«Estamos de acuerdo en que hay una proliferación de cursos –interviene Prados Frutos–, distintos niveles formativos y distintas capacidades docentes por parte de quienes imparten la formación. La cuestión es ¿cómo se puede garantizar o controlar la calidad y la eficacia de estos másteres? Nosotros en la Universidad Rey Juan Carlos, como mecanismos de garantía, estamos intentando conseguir el aval de las diferentes sociedades europeas de las especialidades. El nuestro ya ha pasado casi todos los filtros de la Sociedad Europea de Cirugía Oral, que te obliga, entre otras cosas, a que tenga una duración de tres años; una cantidad de créditos teóricos y prácticos; un director que sea miembro de esa Sociedad, que le examina, le controla y le obliga a presentar periódicamente publicaciones de esa especialidad. Es decir, te obligan a presentar un programa y unos avales del profesorado. ¿Esto realmente garantiza que el máster sea excepcional? Pues no, pero qué duda cabe que es un valor añadido que no es nada fácil de conseguir. No sé si la solución está en crear un organismo que acredite la validez del máster, pero algo así debería existir. Está claro que este tipo de formación debería corresponder a una institución que pueda garantizar la continuidad del mismo y que además garantice unas instalaciones y un flujo de pacientes.
Según el doctor Roig, «los tres niveles formativos son igual de importantes y necesarios, pero hay que tener claro qué ofrece cada uno de ellos y qué necesidades cubre. Está el nivel de máster –que debe quedar bajo control universitario–, el título propio y la formación continuada. Y hay que empezar a llamar a las cosas por su nombre para no crear falsas expectativas, primero al profesional y después a los pacientes. No hay por qué vestir a las cosas de lo que no son, porque eso no beneficia a nadie, ni siquiera a la entidad que ofrece el servicio. Y, por otro lado, en cualquier nivel, va a ser muy difícil definir cuáles son buenos y cuáles malos. Al final hay másteres en universidades que no se celebran, y cursos de formación continuada que tienen lista de espera, y viceversa, y esas incongruencias son las que te hacen ver que, independientemente del nivel, es muy difícil saber qué te ofrece cada curso, para qué sirve y en qué momento de tu carrera profesional va a ayudarte. Es muy difícil crear un agente acreditador que regule estos aspectos porque es complicado que alguien tenga esa capacidad crítica y de juicio de decidir quién es bueno o malo. Por eso, el juez, en este caso, es el profesional, que es el que se inscribe o no se inscribe».
El doctor Prados se muestra conforme con estas declaraciones, «pero cuando un organismos reconocido, como es la Asociación Europea de una determinada especialidad, avala la existencia de este programa, al menos, afirma que cumple unos requisitos establecidos por la Sociedad que, a priori, garantiza que la formación es buena. Bajo el paraguas de una sociedad externa o de algún otro tipo de institución que ejerza como jurado, se debería poder afirmar que hay una serie de programas formativos que cumplen los mínimos para poder ofrecer una formación de calidad, y mientras que eso no exista, mientras que no haya alguien que regule la competencia y la capacidad, proliferarán muchos másteres y programas que se caerán al día siguiente de salir al mercado, y que supondrán un esfuerzo añadido y una desilusión para las personas que los realicen».
Primitivo Roig señala dos factores que van a determinar el éxito de muchas organizaciones físicas que se quieran dedicar a la formación: «Los que no vengan a especular porque ven una oportunidad de negocio sino porque vean una necesidad insatisfecha; y las organizaciones que enfoquen sus esfuerzos a cubrir esta necesidad, porque la Odontología está creciendo tanto que una única institución pública o empresa privada no puede abarcar todas las necesidades formativas. Y por otro lado, es muy difícil evitar que alguien en un determinado momento decida vender conocimiento en su propia clínica y que otra persona decida comprarlo y, desde mi punto de vista, es ético y correcto, siempre y cuando se cuiden dos aspectos: el retorno de la inversión, es decir, que el alumno reciba tanto o más como el que está en el atril; y que el protagonista sea el paciente, que es la finalidad de la formación».
Igualmente, para el doctor Alández, «la formación posgraduada privada tiene un papel importantísimo y fundamental, porque solamente un grupo de privilegiados va a poder acceder a los másteres tan perfectamente regulados, y necesitamos que el resto también tengan acceso a la formación posgraduada, porque esos también van a poner implantes. Y lo cierto es que hoy en día hay miles de odontólogos sin formación, y los colegios, las sociedades científicas y la iniciativa privada, regulada o no, pueden ofrecer una muy buena formación. Hay que dar salida a nuestros licenciados y las universidades no tienen capacidad para absorber ni al 15% de ellos».
La industria como formadora
Para el doctor Roig «es positivo que la industria esté involucrada en la formación, pero es imprescindible introducir herramientas de transparencia y de conflicto de intereses porque a las cosas hay que llamarlas por su nombre. Y si un profesor imparte un curso pagado por una empresa y utilizando los materiales que ésta le suministra, tiene que comunicarlo abiertamente. Si este tipo de formación se realiza así, creo que es interesante y lícita».
Por su parte, el doctor Alández manifiesta que «la industria, como patrocinador de la formación, ha cumplido un papel magnífico, no solo complementario, sino en muchos casos sustitutivo del que han impartido las universidades. Además, cuando una de estas empresas realiza un curso, deja clarísimo que detrás está la firma, y el alumno, que es un profesional culto, tiene la suficiente capacidad para saber que le están vendiendo un producto. Así que a la industria le podemos agradecer el hecho de que asuma un papel formativo y una importante labor de investigación y desarrollo, porque los implantes que ponemos hoy o las prótesis que se hacen en la actualidad no tienen nada que ver con las que se hacían hace años, y esto es gracias a la industria».
Al respecto, el doctor Rábago pone una nota discordante: «Es cierto que la industria ayuda mucho a los avances científicos y a la formación, pero cuando lanzan un producto lo que hacen es venderte ese producto sin mucha evidencia científica, y por eso este tipo de formación se me queda un poco corta, porque debe hacerse sobre procedimientos seguros. Antiguamente, cuando una compañía sacaba al mercado un producto, lo había testado durante cinco años, pero ahora sale un composite y el que lo prueba es el profesional».
Aval universitario
José Luis del Moral, moderador del debate y director de GACETA DENTAL, saca a relucir un tema controvertido: el hecho de que algunas universidades impartan másteres de algún área relacionado con el sector sin tener Grado de Odontología.
Para Alández, «si la universidad se responsabiliza y avala el título, no está mal». Sin embargo, para el doctor Rábago «no es lógico que una universidad que no tiene absolutamente nada que ver con la Odontología, realice un máster de este tipo».
«De entrada chirría –manifiesta el doctor Prados–, y a mí, personalmente, me llama la atención que universidades con una vocación técnica o humanística estén avalando un curso o un máster de Ciencias de la Salud. Puede no ser incorrecto si se realiza con unos criterios académicos de transparencia, se garantiza un flujo de pacientes y es capaz de controlar la calidad o la capacitación del profesional que está impartiendo esos cursos, pero aun así chirría».
Por su parte, el doctor Roig no se atreve a decir si es correcto o no, «pero sí se aleja del sentido común. Estamos en un momento en el que hay mucha titulitis y para la gente es tan importante formarse como comprar una línea de currículum». Y para Alández «eso es muy loable, porque uno tiene que poder demostrar las cosas que ha hecho».
«Por eso un curso sin sello universitario tiene menos afluencia que un curso con sello –señala Rábago–, y por eso los organizadores de estos programas formativos pagan a la universi
ad con el único objetivo de aumentar la afluencia de asistentes. Eso es lo que no me parece correcto».
Sin embargo, para Alández, «hay que agradecer a esa universidad que ejerza el papel de regulador, porque analiza el curso y ejerce de controlador poniendo su aval».
«Ojalá la universidad controlase la calidad –continúa Prados Frutos–, pero eso no siempre ocurre. Por eso, por encima de la universidad debería existir algún organismo que regulase todo».
Primitivo Roig da un giro al debate porque como él dice «estamos dedicando mucho tiempo a los programas universitarios, cuando solamente el 30% de la formación de posgrado es de este tipo y realmente la oferta formativa, en su vasta mayoría, está compuesta por cursos que no son másteres. Yo creo que la oferta privada es tan necesaria como la pública, y por eso, en cualquier nivel de enseñanza es muy importante acreditarlo».
Según Sánchez Turrión «es evidente que la universidad no puede asumir toda esa demanda de formación. Lo que hay que plantearse es si los alumnos que acuden a esos cursos lo hacer por el título o por la formación. Yo creo que muchos lo hacen por el sello universitario y por el prestigio del máster, en vez de por el conocimiento».
Pero para el doctor Roig esto es lógico porque «primero necesitas la licencia, después el prestigio, construir tu currículum y, en última instancia, lo que uno valora realmente es el conocimiento y la tranquilidad de hacer las cosas mejor. Eso va con la naturaleza humana».
Formación on line
Los profesionales docentes coinciden en que la formación on line no ha tenido, ni tendrá, la acogida que todos esperaban en un principio.
«En SEPES, nosotros empezamos con este tipo de formación el año pasado –manifiesta Rábago– y pensábamos que iba a hacer furor, pero no ha sido así, y esto ocurre porque cuando estás más de una hora sentado en tu casa viendo a un hombre hablar, te aburres».
«Yo hace años también pensaba que tenía futuro –ratifica Roig–, pero hoy ya no lo creo. Va a ser un compañero de viaje de la formación presencial, pero que no va a sustituirla».
Así también lo cree Javier Alández: «Nosotros hacemos las clases presenciales y luego las grabamos y las metemos en la web, y el que ha estado viendo la cirugía tiene la oportunidad de reproducirla en su casa para visualizar cosas que se le pudieron escapar durante el curso, y eso sí nos da un punto diferenciador que gusta a los alumnos. Así que como complemento es muy positivo, pero no va a pasar de ahí».
Conclusiones
Para José A. Rábago, la conclusión que podemos extraer de este desayuno de trabajo es que «los cursos son necesarios a todos los niveles, tanto para la gente que se inicia como para los que llevan trabajando tiempo; que se deberían regular por parte de algún organismo oficial, y que son buenos, malos o regulares dependiendo de lo que los profesionales piensen al respecto».
Alández concluye diciendo que «los licenciados en Odontología tienen el deber de seguir formándose una vez terminada la carrera para aportar mejores soluciones a la sociedad y que, para ello, es fundamental que tanto la universidad como los centros privados den formación continuada de forma regulada, porque aunque el recién licenciado es perfectamente capaz de diferenciar entre el amplio abanico de cursos, sería de gran ayuda que los organismos oficiales pusieran unos límites».
Por su parte, Andrés Sánchez Turrión es conciso y preciso en su exposición final y afirma que «la formación posgraduada en necesaria y debe ser regulada».
Primitivo Roig quiere resaltar que «estamos en un momento de la profesión fantástico en el que hay mucho conocimiento, mucha evidencia científica y es una oportunidad estupenda para saber gestionar adecuadamente todo eso».
Y Juan Carlos Prados termina abogando por «la necesidad de que estos sistemas de formación existan a distintos niveles, que sean transparentes para no generar falsas expectativas, para lo cual se hace necesaria una validación o acreditación, y no solamente al inicio del curso, sino también de perpetuación del sistema más allá del propio mercado, es decir, algo supra-académico». Y finaliza recalcando la necesidad «de integrar los programas de formación universitarios con los de las clínicas, empresas e industria, porque no podemos hacer la guerra cada uno por nuestro lado».
Laura D. Montalvillo
Los invitados, uno a uno
Dr. Javier Alández Chamorro. Director clínico y director de Formación de posgrado del Grupo Plénido, incluyendo los siguientes cursos: «Diploma in Implant Dentistry»; «Diploma in Clinical Periodontology»; «Diploma in Esthetic Dentistry», en colaboración con la Universidad de Göteborg; «Curso de Formación Teórico-Práctica en Periodoncia Básica y Quirúrgica» y «Programa Clínico de Implantología Quirúrgica sobre pacientes».
Dr. Juan Carlos Prados Frutos. Profesor titular y director del «Máster de Cirugía Bucal e Implantología» en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC).
Dr. José A. Rábago. Profesor de la 20ª promoción del «Título Experto en Cirugía y prótesis sobre implantes» y profesor de Implantología en Ceodont.
Dr. Primitivo Roig. Director de dentalDoctors. Director del «Diploma en Dirección Clínica y Gestión Odontológica».
Dr. Andrés Sánchez Turrión. Profesor del «Máster en Ciencias Odontológicas» de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y miembro del Comité Científico de GACETA DENTAL.