Hemos asistido este verano a acaloradas discusiones de políticos, periodistas e «intelectuales» acerca de la conveniencia de hablar o estudiar diferentes idiomas, propios o extraños y a insignes demostraciones del don de lenguas en eventos internacionales, lo cual todo junto no puede dejar de sonrojarme (y supongo que a más de uno le ha ocurrido lo mismo).
Es una pena que toda la discusión convierta al propio lenguaje en un arma arrojadiza, sin la más mínima preocupación por el lenguaje mismo y su función primordial, la comunicación.
Pero no realizaré una arenga en cuanto a la conveniencia de uno u otro lenguaje (humano o sintético), sino a lo que a mi concierne fundamentalmente, los ordenadores, y a lo que éstos mejor manejan, la precisión.
Con todo este lío y discusión se nos está pasando por alto un fenómeno que resulta en gran manera paradójico y es que el lenguaje (en general, esto afecta a todos los idiomas), debido a las nuevas tecnologías de comunicación, está sufriendo una «vulgarización», en el mejor sentido de la palabra, como nunca antes, entendiendo vulgarización como la creación de nuevos términos a la vez que se modifican los antiguos, en tal cantidad y variedad, que ya no se puede considerar simplemente «analfabetismo» o simple errata.
Es verdad que la inmediatez de la comunicación provoca un «deterioro» en la ortografía y que los examinadores de selectividad se llevan las manos a la cabeza con las «burradas» que los alumnos son capaces de perpetrar a la hora de escribir, pero no es menos cierto que después de todo, la comunicación sigue siendo válida, quiero decir que los más jóvenes a pesar de sus «ya vajo» o «ya se lo he dicho» o «bale», aún son capaces de entenderse entre ellos y al fin y al cabo, yo mismo en cuanto salgo de «Espana» me convierto en «Inaki».
Esto ya ocurrió en la Edad Media en nuestro país y por eso llamamos «Méjico» a «México», porque por entonces, la forma culta de escribir el sonido «j» era la «x» como en D. Quixote de la Mancha, y solo la inmediatez de la escritura (probablemente en los mercados populares) acabó imponiendo la grafía actual.
Al fin y al cabo, el error ortográfico debería ser la menor de las preocupaciones en este momento, con los correctores automáticos que existen hoy en día, cualquiera puede escribir todas las tildes en su sitio sin tener la más mínima idea de lo que es la tilde, basta con dictarle a Siri en el iPhone y la escritura será impecable.
Deberíamos preocuparnos un poco más quizá por la sintaxis, para la que aún no hay correctores automáticos y basta mirar cualquier diario o revista y leer los titulares para que nos salga sarpullido.
Pero si nos quedáramos aquí estaríamos haciendo un pobre favor al análisis de lo que en realidad está sucediendo, porque al lado de estas «aberraciones» lingüísticas, aparecen fenómenos diametralmente opuestos que, originados inicialmente en un ámbito técnico, han sido fagocitados, reconstruidos y aumentados por el vulgo, fenómenos como el «Leet Speak» (ver cuadro), que requieren de una destreza y estudio nada desdeñables, produciendo resultados como: E570 e5 1337 5p34l< (esto es Leet Speak). (Fuente w!|<!p3d!4).
Todavía existen aún más derivaciones del lenguaje a veces provocadas por necesidad, pudor o, incluso, para, de alguna manera, preservar la privacidad, que pasan en muchas ocasiones por faltas de ortografía, pero que no lo son, como, por ejemplo, a la hora de criticar gobiernos o personajes relevantes, hasta el punto de llegar a confundir a los programas espías que, como sabemos, tienen la mala costumbre de leer nuestras conversaciones privadas.
Si me animo, en algún artículo posterior trataré más en detalle este tipo de recursos utilizados en redes sociales con ejemplos destacados.
Y sin embargo, en un ejercicio de malabarismo, podemos situarnos con los mismos personajes (los usuarios informáticos) en el extremo opuesto, en el rigor absoluto, en la precisión sin parangón, en el más puro mundo lógico: la programación de ordenadores.
Bien es cierto que no podemos elevar a la categoría de programadores a todos los usuarios de Whatsapp, pero muchos de ellos ya se han enfrentado al reto de someterse a la intransigencia del entendimiento computacional cuando «necesitan» hackear su teléfono móvil o acceder a los niveles secretos de su juego favorito. En ese preciso momento, una coma, un paréntesis o un punto de más o de menos puede suponer convertir tu smartphone en un pisapapeles y se requiere una atención y comprensión muy precisa de las instrucciones proporcionadas y la realización de las mismas con un mimo inédito en sus vidas, a la hora de escribir.
Ahora tomemos todo lo antedicho y extrapolémoslo por ejemplo, al chino o al árabe, ellos también se mandan SMS y chatean.
Así que ahora ya no se trata de aprender un idioma, sino de todas las variantes que todos los fenómenos propuestos anteriormente producen en cada una de las lenguas.
Pero es que por otra parte, como ya he comentado en artículos anteriores, en unos años, los mismos teléfonos móviles (con la ayuda de Internet) serán capaces de realizar traducción simultánea en cualquier idioma, por lo que la separación entre lenguaje escrito y hablado divergirá (ya lo está haciendo) hasta límites que aún no hemos imaginado y que podrían llevarnos a hablar en un idioma y escribir en otro distinto.
Y es que me da la sensación de que el debate acerca del multilingüismo se está quedando muy corto a estas alturas.
Por mi parte y en lo que concierne a mi profesión, mi propuesta es incluir en los planes de estudio una asignatura de programación en lenguaje informático.
En principio da igual el lenguaje utilizado a tal propósito, ya que no consiste en los comandos específicos del mismo y que se pueden encontrar en el diccionario correspondiente, sino en la correcta utilización del mismo.
Todos los lenguajes informáticos siguen el mismo patrón, son secuenciales, es decir, las instrucciones se ejecutan por orden una detrás de la otra, todos siguen una jerarquía secuencial y todos fallan si las instrucciones están mal escritas.
No voy a entrar en detalles de la depuración de programas porque algunos parecen funcionar, hasta que fallan en detalles de programación de alto calado que pueden hacer parecer que «es» lo que «no es».
Por otra parte, para aprender programación, ni siquiera es necesario tener ordenadores, ya que se trata de la realización de un proceso lógico de forma secuencial, así que puede ser aprendido como un juego.
Por ejemplo se puede realizar con un grupo de niños de tal forma que uno de ellos (el usuario) debe dar un mensaje a otro (el interface). Previamente un tercero (el procesador) habrá sido instruido en lo que tiene que hacer según la instrucción recibida, por ejemplo saltar, agacharse o levantar los brazos.
Por fin un cuarto niño (la pantalla) interpreta lo que el procesador ha hecho y da una respuesta. Es el clásico juego de adivinar el título de una película haciendo gestos, pero de forma rigurosa.
El juego se puede ir complicando todo lo necesario, ya que los interfaces pueden ser varios, uno que solo gesticula (el ratón), otro que habla (el micrófono) y otro que pasa notas escritas (memoria USB). Incluso se puede tener más de un niño procesador y que tengan que ponerse de acuerdo para resolver un problema concreto.
Aparte de divertido, el juego puede ser muy aleccionador ya que unas veces se conseguirá la respuesta correcta, pero en otras surgirán respuestas disparatadas y graciosas y en más de una ocasión, el proceso se «colgará» en alguno de los pasos.
Mediante sencillos ejercicios como éste, el niño va aprendiendo que el rigor en la comunicación y el lenguaje es fundamental en el resultado del juego, al mismo tiempo que aprende de ordenadores, de procesos lógicos y de conflictos inesperados donde parecía que no debería haberlos.
Posteriormente, se puede trasladar lo aprendido a un ordenador mediante un lenguaje de programación sencillo con gran satisfacción para todo el mundo cuando se consiga que funcione.La incorporación de la asignatura de programación proporcionaría incalculables beneficios al sistema educativo. Los estudiantes aprenderían a escribir sin la más mínima falta ortográfica, la sintaxis. Asimismo, debería ser absolutamente precisa, la construcción del discurso. A su vez, debería ser totalmente escrupulosa, y por último, las matemáticas pasarían a formar parte de un todo mucho más grande que les daría un sentido académico del que actualmente carecen.
Todo se resume en: ¿Para qué necesito escribir bien, realizar bien las cuentas, etc.? Porque si no, el juego (programa) no funciona.
Ahora que alguien con suficientes ganas, valor o influencias, intente hacerle comprender algo de esto al político de turno, eso sí, frente a una «Relaxing cup of café con leche».
Y, por su parte, los insignes señores de la Real Academia de la Lengua tendrán que explicarnos por qué el verbo «aver» se debe escribir con h y con b, aparte de la razón actual: «Porque si no, te suspendo la selectividad». Lo cual hasta ahora parecía una razón válida, pero que sinceramente creo que debería ser apoyada por argumentos de un poco más de peso.
Y por último, un Trivial al calor de los últimos acontecimientos: ¿Por qué los indios en las películas del Oeste hablan en «indio»? Porque aprendieron el inglés de los españoles. Al fin y al cabo, los españoles ya trapicheaban con los indios norteamericanos mucho antes de que llegaran en masa los anglosajones.