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«La periimplantitis es ya el gran problema de la implantología»

Sobretratamiento, osteointegración, curvas de aprendizaje, plétora profesional, el titanio como material estrella, diagnóstico, planificación del tratamiento, investigación, mantenimiento, creación de la especialidad, ética, praxis… Ningún aspecto relacionado con la implantología quedó al margen durante la reunión mantenida con cualificados profesionales de esta modalidad odontológica. Pero lo que acaparó más opiniones, y todas en el mismo sentido, fue el grave problema que representan «en el presente y en el futuro» las patologías periimplantarias.

La profesión odontológica está experimentando un cambio de filosofía en la forma de valorar la necesidad de los implantes dentales, a tenor de la conclusión unánime extraída del desayuno de trabajo organizado por GACETA DENTAL para hablar de la terapéutica de los implantes en el que participaron representantes de las sociedades científicas del ámbito de la implantología.

Los doctores Juan Carlos Asurmendi, vicepresidente de SEI; José Luis Cebrián, vicepresidente de SECOM; Beatriz Giménez, vocal de SEPES; David Gallego, presidente de SECIB, y Daniel Rodrigo, vocal de SEPA, estuvieron de acuerdo en la gran revolución experimentada en la profesión odontológica con la llegada de los implantes. Una técnica de la que se ha abusado en exceso durante años dejando de lado otros trabajos dentales de más arraigo, como las endodoncias. Por la sencilla razón de que no sólo era más cómodo sino también más rentable para el bolsillo del profesional.

Esta tendencia, sin embargo, ha cambiado y se ha dado paso a una postura más crítica con esa forma monetarista de entender la profesión, al menos entre los odontólogos representantes de las sociedades científicas, según se desprende de las intervenciones de los asistentes al encuentro.

El liderazgo del titanio

La primera en intervenir fue la doctora Beatriz Giménez (SEPES) para confirmar, a pregunta del moderador, que «al titanio, hoy por hoy, no le puede hacer sombra ningún otro material, porque los resultados en cuanto a la predictibilidad de la osteointegración son francamente buenos y los nuevos materiales requieren de estudios longitudinales a largo plazo para testar su viabilidad». Y alerta sobre las investigaciones con distintas mezclas de materiales «porque en la boca, un medio húmedo y conductivo, se puede generar algún tipo de ión que podría afectar al organismo».

El doctor Asurmendi se muestra de acuerdo con estas apreciaciones y cree que «tal y como está hoy la economía, no merece la pena el esfuerzo de invertir en búsqueda de nuevos materiales y sí en mejorar lo que ya conocemos, porque el titanio tiene valores ya contrastados».

También el doctor Cebrián es de la misma opinión «y todo se encamina a mejorar esa relación íntima entre el titanio y el hueso para perfeccionar la osteointegración, que ya alcanza entre un 95 y un 98 por ciento de éxito». Está convencido de que la investigación con nuevos materiales sobre implantes es difícil que obtenga resultados mejores que el titanio, entre otras cosas «porque es más barato» y en cuanto al mundo de la prótesis, «tanto dental como de otro tipo, llega una era en la que se van a desarrollar los plásticos, los polímeros». «Sin duda, entramos en la era de los plásticos –sintetiza el doctor Cebrián–; bien es cierto que más para prótesis que para implantes, porque los polímeros tienen una ventaja tremenda, incluso en la boca, ya que pueden ser modificados y con los metales eso es imposible».

El  doctor Gallego coincide con Cebrián y no ve sentido a las investigaciones encaminadas a encontrar un material para la osteointegración que sustituya al titanio. «Lo lógico –apunta– es seguir estudiando nuevas superficies que acorten aún más los tiempos convencionales de integración», aunque «el gran caballo de batalla es estudiar materiales que prevengan la aparición de las enfermedades periimplantarias, que es el gran problema de la implantología en el presente y lo será en el futuro». Pone de relieve el cambio experimentado en los paradigmas de la implantología, «cuyo enfoque terapéutico tiene unas altísimas exigencias estéticas. Si se producen incorporaciones que den mayor resultado estético, sean compatibles con la osteointegración ya alcanzada y prevengan la periimplantitis, obtendremos las tres hojas del trébol».

Patologías periimplantarias

El doctor Rodrigo limita el término «éxito» para referirse a la osteointegración. «Si entendemos por éxito la ausencia de complicaciones –expone–, la osteointegración no es exitosa a largo plazo, porque precisamente la aparición y desarrollo de patologías periimplantarias es altamente prevalente. Frente a la predecible osteointegración del 95 al 98 por ciento, se está demostrando que es muy poco predecible mantener esa osteointegración en la boca a largo plazo».

Para el doctor Asurmendi mantener la osteointegración no es «poco» predecible pero reconoce que no es «tan» predecible como obtenerla. Y apunta una serie de condiciones en la terapéutica de implantes para evitar contrariedades posteriores: «Hacerla con la curva de aprendizaje, el diagnóstico, la indicación y los pacientes adecuados; de lo contrario se generarán problemas».

Acerca del periodo aproximado de caducidad de los implantes dentales se pronuncia Cebrián, que empezó a ponerlos en el año 96 «y entonces los vendíamos para toda la vida; no sabíamos lo que podría pasar veinte años después, sólo sabíamos que los implantes se integraban todos y que era lo mejor que había. La hidroxiapatita era una maravilla, a los seis meses, cuando hacías la segunda cirugía, eso iba estupendo… a los diez años tenías unas bañeras así de grandes». Beatriz Giménez, por su parte, reconoce que «los buenos resultados de la osteointegración a veces juegan en nuestra contra, porque veinte años después su resultado estético puede ser «mortal» al haber cambiado toda la situación ósea y el implante quedar en una zona visible. Eso puede ser negativo para el resultado a largo plazo». Sobre lo que David Gallego puntualiza que «el éxito en la terapéutica con implantes será que veinte o treinta años después no haya pérdida de hueso periimplantario; la integración del implante por la estabilidad, tejidos blandos… ya no es sólo la osteointegración. Predecible es todo o nada porque en el momento en que ya no es predecible te alejas de la predectibilidad».

«Hay un handicap añadido a cuando empezaron los implantes y es que en esa época se buscaba la funcionalidad, que el paciente pudiera comer y ahora lo que le damos son unas expectativas de funcionalidad, de salud y de estética», interviene el representante de SEPA.

Y Juan Carlos Asurmendi matiza que «la valoración del criterio de éxito a los tres o cuatro años no puede ser la misma que veinte años más tarde, cuando el resto de los dientes tampoco tienen el mismo nivel de inserción». Y en este punto introduce un aspecto que es motivo de preocupación entre los profesionales más veteranos en la terapéutica de implantes, ya apuntado cuando se refirió a las condiciones óptimas para practicarla. Para el representante de la SEI el éxito a largo plazo es imposible «cuando se ponen implantes en pacientes que no están indicados (fumadores empedernidos, alcohólicos…), quienes los ponen tienen como única experiencia un cursillo de un fin de semana o ponen más implantes de los debidos».

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Juan Carlos Asurmendi, Beatriz Giménez y Daniel Rodrigo defendieron la necesidad de hacer créditos de forma continuada para seguir ejerciendo la Odontología.

«Todo eso, la generalización del uso de implantes por personas sin la preparación suficiente y que la mayoría de los dentistas, cuyo número ha crecido exponencialmente, quieran hacer implantología porque es, o hasta ahora era, una parte de la Odontología extraordinariamente rentable, hace que la situación no tienda a mejorar sino a agravarse», según Rodrigo. «Ya veremos qué pasa –continúa– con esos implantes que no están bien colocados, o están colocados sin mucho criterio y realizados con unos materiales y con unos tratamientos de superficie poco resistentes a la aparición de patologías periimplantarias».

Es que, al parecer de la representante de SEPES, «en Odontología somos unos ‘valientes’, sacan cosas nuevas y en seguida nos lanzamos a hacer. Yo no puedo asegurar a un paciente un plazo de duración de un implante, lo que sí sé es que ahora voy a hacer todo lo posible por mantener los dientes, lo que hace cinco años probablemente ni nos lo plantearíamos. Si ese diente me dura otros cinco años antes de que sea preciso un implante, es tiempo que he ganado a la hora de que empiece a contar el periodo de validez del implante».

Rodrigo coincide en la conveniencia de «retrasar todo lo posible la colocación de un implante a un paciente porque en ese tiempo se producen avances que redundarán en beneficio del paciente, por ejemplo el problema de la periimplantitis, que hoy no sabemos cómo se trata, la frenamos pero las secuelas estéticas recomiendan quitarlo».

Cebrián dice sentir «un tremendo respeto por una persona que haga una buena endodoncia de un molar y le dé una vida que de otra forma no iba a tener. Eso se había perdido, echo de menos gente que haga otros trabajos del campo de la Odontología que no sean implantes».

«No podemos garantizar que la terapéutica con implantes dure toda la vida, evidentemente, ni sus propios dientes tampoco, pero en condiciones normales de cuidados y mantenimiento y con un tratamiento adecuado deben durar décadas», afirma el presidente de SECIB, que también está «totalmente de acuerdo en aumentar la conservación de los dientes todo lo posible para que la terapéutica de implantes tienda a ser para toda la vida».

Ética profesional

Eso forma parte de la buena praxis, expone Asurmendi, «la honradez, honestidad y ética adecuadas para no extraer tempranamente un diente y hacer el implante adecuado sólo cuando falle. Ese es el criterio, pero nos hemos visto arrastrados por las compañías, la cantidad de compañeros que en seguida pasaban al implante; creo que es el momento de plantarnos y hacer los tratamientos para el paciente, no para nuestro bolsillo». Y es que en los últimos años se ha producido lo que Cebrián define como «sobreindicación» y que Asurmendi califica de «abusos», aunque Giménez dice que «se está cambiando el concepto». En este cambio de filosofía dentro de la profesión se muestra de acuerdo Rodrigo, pero en función de la curva de experiencia de los profesionales y lo limita «a quienes tienen más perspectiva, porque los más jóvenes, los que salen ahora a miles todos los años de las universidades, no tienen esa misma opinión. La experiencia permite ver lo que ha sucedido, está sucediendo y podrá suceder a los pacientes».

El doctor Gallego apuesta «no sólo por la curva de aprendizaje adecuada en los jóvenes sino también en la del tipo montaña rusa para quienes llevan poniendo implantes desde la primera era, porque los paradigmas han cambiado y la exigencia estética, la guía restauradora y la terapéutica hacen que si no se tiene un reciclaje contundente tampoco estén preparados». «Como ocurre en Estados Unidos –apunta Asurmendi–, donde no se puede ejercer si no se hace un número de créditos suficientes cada cinco años». «Y en Italia», dice Rodrigo. «Y en Reino Unido», añade Giménez.

Comoquiera que el doctor Gallego establece la diferencia de los pacientes edéntulos parciales o totales ante el implante, Asurmendi entra de lleno en «el problema que representan las franquicias, donde se somete a los pacientes a la colocación de multitud de implantes, una ‘siembra’ de implantes que después no se pueden cargar porque están en ejes inadecuados, etcétera. Todos conocemos la historia de ese compañero que trabaja en una franquicia al que la auxiliar le dice que tiene que poner nueve implantes. «Pero si sólo me caben siete», dice el doctor, y le responden: «Pues usted verá, doctor, porque la señora ya ha pagado nueve»».

«Es algo así como la famosa frase sobre la clínica Mayo –cuenta Cebrián–: ‘Hay gente que lleva treinta años haciendo las cosas mal y a eso le llaman experiencia’. Es que lo que nos han vendido como una gran evolución, que el paciente ya no era paciente sino cliente, ha supuesto un gran atraso. Porque los profesionales de la sanidad sabemos perfectamente lo que es un paciente, pero eso de ‘cliente’ permite que se cuele el comercial, el otro y el otro. En muchas clínicas de ese tipo el paciente tiene la primera entrevista con un comercial, que es el que hace las radiografías, las revisa y hasta el diagnóstico». «Y el que dice: ¡Huy qué bien le va a quedar una fundita aquí… Que suena a peluquería. Porque en España hemos llegado al extremo de vender tratamientos en vez de tratar pacientes», comenta en tono jocoso Asurmendi.

Plétora y franquicias

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Los doctores Gallego (izquierda) y Cebrián, con José Luis del Moral en medio, siguen la intervención de otro asistente al desayuno sobre terapéutica de los implantes.

Estos y otros males de la Odontología vienen de la mano de la plétora profesional. Al no haber trabajo para todos se aceptan cualesquiera puesto y condiciones, incluidos los que ya gozan de años de experiencia, como comenta Juan Carlos Asurmendi: «Un amigo me decía que una franquicia le había ofrecido poner implantes por 150 euros y me pedía opinión. Le dije: Si lo coges, tendrás que comerte el diagnóstico que te den; pero si no lo coges al minuto siguiente va a a haber otro que sí lo hará. Ya sabéis cómo funciona esto. ¿Y en qué se queda entonces lo que hablábamos al principio del diagnóstico adecuado, la necesidad del paciente, la conveniencia o no de mantener un diente o de colocar un implante?».

«Por no hablar de las estrategias de marketing, de ‘coaching’ y de gestión–dice el doctor Rodrigo–. Que está bien que nos enseñen a ser empresarios, a organizarnos un poquito, pero dentro de unos límites. Yo me entrevisté con una empresa de estas que me garantizaba un 30 por ciento más de facturación. Para empezar, a todos los pacientes que entrasen en la consulta había que hacerles un raspado y alisado radicular, y una ortopantomografía, estuviesen indicados o no. A mí eso me parece un delito, porque una cosa es realizar una estrategia de comunicación y de marketing y otra muy distinta establecer atajos y vías sospechosas para sobretratar a los pacientes. Antes existía la derivación de pacientes a colegas más experimentados en el trabajo que necesitase, pero ahora se incorpora al especialista a la consulta. Te viene un paciente para rehabilitar ocho implantes arriba y se nos ponen los ojos en blanco; ese paciente no lo sueltas tenga hueso, no tenga hueso, sepas o no colocar implantes. Es el problema de que tengamos menos pacientes y seamos más dentistas».

«Porque la saturación crea precariedad laboral –añade el doctor Gallego– y la proliferación de cursos de formación postgraduada». «Y no toda esa formación es buena, ni todos los formadores son buenos. Hace poco el decano de una facultad de Odontología me pidió que aceptara en mi clínica a un chico que había hecho un postgrado en implantes y estuvo ayudando durante tres días, pues al transfer de toma de impresión le llamaba pincho; ¡un tío que ha hecho algo de implantes y me sale con el pincho!», interviene Asurmendi.

Y estas deficiencias formativas en los cursos de postgrado o másteres se deben en buena parte a la crisis económica, «que contribuye a potenciar todavía más la formación continuada como una salida a su actividad profesional», entiende el doctor Gallego, mientras que el doctor Rodrigo insiste en «la importancia de concienciar a la persona que realiza esos cursos, tanto por parte de los profesionales como de las sociedades científicas». Y Cebrián dice conocer cursos de experto y de másteres «en los que el peso docente lo llevan realmente recién licenciados que tendrían que estar formándose más que dedicarse ellos a formar gente».

Esto ocurre también en las universidades privadas, aduce la doctora Giménez, «porque los grupos de inversión que las controlan necesitan tener números verdes para que sea un producto atractivo en el mercado y rebajan costes a base de reducir los salarios que pagan al profesorado; eliminan profesores buenos para poner otros que se venden muy barato, quiero decir que escogen gente que está necesitada porque no hay trabajo y no tienen calidad ni experiencia para enseñar a quienes luego van a ser dentistas». «No, no, que se venden muy barato es el término», insiste Asurmendi.

La implantología como especialidad

Todos se muestran de acuerdo en que esta situación le está haciendo mucho daño a la terapéutica con implantes y quien sufre las consecuencias es el paciente. La doctora Giménez no vería mal un control similar al que se da en Suiza «mediante una ley que permite cobrar dependiendo de la formación y la experiencia. A un graduado sólo se le permite hacer un tipo de tratamientos y cobrar una cantidad determinada, y pueden cobrar más y hacer otro tipo de tratamientos quienes tengan más créditos de máster o una experiencia de años. La gente sabe perfectamente en manos de quién se pone».

El doctor Gallego introduce un símil para defender las especialidades dentro de la Otondología. «Imaginaos que todos tenemos patologías y que de buenas a primeras, a partir de hoy mismo, todos los médicos son doctores y no sabemos cuál es el oftalmólogo, cuál el dermatólogo o el endocrino… y tienes un problema de ojos, ¿a quién vas? La sociedad también necesita que ciertas partes de la Odontología tengan una especialización; probablemente no excluyente, pero sí que sirva para orientar».

Esto nos lleva a la titulación «oficiosa» o «no oficial» –en este punto no hay acuerdo– propuesta por el Consejo de Dentistas a modo de un MIR odontológico. «Pero eso choca con una realidad, que la Odontología se ejerce en el ámbito privado y los MIR cobraban del erario por el trabajo que realizaban en hospitales públicos», expone Cebrián. Y todavía más: «¿Cómo sé que un chico va a salir formado correctamente si está acreditado por una franquicia? Eso es muy difícil de valorar», expone Beatriz Giménez. Para el presidente de SECIB, «el título propio del Consejo es una huida hacia adelante que cada vez tiene menos sentido si no va de la mano de la Universidad y de las sociedades científicas».

La propuesta del Consejo, que no cuenta con el apoyo de SECIB ni de SEPES –por decisión de su junta directiva en el primer caso y por votación en asamblea general en el segundo–, sí lo tiene de SEI, porque según su representante, «pese a que adolece de muchos problemas, de que no se hace en un hospital ni en una universidad, lo cierto es que si no lo secundamos seguiremos esperando. No podemos permitir que compañeros nuestros tengan que pagar veintitantos mil euros por un curso de Ortodoncia o 1.600 euros mensuales por cursos de postgrado. Las universidades públicas generan pocas plazas de formación y se genera un cuello de botella». «Pero, le guste o no le guste al Consejo, lógicamente cada sociedad es dueña de sus actos», concluye Asurmendi.

Numerus clausus

David Gallego propone «que el Consejo controle los numerus clausus para evitar la avalancha de nuevos odontólogos salidos de las universidades». A lo que Daniel Rodrigo no le ve solución: «Eso no va a suceder nunca».

José Luis Cebrián compara la situación actual de la Odontología con la vivida hace años en Medicina. «En el año 93 nos presentamos 17.000 personas al MIR para tres mil y pico plazas y entonces empezó a reducirse el número de estudiantes porque para ejercer no sólo había que terminar la carrera sino también acceder a una especialización, pasar por un examen. Tiene que llegar un momento en que eso se repita en Odontología y cuando las cosas se pongan más difíciles realmente solo estudien quienes tienen esa vocación, porque les gusta, porque estén dispuestos a pasar ese calvario, pero no por pasta, como ahora». Según apunta Asurmendi, ese retroceso ya se está produciendo, «en universidades como la de Barcelona, que ya no está llenando porque el alumno sabe que al acabar los estudios va a estar a dos velas». También en la de Sevilla, donde imparte docencia David Gallego, «se ha producido un descenso en el número de estudiantes de tercer curso porque en primero y segundo ha habido una considerable cantidad de alumnos que han convalidado lo que han podido y se han pasado de Odontología a Medicina».

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El doctor Rodrigo, en su intervención, aclaró que la osteointegración no es exitosa a largo plazo por la prevalente aparición de patologías periimplantarias.

Estudios sesgados

Un nuevo problema se asoma a la conversación, traído a colación por el representante de la SECOM, relacionado con la fiabilidad de los estudios longitudinales realizados. «Igual no es políticamente correcto decirlo –argumenta Cebrián–, pero muchos de los estudios que consultamos en la literatura están patrocinados por casas comerciales y no eres capaz de saber hasta qué punto pueden ser sesgados». Asurmendi cuenta que «un determinado porcentaje de éxito puedes aumentarlo si recortas el número de casos», según le explicó un catedrático de Estadística, y Rodrigo saca a la luz un estudio realizado hace no más de cinco años sobre los estudios existentes a largo plazo «para valorar la pérdida ósea radiográfica a más de cinco años de seguimiento, sin que tuvieran relación con las casas comerciales. Sólo encontraron cuatro o cinco que eran totalmente independientes y que habían valorado una cosa tan sencilla y tan compleja a la vez como la pérdida de hueso marginal alrededor de un implante».

Es cierto, según Gallego, que «en implantología la mayoría de los estudios de investigación que hemos estado recopilando y de los que nos hemos estado ‘beneficiando’ han sido desarrollados por autores de prestigio, pero muy ligados a casas comerciales, que han patrocinado y ‘dirigido’ el estudio. Pero también es verdad que hay equipos docentes universitarios controlados por profesionales de la investigación que están desarrollando estudios con el apoyo logístico de alguna casa comercial. La gestión y el intercambio del conocimiento liderado por la Universidad y las sociedades científicas, aunque tengan el necesario apoyo de la industria, puede limitar el sesgo que a las marcas les interese introducir. Es decir que la investigación es necesaria, pero es importante que le demos peso a la investigación ponderada».

«¿Y sabemos si la Universidad no tiene sesgo? –pregunta Asurmendi–. Porque ya no es la Universidad como la entendíamos antes, hay universidades que se mueven por criterios exclusivamente económicos y no tienen el mismo nivel de confianza de antes». Y Cebrián replica: «Esas universidades a las que te refieres no se van a lanzar a hacer investigación porque no es su negocio». Giménez ve como solución que «se pacte de antemano la libre utilización de los resultados, independientemente de cuáles puedan ser éstos».

Exceso de implantes

Al plantearse cuál es el puesto que ocupa España por el número de implantes en función de su población, se recupera la cuestión sobre el abuso de este tratamiento. El doctor Rodrigo cree que España «es el segundo o tercer país del mundo que más implantes coloca por habitante, lo que nos hace pensar que se ha abusado, se abusa y, a corto plazo, se seguirá abusando».

«En Europa estamos a la cabeza. Las casas comerciales no terminan de creerse los implantes que ponemos en España», añade la doctora Giménez, quien ilustra esa apreciación con una curiosa anécdota: «En una reunión de una casa comercial en Berlín, a la que fui para dar una charla, había también una entrega de premios a los mejores en ventas y todos se los llevaban los españoles, que eran los grandes cracks en esa reunión internacional. No sé si hay incidencias sobre nuesto edentulismo y los implantes o si más bien somos unos bestias a la hora de ponerlos». «Ese hecho de que seamos los que más implantes vendemos y, a la vez, no seamos los más ricos de Europa sólo tiene una explicación: somos los que vendemos los implantes más baratos y los que más número colocamos al menor precio», razona Asurmendi. «Y eso de colocar un implante más barato de una marca que no tiene ningún control científico que lo respalde es algo que no tiene sentido», puntualiza Cebrián, «es un mensaje que tenemos que trasladar: hay que utilizar implantes de calidad que cuenten con estudios científicos detrás». «Estoy de acuerdo, se trata de apoyar a esas casas comerciales que realmente sí están invirtiendo parte del dinero que tú les estás dando en tener un soporte científico que permita a la ciencia avanzar, lo contrario es negativo; es un ejercicio de responabilidad», reivindica Daniel Rodrigo. Él mismo, por otra parte, cuestiona la «excelencia estética» en la terapéutica de implantes, aspecto en el que «nos hemos pasado. Muchas veces hacemos unos esfuerzos exagerados, unas planificaciones exageradas para conseguir unos dientes exageradamente bonitos, cuando el paciente lo que busca es salud, función y una estética adecuada».

Fase de mantenimiento

Y termina introduciendo el mantenimiento «como aspecto crucial en la terapia con implantes. Los pacientes con implantes están ‘condenados’ a tener revisiones periódicas de mantenimiento, porque una patología periimplantaria con un milímetro de pérdida de hueso es algo que puede ser razonablemente sencillo de revertir, pero si el paciente viene tres años después el problema es muy serio».

El mantenimiento es una de las cuatro fases que la SEI tiene diagnosticadas en los implantes: «El diagnóstico, la cirugía, la prótesis y el mantenimiento», dice Asurmendi.

David Gallego cree que la fase de mantenimiento «está claramente identificada en el plan de tratamiento, que para mí es la clave de la terapia con implantes. Un plan que implica el diagnóstico y la planificación como fase más importante. A partir de ahí se establecen muchas diferencias, porque entre un plan de tratamiento para sustituir un incisivo central, que sea simplemente quitar el diente, meterle un tornillo de titanio de la más baja calidad y después ponerle la prótesis definitiva, frente a otro plan de tratamiento que consista en haber diagnosticado de forma adecuada, incluso con escáner 3D, si hace falta, quitar el diente, poner un biomaterial y un conectivo para darle volumen, hacer una prótesis provisional fija para manejar el perfil de emergencia y la prótesis final, la diferencia es abismal, y puede suponer para el paciente un coste del doble que el anterior».

Y se cierra el desayuno de trabajo insistiendo en la gran preocupación que es y va a seguir siendo en los próximos años la periimplantitis, y la conveniencia de que en los cursos de implantes se hagan ver las complicaciones que esta terapia implica «y no limitarse a decir que esto es una maravilla», concluye el doctor Cebrián.

Las patologías periimplantarias absorberán buena parte de los esfuerzos de profesionales, industria e investigadores por atajar sus consecuencias en la salud, que no sólo en lo estético. Esperemos que den el fruto deseado las pruebas que se realizan en el Centro de Cirugía de Mínima Invasión Jesús Usón de Cáceres con un biocida inorgánico a base de polvo de vidrio con nanopartículas de plata (ver páginas 80 y 81 de GACETA DENTAL nº248, de junio de 2013) descubierto por el doctor del CSIC Serafín Moya (ver entrevista en las páginas de la sección I+D+i de esta revista). Sería un aliado perfecto para acabar con los problemas relacionados con los implantes que sufren entre el 60 y el 70 por ciento de pacientes.

LOS INVITADOS, UNO A UNO

Juan Carlos Asurmendi. Vicepresidente de la Sociedad Española de Implantes (SEI).

Beatriz Giménez González. Vocal de la Sociedad Española de Prótesis Estomatológica y Estética (SEPES).

José Luis Cebrián. Vicepresidente de la Sociedad Española de Cirugía Bucal y Maxilofacial (SECOM).

Daniel Rodrigo. Vocal de SEPA (Sociedad Española de Periodoncia y Osteointegración).

David Gallego. Presidente de la Sociedad Española de Cirugía Bucal (SECIB).

Del Moral/Bonache/Rojas

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