la formación del profesional. «La gente quiere recetas de cocina, por eso la universidad tiene que estar muy bien reglada y fijar protocolos. El problema es que esto no es una ciencia exacta».
Sin embargo, para el Dr. Luis Mateos, «es muy difícil llegar a un consenso en determinados aspectos, como en el diseño del implante por ejemplo, porque el mercado nos ofrece opciones muy diversas y nadie nos dice cuál es la mejor. Si bien es cierto que todos tienen los mismos parámetros, los cuerpos son completamente diferentes en cuanto a la zona de contacto con el hueso (espiras y espacios entre roscas), y, evidentemente, esto va a denotar un comportamiento biológico distinto».
Pero para Toboso eso no es del todo cierto ya que «todos vamos hacia el mismo diseño, nos dirigimos hacia una confluencia, y es precisamente esa uniformidad industrial lo que ha abierto las puertas a las empresas fabricantes de implantes low cost, y sé bien de lo que estoy hablando porque me hallo en esa guerra», comenta el fundador de Eckermann.
Implantes ‘low cost’
Llegados a este punto, José Luis del Moral, moderador del debate y director de GACETA DENTAL, pregunta a los asistentes cuál es la diferencia entre los implantes convencionales y los denominados como low cost, a lo que Juan Carlos Vara responde: «Hay empresas que se gastan muchísimo dinero en investigar, buscar, decidir y producir implantes de calidad, y hay otras compañías que van a remolque y lo único que hacen es copiar el diseño que han creado otros».
Sobre este asunto Jesús Toboso tiene mucho que decir: «La diferencia está, fundamentalmente, en el servicio, la investigación, el marketing y todo aquello que acompaña a la industria y se aleja de lo que es un simple tornillo de ferretería que no está avalado por ninguna investigación científica. Los low cost son fabricados por empresas que dominan la producción a gran escala y se han metido en Odontología para ganar dinero, pero no saben nada de dientes. Como ha habido uniformidad en el diseño, estos talleres se han basado en copiar y pegar los dos o tres implantes más populares». Según este especialista, la robotización que está viviendo el sector se está produciendo porque «no se sigue un criterio clínico, como pasa con las aseguradoras y franquicias, que se han metido en el negocio con el único objetivo de enriquecerse».
Pero este intrusismo no es un aspecto que preocupe demasiado al doctor Toboso, porque, como afirma, «las empresas de low cost no poseen una infraestructura organizada, no tienen servicio post-venta, no apoyan a la docencia con materiales de prácticas, no realizan una estrategia de marketing, no asisten a congresos o a ferias del sector, ni apuestan por la innovación, y todo esto va a hacer que muchas de ellas cierren, porque producen más de lo que son capaces de vender y se meten en un callejón sin salida».
Lo que está claro para el fundador de Eckermann es que «un taller no puede fabricar implantes como si de tornillos se tratase sin ningún rigor sanitario; y una aseguradora o un banco no pueden ser propietarios de clínicas dentales porque se trata de ofrecer un servicio sanitario, y en este sentido tendrían que ser las autoridades sanitarias y el Consejo de Dentistas los que defiendan nuestros intereses».
En busca de la receta
Juan Carlos Vara afirma que «en la evolución de los implantes los protagonistas han sido el profesional, la industria y la universidad, y el desarrollo de la Implantología no se ha producido a la vez en estos ámbitos. Hoy la industria nos ofrece productos que la universidad aún no acepta». Y pone un ejemplo: «Académicamente está aceptado que se haga carga inmediata sobre cuatro implantes en mandíbula para realizar una sobredentadura, por ejemplo, y bajo unas condiciones estrictas, pero con los productos que se están fabricando en la actualidad se puede hacer carga inmediata con ocho implantes y en maxilar superior para realizar, por ejemplo, prótesis fija con cerámica».
Según el doctor Toboso, «en 2002 se estableció el consenso sobre carga inmediata y se regló un protocolo, así que, más o menos, la receta está creada. El profesional luego puede hacer lo que quiera, pero hay unas cosas que están aceptadas y otras que no».
Pero Vara insiste en que la industria va por delante de la universidad «y hoy podemos hacer determinadas cosas que aún no cuentan con el consenso universitario, pero algunos locos realizamos técnicas y protocolos más o menos innovadores, que no están aceptados y que incluso se consideran herejías, hasta que los académicos digan lo contrario, por lo que, muchas veces, el profesional se ve obligado a esperar a que le marquen el camino».
Para el doctor Vadillo éste es el curso lógico que deben seguir los procedimientos médicos, porque «la universidad no puede decir abiertamente que la carga inmediata funciona sobre ocho implantes, ya que, si así lo hiciera, al día siguiente habría cinco mil odontólogos poniéndolo en práctica y nos encontraríamos con un incremento de los fracasos en Implantología. Por eso la docencia intenta proporcionar unos criterios básicos que sirvan al mayor número de profesionales, aunque luego haya un grupo de pioneros, más cualificados, que actúan como la punta de lanza y crean nuevos protocolos».
«La vida va tan rápido y las propuestas industriales son tan veloces que, muchas veces, al profesional y la universidad no les da tiempo a actuar», apunta Jesús Toboso.
Por eso, según Juan Manuel Vadillo, «tenemos que ser lo suficientemente honestos como para dar a nuestros pacientes el producto que a nosotros nos gustaría que nos pusieran, el que creamos que científicamente es el mejor y más recomendado, por encima de la presión industrial y económica. Nuestro objetivo es que el alumno tenga un criterio para decidir, primero, si el implante está indicado, y segundo, cuál es el producto más adecuado para ese paciente en concreto». Porque, como apunta el doctor Vara, «cada boca es un mundo en el que no se pueden establecer estándares ni recetas mágicas y es precisamente el diagnóstico lo más bonito que tiene esta profesión».