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¡Hasta siempre, amigos de Gaceta Dental!

Carta de despedida del doctor Alfonso Villa Vigil

¡HASTA SIEMPRE, AMIGOS DE GACETA DENTAL!
Dr. Alfonso Villa Vigil

Quiero aprovechar estas líneas que amablemente me ha ofrecido GACETA DENTAL, para agradecerle a esta revista, decana del ámbito odontológico, la cercanía y neutralidad con que siempre nos ha brindado ocasión de comunicar con sus lectores, de los que un gran porcentaje son dentistas.

A través de ella hemos mantenido puntuales controversias con otros colectivos, como los protésicos prodenturistas, y, puntualmente, con algunos colegiados, pero la publicación siempre nos dejó libertad para opinar y argumentar sin censuras de ningún tipo. Por todo ello, gracias.

Durante estos casi diecinueve años, me he dedicado intensamente a trabajar en el Consejo General para buscar soluciones –siquiera paliativas cuando no estaban a nuestro alcance las etiológicas–, a nuestros problemas. Junto con los sucesivos comités ejecutivos que tuve el honor de presidir, diagnosticamos esos problemas mucho antes de que fueran visibles. Por ejemplo, en 1995 había unos 14.000 colegiados, no había paro, y los seguros –o mejor dicho, pseudoseguros– dentales no tenían un peso significativo en el mercado; pero ya entonces anunciamos la amenaza de la plétora y de la mala influencia que iban a tener en nuestra profesión ciertos modos de asistencia, entre los que ya existían planes de descuento sin riesgos en los «siniestros» disfrazados como acciones aseguradoras.

Ocho años antes, había la mitad de dentistas, y el difunto Dr. Monlleó Pons, entonces presidente del Consejo y un gran caballero de nuestra profesión –a quien Dios sólo puede tenerlo consigo en la Gloria–, arremetió decididamente contra las homologaciones de títulos extranjeros porque, inicialmente, se les asimilaba al título de Licenciado en Odontología, que en los estudios en España no se podía obtener hasta 1991; y con aguda perspicacia entrevió que eran la primera vía de agua hacia la plétora. Hoy, felizmente, todos estamos integrados en la profesión, pero deberíamos comprender que a ese exceso que hoy nos asfixia laboralmente han contribuido desde las homologaciones en masa, de finales de los 80 y principios de los 90, hasta las universidades privadas, con su desmadre de plazas. Aunque los dentistas homologados y formados en universidades privadas no tienen culpa alguna, también todos deberíamos reflexionar acerca de que sin unas y otras hoy habría menos dentistas con más trabajo, y también muchos de los que hoy no lo tienen, al menos no como dentistas –y con toda justificación se quejan–, nunca lo hubieran tenido y estarían en otra profesión, aunque probablemente también en el desempleo.

En estos casi diecinueve años hemos hecho muchas cosas, que no me voy a poner a recordar: están en las hemerotecas y en las actas. Vistas a posteriori, no todas han resultado acertadas, pero puedo deciros que, puestas en su contexto, sin conocer el devenir que ahora hemos visto, las repetiría todas. Y desde luego, aunque unas hayan favorecido a unos y otras a otros, incluso aunque algunas hayan sido perjudiciales para algunos intereses particulares, siempre hemos obrado desde la intención de imparcialidad y lealtad a la profesión en su conjunto.

Soy muy entusiasta en la defensa de mis ideas, y en ocasiones la vehemencia que pongo en el intento de persuadir y convencer de su bondad o acierto puede haber sido molesta u ofensiva para alguien. También sé que mi tono irónico, especialmente con las opiniones basadas en supuestos (muchas veces, presupuestos o presunciones) inveraces, puede ser muy mordaz. A todos los damnificados por mis expresiones desafortunadas o agresivas os rogaría que tuvierais capacidad para aceptar las disculpas que, con toda sinceridad, os traslado, y que también, como alegato en mi defensa, para ayudaros a concederme vuestro perdón, comprendierais que no soy San Alfonso, ni dado a poner la otra mejilla. No soy tan grande, aunque me gustaría haberlo sido y más todavía el poder serlo.

Y ya para terminar, querría que supierais que nunca, nunca, nunca he actuado con sectarismo. Habré acertado o no, eso es otra cuestión, que el tiempo, juez implacable, dirá. Pero Dios sabe que he actuado con independencia de intereses de nadie y, menos aún, propios.
Un abrazo, lectores, colegas, amigos… y ¡hasta siempre!

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