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Pacientes e implantólogos: ¿veinte años no es nada?

En una ocasion Billy Wilder comentó que él no tenía amigos dentro de la industria del cine. “ Es más —afirmó— me lo paso mejor con mi dentista”.

Ironías aparte del memorable director de cine, ¿sería eso lo que todos desearíamos que ocurriera con nuestros pacientes?
“Amistad” me parece un término casi sagrado que, tal vez, podamos llegar a establecer con algunos de los que atendemos —y más después de años de ejercicio—; pero, insisto, con “algunos”.

Sin embargo, la cordialidad, la confianza mutua, ese “pasarlo bien”que puede implicar cierta complicidad, tal vez pudiera representar una aspiracion para todos, ellos y nosotros, claro.

El hecho de que la Implantología sea hoy en día el pivote alrededor del cual parece girar toda la Odontología —y, seamos sinceros, casi machaconamente— tiene un claro reflejo en nuestras consultas. Podríamos asegurar que los tratamientos más demandados son los implantes, pero eso no es del todo exacto; lo que nuestros pacientes piden son soluciones estéticas y rehabilitadoras que les permitan sonreír, comer, relacionarse…, en definitiva, sentirse bien. En ocasiones mejorar un poco, en otras hasta recuperar una vida.

Dicho así, me parece una empresa seria. Y dicho así, es exactamente lo mismo que llevan pidiéndonos desde el principio, desde los tiempos de Feliciano Salagaray y los yuxtaóseos, pasando por los primeros tiempos de Bränemark, cuando su “hallazgo” devolvía calidad de vida a pacientes mayores y los implantes se disponían fundamentalmente para restablecer la función, hasta el momento actual, con las altas cotas de estética que ahora se están consiguiendo.

Pero, ¿será verdad que veinte años no es nada, como dice la cancion? No, veinte años es mucho, si pensamos en la cantidad de matices que rodean hoy en día a ese primigenio deseo de nuestros pacientes cuando acuden a nosotros para que los tratemos, y que sigue siendo el de hace dos décadas, pero, eso sí, con exigencias redobladas. Exigencias que las técnicas actuales nos permiten afrontar con mayores posibilidades de éxito (qué duda cabe), exigencias derivadas de un mayor acceso a la información en la red —ahora que también Internet cumple 20 años— y a la que nuestros pacientes, antes o después, en mayor o menor medida, van a acudir. También exigencias de Responsabilidad Civil, no podemos obviarlo.

Pero es que, además, nuestras consultas hoy en día, son más que eso, son también empresas, y nuestros pacientes son también clientes —o consumidores, como rezan algunos documentos oficiales—- y entonces se entremezclan otra serie de intereses…

Prótesis cada vez más perfectas, basadas en cirugía guiada por ordenador, mínimamente invasiva, cirugías regenerativas, elevaciones de seno, con carga o estética inmediata… Unos trabajos de laboratorio —bueno sería aquí reconocer el espléndido trabajo de nuestros técnicos— muchas veces verdaderamente hermosos…

No seré yo quien no alabe la cosecución de la excelencia, debería ser nuestra prioridad; pero, llegados a este punto, permítanme una reflexión: Nada de todo esto debería estar reñido con la relación con nuestros pacientes. Y nos convendría recordar, tanto los que llevamos más de 20 años como los que están comenzando en la profesión, que nada puede suplir la comunicación con aquellos a quienes —queramos o no admitir ese término— vamos a tratar “médicamente”. Porque, para lo que a mí me formaron, e imagino estamos formando a las nuevas generaciones, es para ocuparse de la salud. Y eso es mucho más que saber de las últimas tecnologías.

En el año 2007, la catedrática de Políticas Sanitarias de la John Hopkins de Baltimore, Bárbara Starfield, con más de 20 años siendo una de las voces más autorizadas en calidad asistencial, reconocía la importancia de la especialización y de la tecnología, pero jamás en detrimento de la evaluación total y personal del paciente. “Hay que verlo como un todo —decía— no como alguien con problemas de salud aislados”.

Se acaba de publicar un breve libro titulado El médico del futuro y Helios Pardel, el coordinador de la obra, denuncia que “hemos caído en una cierta fascinación tecnológica” y que deberíamos intentar una labor asistencial similar a la de hace años. De mayor cercanía y comunicación con el paciente”. Recientemente, la prestigiosa clínica Mayo de Rochester ha hecho un estudio donde demuestra la necesidad de inculcar en los profesionales sanitarios métodos diagnósticos basados en la observación y comunicación con los enfermos. Y transcribo unas líneas de la entrevista a uno de los mejores oncólogos del mundo, el doctor Josep Baselga, publicada hace muy poco en un periódico nacional: ”Después de la eclosión de la tecnología, que creímos iba a solucionar los problemas de la Medicina, nunca el juicio clínico había sido tan importante como ahora para la toma de decisiones: hay tanta tecnología, tanta información, puedes cometer tales barbaridades, que las decisiones son mucho más fundamentales”.

Y, por si hubiera alguna duda, saludo con entusiasmo las opiniones de expertos en comunicación por internet.

Jay Parkinson con una web integrada en Hellohealth, promotor de proyectos como “Patients like me”, asegura que es fundamental ver al paciente, realizarle una completa exploración —él nunca haría diagnósticos “on line”—, pero que puede ser muy útil el seguimiento de los casos por mensajería instantánea, correo electrónico o llamadas al móvil. Eso humanizará aún más la asistencia.

Cabe pensar, después de todo esto, en una vuelta a los orígenes. Tengo para mí que la práctica de la implantología está, dentro de la Odontología, más cerca que otras disciplinas, de la práctica médica. Pero eso es, a lo mejor, una percepción equivocada. De lo que sí estoy segura es que el éxito de los tratamientos implantarios depende, y mucho, del tiempo que se dedique a los pacientes, de la capacidad que se tenga para entender sus necesidades reales, de la capacidad de responder exactamente a sus expectativas, y si es necesario enfrentarle “con lo que no puede ser”. Porque en ocasiones hay cosas que “no pueden ser”, aunque podamos acercarnos mucho. A veces nos decidimos por el que creemos mejor tratamiento, pero puede no funcionar —porque hemos sido muy o poco agresivos, depende— y, si no se lo hemos explicado suficientemente, el paciente no sólo lo va a sufrir, sino que no lo va a comprender.

Está comprobado que en las primeras visitas los pacientes no comprenden gran parte de la informacion que se les proporciona. A este hecho tenemos que sumarle que, actualmente, se acude antes a Internet que a amigos o familiares para solucionar sus dudas. Y no toda la información disponible en Internet es fiable… Por eso, nosotros mismos deberíamos tener acceso en nuestra consultas a toda esa información para así ayudarles a discernir.

Qué duda cabe que, como nos dice la SEMFYC, ”un paciente bien informado es capaz de decidir mejor”.
¿Acaso sería un desastre para la Implantología que admitiéramos ese término ya acuñado en Estados Unidos de “vulnerabilidad del implante”, o reconocer que no somos infalibles? Yo creo que, al contrario, esta postura nos haría mejores. Personalmente, como todos, he cometido algunos errores, y lo lamento por mis pacientes; pero estos “fracasos” me han servido de aprendizaje.

En algunas facultades de Medicina, y también de Odontología, se aconseja a los estudiantes la introspección y el análisis de la personalidad, así como el estudio de las Humanidades. Eso no puede sino mejorar su capacidad de asistencia. Porque algunas de las armas de márketing que a veces nos aconsejan no son sino la aplicación del sentido común y de la empatía.

Bienvenida sea, pues, toda la evolución tecnológica posible, encaminada a mejorar nuestros tratamientos; pero cabría decir aquello de: “El paciente del siglo XXI será “paciente” o no será”. Y estoy segura de que se me entiende perfectamente.

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