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Saber ganar, saber perder

En toda confrontación hay siempre un ganador y un perdedor, porque lo de los empates parece estar reservado para los encuentros deportivos (partidos de fútbol, balonmano o hockey sobre patines, por ejemplo) o para las votaciones de la organización política asamblearia CUP. En los demás casos: uno(s) gana(n) y otro(s) pierde(n).

En esas cuestiones que hacen referencia a vencedores y vencidos hay mucho escrito y mucho por escribir. Por desgracia, la historia está llena de testimonios en los que hay ganadores y derrotados de todos los colores, nacionalidades y credos. Y digo por desgracia porque lo de confrontar, disputar, pelear, luchar o contender en busca de la victoria, lo asimilamos rápidamente a los conflictos bélicos, a las guerras, a los combates cruentos, a esos casos en los que, por mucho que se hable de la gloria o el fracaso en los anales militares de tropas victoriosas y ejércitos vencidos, todos pierden. Pero esa es otra historia de la que no es momento de ocuparse.

En la interpretación de esa imagen del vencedor y el vencido ocupa desde siempre parte de mi visión la contemplación de La rendición de Breda, o Las lanzas, ese magnífico cuadro en el que Diego Velázquez recreó el momento histórico en que Justino de Nassau, gobernador de Breda, entrega las llaves de la ciudad holandesa a Ambrosio de Spínola, general de las tropas españolas que mantuvieron asediada la urbe durante un año. Este episodio de la guerra de Flandes, ocurrido en 1625 y representado diez años más tarde por el pintor sevillano, es todo un ejemplo de cómo saber perder y saber ganar. Una capitulación honrosa en la que el vencedor evita la humillación del derrotado, manteniendo su dignidad. Un acto de caballerosidad que Velázquez supo plasmar en esa foto al óleo sobre lienzo que exhibe el Museo del Prado. Un gesto que el vencido acepta con elación y grandeza de espíritu.

Y mucho de cortesía y nobleza hubo en el gesto que tuvieron los dos candidatos a presidir el COEM durante los cuatro años próximos cuando se completó el cómputo final de los 1.133 votos emitidos por los colegiados el soleado domingo 24 de enero en la nueva sede madrileña.

[Inciso: una participación que, dicho sea de paso, no llegó a constituir una patulea, ni mucho menos: apenas un 13 por ciento de los convocados con derecho a voto. Sorprende que una designación tan importante como es la del presidente de un colegio profesional no cuente con mayor participación. Debe ser un mal propio de todas las organizaciones profesionales, porque en la Asociación de la Prensa de Madrid hubo 1.414 votantes de los casi 7.400 periodistas registrados en esa entidad. Luego nos quejamos.]

A lo que iba del gesto visto en el COEM: Antonio Montero, el ganador (890 votos), se acercó inmediatamente a Felipe Sáez, el perdedor (227 votos), para saludarle. Más tarde fue el derrotado quien, a petición de Gaceta Dental, que quería plasmar esa digna, ejemplar y constructiva imagen de ambos, se prestó a estrechar de nuevo la mano al que había sido su rival en las urnas.

Ojalá que ese gesto no se quede solo en eso, en un guiño de cara a la galería, en una pose para la foto de rigor, y que ese estrechamiento de manos sea el símbolo de unión de los dentistas colegiados pertenecientes al COEM. Una unión más necesaria que nunca para afrontar los muchos problemas que afectan en general a los profesionales de toda España y los que, en particular, son propios del colectivo que conforman los colegiados de Madrid, Toledo, Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara.

Autores

Director Emérito de Gaceta Dental

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