Antigüedad de la higiene en general
La higiene, en el sentido de limpieza, aseo, policía, mundicia, abstersión, etc., es una práctica mucho más añeja que la propia humanidad.
Desde hace millones de años, los animales han procurado mantener impolutos sus cuerpos, tanto por dentro —a base de purgas, clísteres y sangrías— como por fuera —a base de rascadas, lameduras, revolcones y fregados—.
Decían los médicos antiguos que la purgación se había aprendido de los perros, que comían ciertas hierbas para mondarse los intestinos, y que las ayudas o clísteres fueron inventados por los ibis, que con sus largos picos se introducían abundantes raciones de agua por el ano.
En cuanto a la sangría, Plinio el Viejo aseguraba que los primeros en practicarla fueron los hipopótamos, hiriéndose la patas con los troncos afilados de las cañas rotas en las orillas de los ríos.
Leyenda o realidad, los hombres primitivos compartieron con los animales infinidad de procedimientos para librarse de la suciedad, el pringue, el polvo, los excrementos, parásitos y demás incomodidades internas o externas.
No les fue difícil observar a los insectos frotarse los élitros con las patas, o a las aves, con el pico; o a los équidos revolcarse en el polvo, o a los paquidermos librarse de los parásitos cubriéndose la piel con el lodo de los pantanos. Sin duda, les llamó la atención la destreza de los monos despiojándose los unos a los otros.
Y más tarde, cuando domesticó a los perros y a los gatos, debió admirarle el atildamiento de estos últimos, lustrándose la piel continuamente, librándola de pelos sueltos y otras porquerías a base de lenguetazos, igual que hacen los leones y los tigres.
Higiene de los dientes de los animales
Esenciales para la supervivencia, los animales no descuidaron, de un forma u otra, el cuidado de los dientes.
Los roedores, a los que les crecen continuamente, deben desgastarlos con el uso; pero hay otros rumiantes, como los camélidos, en concreto las llamas, que desgastan y limpian la dentadura con ciertas hierbas: ichu o pajapuna.
A veces, algunos especímenes se ayudan entre ellos. Así, por ejemplo, no es raro sorprender a los perros limpiándole los dientes a algún congénere.
También hay simbiosis a este respecto. Es famosa la historia contada por Herodoto a propósito del pluviano y el cocodrilo del Nilo, luego repetida por muchísimos autores.
Al parecer, en el siglo V a. de C., el cocodrilo del Nilo (Crocodylus niloticus) mantenía una beneficiosa relación con el chorlito egipcio (Pluvianus aegiptus), mediante la cual éste le mondaba la dentadura, librándola de despojos y sanguijuelas, mientras el terrible saurio descansaba, con la boca abierta, a orillas de la corriente.
Durante muchísimo tiempo he creído que la narración de Herodoto era una simple fábula, puesto que jamás encontré ninguna prueba gráfica de semejante simbiosis (y no fueron pocas las obras de historia natural, zoología, cocodrilos y pluvianos que consulté). Y, mira por dónde, con la ayuda de internet, creí hallar la evidencia del ayuntamiento entre ambos personajes. Una fotografía del leviatán con las fauces abiertas y del pequeño pluviano en plena tarea, ajeno a la amenazadora dentadura del terrible monstruo.
Desgraciadamente, aquella imagen era tan fabulosa como la historia de Herodoto: un montaje digitalizado, muy bien hecho, eso sí, pero falso.
Para compensar esta desilusión, hay otros pájaros que se atreven con la limpieza de los dientes del gran depredador, el homo sapiens.
Otros animales
Sin embargo, con ser curiosas, no son éstas las fuentes y raíces de la higiene bucodentaria.
Los principios de una cierta consciencia del tema y de una instrumentalización para llevarla a cabo se encuentran en los monos y primates.
Con evidente internacionalidad, numerosos monos, macacos, micos, mandriles, lemures, papiones, etc. —y sobre todo gorilas, chimpancés, orangutanes y bonobos— usan estacas de madera, ramitas, raíces, astillas y otros artilugios varios para hurgarse la dentadura y librarla de los restos de comida estancados en los espacios interdentarios.
Ellos son los inventores del mondadientes e incluso del cepillo dental, por lo que no es infrecuente sorprenderlos frotándose, con dichos artefactos desflecados, la dentadura, sin pasta de dientes, bien es cierto, pero con sañuda y decidida insistencia.
Y, por fin, el hombre
Culminación del orden de los primates, el género Homo comenzó a preocuparse seriamente de la dentadura hace largo tiempo.
No sabemos si las especies “habilis” y “erectus” tuvieron consciencia de lo que era la enfermedad y de que ésta podía atajarse y prevenirse. Los neandertales y los sapiens, desde luego, sí.
Respecto a la dentadura, se han encontrado especímenes de hace casi un millón de años que ya usaban cuñas y trozos de madera para exonerar de desperdicios los espacios interdentarios.
Si lo hacían sus primos, los gorilas, chimpancés, orangutanes y bonobos, ¿por qué no iban a hacerlo los hombres primitivos de hace un millón de años?
Efectivamente, se han encontrado abundantes pruebas de ello en diversos sitios de Asia y Europa. Son unas señales o surcos localizados en el cuello de las piezas dentarias, en el límite amelocementario, más o menos profundos pero muy repetidos, que se han identificado como desgastes o usuras producidos por el rozamiento de esos “palillos de dientes”, esas estacas o ramitas con las que aquellos ancestros se mondaban la dentadura.
Pruebas con microscopios de barrido han confirmado el origen de tales improntas y certificado que la inquietud por la higiene bucodentaria ha sido el primer capítulo de la historia de la odontología; es decir, la práctica o manipulación técnica más antigua d lo que en su momento se llamó Arte del Dentista, Odontotecnia, Odontología o Estomatología (entre otras cuantas decenas de sinónimos).
El siwak o miswak y Mahoma
Sin embargo, será en el mundo islámico donde el palillo con un extremo en forma de brocha para cepillarse los dientes alcanzará las más altas cotas, hasta el punto de ser considerado un objeto sagrado.
Se trata del siwak o miswak, que algunos hadices remontan a la aparición del hombre sobre la tierra, es decir, a los tiempos del mismísimo Adán, como primer usuario.
El siwak es mencionado por multitud de califas, santos y sabios del Islam. Parece ser que Mahoma estuvo a punto de declararlo obligatorio (Fard) sobre toda la Ummah (conjunto de los creyentes), y si no lo hizo fue por no sobrecargarlos con excesivos preceptos.
Sin embargo, lo tuvo en gran estima y lo recomendó multitud de veces. Personalmente, lo usaba cotidianamente, e incluso, cuando iba de viaje o batallaba, lo llevaba dentro de la vaina de la espada.
Es muy importante el papel del miswak a la hora de la muerte de Rasulullah.
Lo cuenta Aisha, la mujer más joven del profeta, y dice así: “Uno de los regalos entre los regalos otorgados a mí por Alá es el claro tránsito (desde este mundo) de un amado esposo en mi casa durante mi turno de estar con él, cuando reclino su cabeza entre mis clavículas y mis costillas.
Eso es también un regalo, que mi saliva se mezclara con su bendita saliva antes de su último aliento.
Mi hermano Abdur Rahman Abu Bakr entró en mi casa y traía un miswak en su mano. En ese momento, yo estaba sujetando la cabeza de mi amado esposo entre mi cuello y mis costillas. Yo le observaba mirando el miswak y conocía su afición por él, de modo que le pregunté si quería cogerlo. Él inclinó la cabeza, asintiendo. Tomé entonces el miswak de Abu Bakr y se lo ofrecí, pero al usarlo comprobó que estaba duro (y no tenía fuerzas). Entonces me preguntó: ¿podrías ablandarlo por mí? Mastiqué entonces uno de sus extremos y, después de ablandarlo, se lo ofrecí. Él comenzó a frotar el miswak sobre sus benditos dientes. Había un balde con agua enfrente de nosotros. Puso sus manos en el agua, las acercó a su cara y recitó: La illaha il lallah. Luego dijo: En verdad hay opresión alrededor de la muerte. Alzó de nuevo sus manos en Dura y repitió esto hasta que su bendita alma entró en el más allá y sus benditas manos cayeron reposando sobre su cuerpo”.
Las brochas vegetales en otros pueblos y lugares
Los mejores siwak o miswak son los hechos del árbol salvadora pérsica, llamado también arak, lirak, siwak (en árabe), pilu en urdu, aferchi en el Sáhara Occidental, etc. También son buenos los de olivo, nogal o todo árbol de sabor ácido y amargo.
Ciertamente el uso de este adminículo de higiene dental es muy anterior al Islam y se usa en otros lugares y diversas etnias.
Sería interminable citar ni la mitad de ellas, por lo que recordaremos solamente algunas.
En La India recibe multitud de nombres, en hindi se le dice meswuk, en urdu, pilu; en tamil, vea; en telugu, gunnangi; en marath, khakhan, etc.
Es muy apreciado en la medicina ayurvédica, que recomienda fabricarlo con las ramas y raíces de diversos árboles, con el denominador común de que sean astringentes.
En Etiopía lo llaman mafaquia. Suelen hacerlos de olivo silvestre (aligustre).
En Turquía lo llaman miswak, y a los árboles ya dichos añaden el naranjo. Lo usan también los masais, samburus e infinitos pueblos africanos.
Lo mismo en Indonesia, Filipinas, China, Japón, etc.
Actualmente, con el furor ecologista que nos invade, tiene muchos adeptos, pues al ser natural ahorra el uso de materiales sintéticos empleados en los cepillos dentales al uso, con fibras de plástico perpendiculares al mango.
Este verano, durante un viaje a Namibia, acompañado por mi hijo Jorge, tuve ocasión de ver multitud de árboles salvadora pérsica, y como detalle curioso, el guía que llevábamos achacó a dicho árbol un olor desagradable —cosa que yo no percibí—, aunque me traje algunos trozos de ramas y hojas.
El dedo
Por fin hay otro instrumento de higiene dental aún más primitivo, natural y simple que los hechos de ramas y raíces.
Se trata del dedo índice (los musulmanes sólo emplean el de la mano derecha) mondo y lirondo o untado con arena o sustancias abrasivas.
Se usa mucho en La India, Pakistán y otros países de escasos recursos, aunque en ciertos lugares también se le concede cierta categoría litúrgica.
Y éstos son, que yo sepa, los vestigios más antiguos de la higiene dental, rudimentarios, como no puede ser menos, pero muy perdurables, como se desprende de lo dicho.