La belleza depende, ciertamente, de los ojos con los que se mira. No obstante, en relación con el rostro humano existe un ideal universal de belleza, independiente de toda sensación subjetiva, que se fundamenta sobre parámetros meramente objetivos. Para poder transmitir una impresión general de belleza, el rostro ha de presentar una fisonomía simétrica y bien proporcionada tal que los huesos faciales, los ojos, las encías y los dientes formen un conjunto armónico (siendo «sección áurea» la palabra clave). Asimismo, los labios, las encías y los dientes determinan cómo uno se percibe a sí mismo y lo perciben los demás.
Los efectos de una bella sonrisa son bien manifiestos. Una sonrisa atractiva se caracteriza por la disposición simétrica y bien proporcionada de los dientes entre sí, así como entre los dientes y la encía y entre los labios y la cara. Conforme al canon de belleza, la encía rodea el cuello de la corona dentaria describiendo una parábola, cuyo cénit –esto es, el punto más alto del contorno gingival– debe situarse en la región distal de dicha circunferencia. Además, las papilas interdentales deben encontrarse a la altura del tercio cervical de los dientes.
Los defectos estéticos en los dientes anteriores como, por ejemplo, espacios edéntulos, las pérdidas de encía o las alteraciones del contorno gingival, pueden mermar la autoestima y, en consecuencia, provocar inseguridad e inhibiciones. Esto puede traducirse en una carga adicional, en particular, para la siempre agitada vida anímica y afectiva de los adolescentes y jóvenes.