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«Aún sigo teniendo una mentalidad de estudiante»

Dr. Vicente Jiménez, Premio Santa Apolonia

De sonrisa perenne y derrochando vitalidad y energía por donde pasa. Así es el Dr. Vicente Jiménez, patriarca de una conocida saga de dentistas, que ha recibido el Premio Santa Apolonia del Consejo General de Dentistas de España. En su casa, la Clínica CIRO, en la calle madrileña de Príncipe de Vergara, nos recibe para contarnos los detalles de una trayectoria marcada por el amor a la profesión, por el continuo interés en formarse y por un profundo sentimiento de compañerismo.

—De entre todas las opciones profesionales posibles Dr. Jiménez, ¿por qué eligió la Estomatología?
—Me gustaba la Medicina y tenía claras varias cosas: quería ser jefe de mí mismo y elegir un camino que me permitiera mejorar e irme un tiempo fuera a formarme. Las dos especialidades que cumplían estas premisas eran Radiología y Odontología. La primera suponía muchísima complicación de material y gastar mucho dinero en aparatología que, en ese momento, no tenía. Así que me decanté por la Odontología. Y puedo decir que nunca me he arrepentido de elegir este camino. Mi profesión es maravillosa.

—¿Quiénes fueron más determinantes en sus primeros pasos profesionales?
—El doctor Alberto Díaz fue el primero que me orientó en la profesión y me enseñó dos cosas muy importantes: cómo batir el alginato y cómo sacar muelas mientras estudiaba los últimos cursos de Medicina. Siempre he tenido la suerte de compartir mi vida personal y profesional con mi esposa Pepa que verdaderamente ha sido mi pilar más importante. Pero en realidad toda mi familia me ha ayudado mucho a lo largo de mi vida.

Todos tenemos en nuestra vida alguien que nos la cambia. En mi caso han sido dos personas principalmente. Una de ellas, mi amigo Paco Gasca, que falleció a finales del año pasado. Yo empecé de médico en Uclés (Cuenca), y lo bueno de la Estomatología es que podías compaginarla con el aprendizaje y el trabajo en clínicas, pero no era fácil. Me fui con mi mujer de vacaciones a Ibiza y en el hotel hicimos amistad con un matrimonio.

Charlando, le comenté a él que estaba estudiando Odontología, y causalidades de la vida me dijo que él era profesor de la escuela. Le dije que estaba intentando ir por clínicas dentales, pero que no conseguía que nadie me dejara aprender. Y me invitó a ir con él a su clínica. Dejé el pueblo y nos fuimos a Madrid. Estuve seis meses aprendiendo en la clínica de Paco hasta que ya me dijo: ‘no te puedo enseñar más’. Me recomendó ir a ver a José Luis López Álvarez. Un amigo mío que le conocía me lo presentó y a partir de ahí rodó todo.
José Luis López Álvarez fue, sin duda, otra de las figuras clave en mi carrera. Un excelente profesional de la Prótesis, que me introdujo una filosofía desde el primer momento muy acertada, y que ya seguí durante toda mi vida. José Luis, además de ser una excelente persona y profesional, es un fantástico maestro, que es una de las cosas más difíciles que hay en la vida.

—¿Cuándo se decidió a montar su propia clínica?
—Surgió la oportunidad y le compré la clínica a Pedro Badanelli, un gran profesional de la Endodoncia. Mi padre me dejó el dinero, y a los dos años se lo devolví, para que te hagas una idea del dinero que se ganaba entonces, nada que ver con lo que se gana hoy. En esta etapa, tuve mucha relación directa con Arturo Martínez Bernal, Manolo Fernández, Paco Martos, Rafael Miñana, Andrés Pérez Fernández… un grupo que era la élite de la profesión, una estrecha relación que te permitía estar muy al día en todas las disciplinas: Periodoncia, Endodoncia, Prótesis, Conservadora, etc. Creamos un equipo de trabajo fantástico, con una visión multidisciplinar.

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Trabajador incansable, el Dr. Vicente Jiménez sigue viendo pacientes en su clínica, dando cursos y está a punto de terminar un libro que asegura «va a ser un pelotazo».

A principios de los 80, José Luis López Álvarez también me dijo: ‘como ya no te puedo enseñar más, te recomiendo que si te quieres dedicar a la disfunción y la oclusión te vayas a Estados Unidos’. Gracias a él y a Jaime Gil, que estaba estudiando en la Universidad del Sur de California, pude hacer unos cursos de oclusión muy buenos: con el profesor Stuart, el profesor Curnutte y el profesor Solberg, gente de un nivel extraordinario. Había dos universidades americanas punteras en temas de oclusión y tuve la posibilidad de engranar esta con el aspecto fisiológico de la articulación. Conocí a mucha gente interesante. Ir a Estados Unidos te aporta muchas ventajas, una de ellas es que te relacionas con los que mañana van a ser los números uno en sus diferentes países. Los que van a traer técnicas nuevas y de los cuales vas a poder aprender cada día.

Stuart en oclusión era Dios, y me dije: ‘a este tío me lo tengo que ganar como sea’. Después de un curso, le esperé dos o tres horas en el hall del hotel en el que se alojaba, y le invité a visitar España para dar un curso. Esa noche cené en su casa con nuestras respectivas mujeres. Al día siguiente, como deferencia, le envié un ramo de flores a su señora. De ahí surgió una invitación a su rancho para aprender oclusión. Y dicho y hecho: al poco tiempo, me fui a su casa a aprender. Me levantaba, me ponía un vídeo, apuntaba las dudas y las solucionábamos juntos. Clases particulares, one to one, de Stuart, el Dios de la oclusión. La verdad es que he tenido mucha suerte en la vida.

Esta etapa fue crucial. Del equipo que estudiaba con Stuart estaban Hansson, Sandro Palla… profesionales que me llamaron cuando volvieron a Europa. Y me dijeron: ‘vamos a fundar la Academia Europea de Disfunción Craneomandibular y nos gustaría que fueras socio fundador como representante de España’. Esto para mí fue un trampolín muy importante. A los cuatro o cinco años de su creación fui presidente de la Academia, con todo lo que lleva del trato con gente, de interrelacionarte con muchos profesionales, iniciamos la Academia Iberoamericana, etc.

Trabajar de esta forma en sociedades científicas –también presidió SEPES o la Comisión Científica del COEM, entre otros cargos– es relevante tanto por lo que puedes dar como por lo que puedes recibir. Te enseña a tener una visión de conjunto, algo clave en esta profesión. Además, al frente de organizaciones, a mí siempre me ha movido un gran objetivo: elevar el nivel de la profesión de tu país. Ofrecer la mejor formación, de la mano de los mejores profesionales. Y puedo decir con orgullo que en España tenemos un nivel brutal.

—¿Y cuándo entró la Implantología en su vida profesional?
—Un día llegó Ramón Martínez Correa y me dijo: ‘oye Vicente, vamos a hacer un curso de implantes en Suecia, que un tal profesor Brånemark va a dar a conocer unos implantes nuevos’. De primeras le dije que no lo veía, en Estados Unidos me habían dicho que los implantes solo los utilizara en el último de los casos, que no funcionaban… Ramón insistió y como uno de los problemas que tengo es que no sé decir que no, me vi un día a las 6 de la mañana esperando a Ramón para recogerme para ir al aeropuerto. En Gotenburg tocamos esas prótesis en boca sobre los implantes y dijimos: ‘¡esto es una maravilla!’. Llevaban más de diez años estudiando e investigando sobre ello sin decir nada a nadie, y claro te encontrabas gente con implantes que comían fenomenal, con las encías fantásticas… esto nos ayudó mucho. En octubre ha hecho 35 años del primer implante que colocamos.
Volvimos a España y había que comprarse una máquina muy cara. Así que hicimos un grupo para compartir su uso y, claro está, la inversión. Éramos José Luis López Álvarez, Manolo Barrachina, Javier Tomé, Ramón Martínez, Fernando Torrella y yo. La idea era que fuéramos diez, porque tú intentabas poner un implante a mediados de los ochenta y nadie quería. La fama de los implantes en aquella época era horrible. Pero nosotros seguimos hasta que los implantes explotaron. Fíjate cómo ha cambiado todo, íbamos entonces a un piso de la calle Hortaleza a recoger los implantes que pedíamos de Suecia a través de una empresa mercante. A lo mejor tardábamos un mes en recibir el pedido y ahora vas a un congreso y te encuentras con un montón de opciones.

—¿Qué ha supuesto para usted que sus hijos se hayan decantado por la Odontología?
—Yo quería que de los cuatro fueran dentistas dos, pero hice pleno. El primero te hace ilusión y dices: ‘qué bien, tengo alguien que sigue mi profesión’. La segunda, Silvia, algo menos. Ella quería ser periodista, pero tras decirle que tendría que ser la mejor e irse a Alemania a formarse, cambió de opinión.

Lo que tenía muy claro es que no quería que mis hijos repitieran especialidades. Les he obligado, a pesar de que es arriesgado y duro para un padre, a decantarse por una disciplina (Jaime –Implantes–, Silvia –Ortodoncia–, David –Estética Dental– y María José –Periodoncia–). Si duplicas especialidades estás creando un foco de conflictos. Mis hijos no han empezado a trabajar en la clínica a la primera de cambio. A todos les he dicho: ‘el día que tú y yo hablemos de tú a tú de la profesión te vienes a trabajar conmigo’. Además, quería que antes de que empezaran a trabajar, se fueran a Estados Unidos, no solo por la formación sino porque es una experiencia que te cambia el chip. Aquí son tus hijos y allí te dicen muy claro desde el primer momento: ‘ustedes son unos privilegiados, y si no son de los mejores profesionales de su país cuando vuelvan se tienen que considerar unos fracasados. Aquí vamos a intentar lo primero’. La experiencia es dura, pero muy fructífera. Mentalmente, te cambian.

—Como maestro de sus hijos de vida y profesión, ¿qué le han enseñado ellos a usted?
—Mis hijos me han enseñado una cosa muy difícil: que me tenía que ir de esta clínica. Yo creo mucho en los números de toda la vida y el día 12 de diciembre de 2012, a las 12 del mediodía, les avisé para comer todos juntos y anunciarles que me quería ir de la clínica. ‘Os estoy cortando las alas, y quiero que voléis. Y si yo estoy allí no vas a volar’, les dije.
David se había ido a Sao Paulo a formarse con Sidney Kina. Al volver me dijo, oye papá mira esto, es una cosa nueva… y le contesté: ‘para qué nos vamos a complicar la vida si lo que hacemos nos funciona perfectamente bien’. Hasta que un día me dice ven al gabinete y me enseña una rehabilitación que había hecho siguiendo las técnicas de Kina de carillas, de facetas… Me quedé asombrado de los resultados, la estética era brutal. Entonces vi claro que era el momento de irme. Pero les pedí que me dejaran seguir trabajando dos días a la semana dos horas, que creo que es la ilusión de todo dentista –sonríe–. Llegamos al acuerdo y desde entonces veo temas de disfunción, oclusión… Estoy encantando y además en la clínica sigo aprendiendo mucho.

Trabajar con los hijos es muy bonito, vas viendo cómo van creciendo, cómo se forman… Los cuatro son unos grandes profesionales y muy trabajadores.

—Pero no todo van a ser dientes, Dr. Jiménez. ¿Cómo disfruta de su tiempo de ocio?
—Me encanta la lectura, la náutica, viajar, pasear, hacer ejercicio… Para seguir dando cursos a mi edad tienes que estar en forma.

Además, estoy escribiendo un libro fantástico sobre oclusión, que me ha ayudado mucho a sobrellevar el confinamiento. Será digital, con diapositivas, vídeos y con un formato preguntas-respuestas. Creo que va a ser de gran utilidad y que va a ayudar a muchos profesionales en su práctica clínica.

—Con toda una vida dedicada a la Odontología a sus espaldas, ¿qué consejos les da a los futuros dentistas?
—Que se formen. Nunca tienen que estar arrepentidos de gastarse un euro en formación. Esto es lo que te va a diferenciar del resto de tus compañeros. Si tienes una buena formación, es muy difícil que no encuentres trabajo. Todo el que tiene una clínica quiere tener el mejor equipo posible. Nuestra profesión evoluciona a un ritmo frenético. Aquí te agarras un resfriado y te has quedado atrás. No puedes perderte, porque luego te costará mucho más ponerte al día.

Esta profesión nuestra es dificilísima, además de una permanente formación, tienes que combinar otras muchas capacidades como ser un buen relaciones públicas, tener mano izquierda, tener buen carácter, ser cariñoso, ganarte a los pacientes, etc.

Yo estoy muy contento con la vida que he tenido porque he podido hacer lo que me ha gustado. No me he cansado nunca de trabajar en mi profesión, de avanzar… Hoy en día sigo teniendo una mentalidad de estudiante. Y esto es una gran suerte.


Trayectoria ejemplar

El currículum del Dr. Vicente Jiménez, fundador y director médico de Clínica CIRO, está repleto de títulos, cargos y reconocimientos, una muestra fiel de su brillante carrera en la que el deseo por mejorar y seguir formándose han sido una constante. Estos son solo algunos de los hitos conseguidos en su trayectoria: Licenciado y Doctor en Medicina y Cirugía y médico estomatólogo por la Universidad Complutense de Madrid. Presidente de la Sociedad Española de Prótesis Estomatológica-SEPES (1984-1986); de la European Academy of Craneomandibulars Disorders (1990); de la Academia Iberolatinoamericana de Disfunción Craneomandibular y Dolor Facial (1995-96); de la Sociedad Española de ATM (1996- 98) y de la Comisión Científica del Colegio de Odontólogos y Estomatólogos de la 1ª Región (1999- 2005), organización de la que recibió tanto la Medalla al Mérito Científico como Colegial. Autor de cinco libros sobre temas de prótesis, oclusión e implantes, además de firmante habitual de artículos en revistas especializadas nacionales e internacionales. Dictante de cursos, conferencias y mesas redondas en España, Alemania, Argentina, Brasil, Chile, Francia, Holanda, Italia, Méjico, Paraguay, Perú, Polonia, Portugal, Rusia, Suiza, Turquía, Estados Unidos y Venezuela.

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